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El misticismo consumista – La Máquina II

15/02/2023

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 19 minutos.
El misticismo consumista – La Máquina II

Tabla de contenidos


El misticismo consumista – La Máquina II

La tecnología nos tiene atrapados

Esta entrada es la continuación y ampliación de la entrada La Máquina Global. (El misticismo consumista – La Máquina II)

Durante toda nuestra vida, todas las tecnologías, desde el horno microondas hasta Internet y el smartphone, nos han proporcionado cosas que antes no teníamos y nos han quitado muchas otras, pero ninguna de ellas ha ahorrado ni tiempo ni trabajo en nuestros quehaceres laborales, todo ha ido a parar a la productividad en la que “trabajando las mismas horas” producimos mucho más».  

En los quehaceres particulares si que hemos obtenido tiempo que ahora prácticamente gastamos en el ocio tecnocrático-visual-redsocial. Hoy somos esclavos del smartphone, de las redes sociales y de las plataformas de contenido.

Puedo recordar, por ejemplo, cuando nos prometieron que la llegada del correo electrónico nos ahorraría horas de tiempo. ¡Se acabó enviar faxes o abrir y responder cartas! Empero, ahora pasamos treinta días al año (¡!) sólo gestionando el correo electrónico. Y cada vez es más imposible no estar en contacto con nadie, en cualquier lugar.

El misticismo consumista – La Máquina II

El nuevo paradigma fáustico o la trampa del progreso

Este es el pacto con el diablo del technium, el paradigma fáustico del que prefiere lo humano lúdico a lo divino exigente. Nuestro acuerdo con el diablo tecnocrático nos hace cada vez más insatisfechos. Hemos entregado nuestra alma a cambio de conocimiento, entretenimiento y placeres mundanos ilimitados.

Hemos estado cayendo en él desde siempre: abraza lo nuevo, desecha lo viejo. Hoy nos encontramos profundamente enredados en una Red lúdico-tecnológica de la que no podemos salir aunque queramos. También es conocido como la «trampa del progreso«, este es el mundo en el que vivimos.

‘El technium se extiende más allá del hardware brillante para incluir la cultura, el arte, las instituciones sociales y las creaciones intelectuales de todo tipo. Incluye elementos tangibles como software, leyes y conceptos filosóficos. Y lo que es más importante, incluye los impulsos generados por nuestras invenciones para alentar más la fabricación de herramientas, más invención de tecnología y más conexiones de mejora personal. Este technium es un ‘sistema de tecnología global, masivamente interconectado que vibra a nuestro alrededor’

Del libro «What Technology Wants» Kevin Kelly

Están disponibles en todos los puntos de venta fiables alegrías tecnocráticas como frigoríficos inteligentes, robots aspiradores, grifos de agua hirviendo al instante, «analizadores corporales inteligentes», relojes inteligentes. Y, por supuesto, la aterradora Alexa, que vigilará con gran ayuda todas tus conversaciones privadas y se las pasará directamente a Jeff Bezos para que cpmercie con nuestros datos.

Todos nos los venden como aparatos emocionantes, que ahorran tiempo y mejoran la calidad de vida. Todos corremos a por la última versión de nuestra marca de smartphone favorito o a por aquel último producto novedoso que arreglará nuestra vida o a aquella app que me permitirá encontrar la mujer de mi vida.

Se vive la vida en la tensa, intensa y emocionante espera de la novedad. Y emocionadamente la vivimos cuando llega, hasta que perdemos el interés y pasamos, otra vez emocionados, a esperar la siguiente novedad. ¡Emoción cuanto hombre se ha perdido en tu nombre! Todas son trampas de adicción por las que, irónicamente, pagamos alegremente por caer en ellas.

El misticismo consumista – La Máquina II

El misticismo consumista

En mi último post escribí sobre el colapso de la cristiandad en Occidente ( De la oscuridad de estos tiempos hacia la nueva luz). Puede parecer un salto incongruente de Jesús al smartphone, pero hay un hilo conductor. De hecho hemos transitado de Uno a lo otro. A menudo se ha sugerido que al pasar de la Cristiandad, a través de la Ilustración, a nuestra era actual ( ¿modernidad?, ¿posmodernidad?, ¿posposmodernidad?-, nadie sabe ya cómo llamarla) desacralizamos nuestra cultura y nos convertimos en materialistas puros.

Para los partidarios de este proceso era un avance hacia la «razón» y un alejamiento de la «superstición, el mito y los tabúes”. Y sin embargo, irónica y sorpresivamente estamos en la Era de la emoción. Para los detractores del proceso hacia el materialismo, este representaba una caída libre hacia la decadencia y la depravación moral.

La tesis del desencanto, es decir, la racionalización cultural y la devaluación del misticismo parece que ha sido influyente desde que Max Weber la enunciara hace un siglo.

Pero en un interesante ensayo el historiador Eugene McCarraher discrepaba de esta noción. La modernidad, afirmaba, no prescindió de hecho del orden sagrado de Occidente, dejando en su lugar sólo un materialismo desecado y frío sino que lo transformó. Nuestro ‘sistema de valores’ sustitutivo está tan encantado y tan ‘sacralizado’ como antes, pero no lo hemos reconocido porque se hace pasar por otra cosa. Dice McCarraher que:

“Si observamos atentamente la historia moderna desde el siglo XVII, nos proporciona buenas razones para demostrar que el «desencanto» es más bien una fábula. Una mitología que oculta la persistencia del encantamiento bajo un disfraz «secular» y una “religión pagana”.  Resulta que el capitalismo podría ser la forma más seductora de encantamiento de la modernidad. Acaso un “ misticismo consumista» (esto es mío) rehaciendo el universo moral y ontológico a su imagen y semejanza pecuniaria”.

El misticismo consumista – La Máquina II

La Máquina

Si McCarraher tiene razón, no hemos sustituido un orden sagrado por uno profano. En su lugar, hemos entronizado a un nuevo dios y disfrazado su culto como la búsqueda desencantada de ganancias puramente materiales. Hemos disfrazado de mera «economía» a nuestro nuevo ídolo y soberano: la Máquina.

Pero, ¿qué es esta Máquina, de dónde viene y cómo podemos identificarla? Ya escribí un pequeño post sobre esto:

En esta publicación vamos a ahondar en ello.

El magnífico estudio de Lewis Mumford The Myth of the Machine (Aquí tienen el libro en pdf por si quieren leerlo), publicado en dos volúmenes entre 1967 y 1970, es un intento exhaustivo de relatar el ascenso y el triunfo del sistema de poder y tecnología que ahora nos envuelve a todos; un sistema que él llama «la megamáquina». Ya en las primeras páginas del primer volumen expone sus argumentos:

“Todos somos conscientes de que el último siglo (siglo veinte) ha sido testigo de una transformación radical de todo el entorno humano, en gran medida como resultado del impacto de las ciencias matemáticas y físicas en la tecnología… Nunca desde la Era de las Pirámides se habían consumado cambios físicos tan vastos en tan poco tiempo. Todos estos cambios han producido a su vez alteraciones en la personalidad humana, mientras que, si este proceso continúa sin freno ni corrección, se avecinan transformaciones aún más radicales”.

El visionario Mumford escribió este párrafo cuando la televisión en color aun estaba en pañales y la humanidad todavía no había llegado a la Luna. Ni que decir tiene que el proceso continuó sin corregirse. Mumford murió en 1990, antes de la aparición de Internet, de los teléfonos móviles. Antes de la naciente era de la IA y de Smart Everything o Internet de las cosas; pero vio precisamente lo que se avecinaba:

Con esta nueva ‘megatécnica’, la minoría dominante creará una estructura superplanetaria uniforme y envolvente, diseñada para funcionar automáticamente. En lugar de funcionar activamente como una personalidad autónoma, el hombre se convertirá en un animal pasivo, sin propósito, condicionado y dirigido por la máquina, cuyas funciones y actividades propias, tal y como los técnicos interpretan ahora el papel del hombre, serán alimentadas por la máquina o estrictamente limitadas y controladas en beneficio de organizaciones colectivas despersonalizadas”. 

El misticismo consumista – La Máquina II

China como experimento de la Máquina

Les suenan las limitaciones de libertad – control totalitario de hecho- que nos han traído el terrorismo (cambiar libertad por seguridad), la Covid-19 ( cambiar más libertad por salud), las políticas del Cambio Climático (cambiar mucha más libertad por salvarnos de los peligros del clima) hasta que llegamos a la que parece ser la última, la Agenda 2030 ( cambiar casi toda nuestra libertad por la economía sostenible y salvar la tierra). 

No hace falta mucho para observar en directo nuestro esclavizado futuro próximo, sólo miren a China. El sistema de crédito social con el que la Máquina nos controlará de forma automática ya se aplica allí. China es el país donde se ha venido experimentando la Máquina durante más de medio siglo. Todo comenzó con la visita de Nixon y Kissinger a China en 1972.

La colusión entre el Estado, los organismos supranacionales y las empresas es una forma renovada de fascismo

Proseguimos. Esas «organizaciones colectivas despersonalizadas» de las que habla Mumford son las gigantescas corporaciones mundiales que ahora controlan la mayor parte de nuestras vidas. Producen los alimentos que comemos, la ropa que vestimos, la tecnología que utilizamos, el «entretenimiento» que consumimos y las «noticias» en las que basamos nuestras opiniones, al tiempo que emplean a millones de personas como mano de obra y nos cosechan a nosotros mismos como productos, a través de la información personal detallada que les facilitamos a diario por toda la web.

Estas empresas operan a través de una red tecnológica global de asombrosa potencia y complejidad. Cables submarinos, satélites en órbita, tecnología 5G para móviles, dispositivos de control en nuestros hogares y en nuestros bolsillos. Y, pronto, calles, edificios y electrodomésticos conectados a Internet. Todos ellos controlándonos en tiempo real y vendiéndonos lo que no sabíamos que necesitábamos. El siguiente paso son las Smart Cities o ciudades-carcelarias de 15 minutos. Ver enel siguiente post:

Los Estados colectivos, igualmente despersonalizados, no promueven los intereses de sus ciudadanos (a pesar de lo que los medios de comunicación y los sistemas de entretenimiento controlados por las empresas nos quieren hacer creer), sino para servir a las empresas y satisfacer sus intereses: un proceso conocido como «crecimiento económico” que ahora es “sostenible” ¡qué tontos no son!.

Esto es fascismo, el cooperativismo entre el Estado, los organismos supranacionales y las empresas: Economía mixta corporativa a escala mundial. La colusión entre las tres esferas de poder es escandalosa pero parece no verse, el ciudadano está encandilado por el dios de la tecnología.

El misticismo consumista – La Máquina II

El crecimiento sostenible

Estando ya de lleno en el «crecimiento sostenible» como objetivo primordial de la «economía global» que la Máquina está construyendo: todo lo demás es secundario. El crecimiento sostenible por mucho que se nos venda como un objetivo encomiable no tiene otro objetivoo que la dominación del hombre y el aseguramiento de las riquezas futuras de las élites. 

Eso sí, siempre lo justifican señalando problemas serios, acuciantes. Incluso, anunciando emergencias que hay que resolver, exagerándolos o inventándoselos, pero que ahora sólo pueden resolverse con “crecimiento sostenible”. La pobreza, el hambre, la degradación ambiental, la contaminación de los combustibles fósiles, igualdad de género y de los colectivos LGTBI,etc. No se crean ustedes los buenisteístas Objetivos de la Agenda 2030, el bien del hombre no es su objetivo.

El maelstron consumista se ve favorecido por la producción y el consumo inacabable de «bienes y servicios», cuyo deseo (o «necesidad») ha sido fabricado por campañas de marketing y publicidad intrusivamente bombardeantes que son pergeñadas por las mejores mentes entrenadas en la esencia de la manipulación psicológica.

El auge y el triunfo de Internet -la red neurológica de la Máquina– ha hecho que ahora haya pocos lugares en la Tierra donde podamos escapar del ruido incesante de este «crecimiento sostenible» estatal y corporativo, y del impulso incesante de contribuir a él haciendo clic, desplazándonos, comprando y compitiendo. Ha prescrito todos nuestros valores y proscrito las alternativas posibles- que las hay- a este tipo de vida, y no muestra signos de detenerse. De hecho, según ellos, no puede detenerse porque lo venden como si la alternativa fuera el colapso total.

El crecimiento y la acumulación de riqueza segura (beneficios casi sin riesgos) por las élites se ha convertido en un fin en sí mismo, alejado de cualquier medio. (Ver mi post «La paradoja del capitalismo» más abajo)

Como señaló una vez el gran Edward Abbey: «el crecimiento por el crecimiento es la ideología de la célula cancerosa». Conscientes de ello los creadores de la Máquina están vendiéndonos la idea de atacar a “las células cancerosas por ellos provocadas” con un nuevo medicamento el “crecimiento sostenible” que, ¡hay que joderse!, contiene una culpabilización del alienado consumidor que lo sostiene.

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Los antecedentes históricos de la Máquina: Egipto

Esto es la Máquina. No es simplemente la suma total de varias tecnologías individuales que hemos conseguido ingeniosamente: coches, ordenadores portátiles, robots de todo tipo y demás. De hecho, esas «técnicas», como las llama Mumford, son el producto de la Máquina, no su esencia. 

La Máquina es, más bien, una tendencia dentro de nosotros, concretada por el poder y las circunstancias, que confluye en una enorme aglomeración de poder, control y ambición. Y no es algo nuevo. De hecho, puede remontarse mucho más atrás de lo que imaginamos, a los albores de la propia civilización, dice Mumford:

«Existe un estrecho paralelismo entre las primeras civilizaciones de Oriente Próximo y la nuestra, aunque la mayoría de nuestros contemporáneos siguen considerando la técnica moderna no sólo como el punto culminante del desarrollo intelectual del hombre, sino como un fenómeno totalmente nuevo. Por el contrario … [tuvo] su origen no en la llamada Revolución Industrial del siglo XVIII, sino en un principio como la organización de una máquina arquetípica hecha de partes humanas». 

Una máquina hecha de partes humanas aglomeradas. Es lo que Mumford llamó la «megamáquina». Una sociedad entera, ordenada de arriba abajo, justificada por un mythos empleado por sus líderes, e impulsada por un deseo de «orden, poder, previsibilidad y, sobre todo, control».

El ejemplo arquetípico de la megamáquina, según Mumford, no procede de Europa o de la América moderna, sino del Antiguo Egipto, cuyas legiones de esclavizados constructores de pirámides estaban condicionadas a pensar y comportarse como engranajes de un vasto mecanismo inhumano:

“Los trabajadores que llevaron a cabo estos diseños tenían mentes de un nuevo orden: condicionados mecánicamente, ejecutando cada tarea en estricta obediencia a las instrucciones, infinitamente pacientes, limitando su respuesta a la palabra de mando. El trabajo mecánico sólo puede ser realizado por máquinas. Estos trabajadores durante su periodo de servicio fueron, por así decirlo, despojados hasta de sus reflejos, con el fin de garantizar un rendimiento mecánicamente perfecto”.

Si parece la descripción de una fábrica inglesa de 1848, o de una fábrica china actual, es porque lo es. Puede que las pirámides tengan cuatro mil años, pero el «testimonio principal» de la megamáquina montada para construirlas nos resulta horriblemente familiar ahora:

“Un desierto de aldeas y ciudades destruidas y suelos envenenados: el prototipo de atrocidades «civilizadas» similares en la actualidad. En cuanto a las grandes pirámides egipcias, ¿qué son sino los equivalentes estáticos exactos de nuestros propios cohetes espaciales? Ambos dispositivos para asegurar, a un costo extravagante, un pasaje al Cielo para unos pocos favorecidos”.

Entiendan que los favorecidos de hoy en día, las élites, lo que buscan es la perpetuación de sus riquezas y estar en la cúspide del transhumanismo. Ellos serán los auténticos y los únicos dioses de los que habla el loco Harari. Otra vez, sólo unos pocos rendrán al alcance convertirse en “dioses”. Y, esta vez, no será sólo un Faraón serán muchos.

El misticismo consumista – La Máquina II

Auge y caída de la megamáquina: Un ciclo histórico

Si vamos a hablar de la Máquina hoy, lo primero que hay que señalar es que no es exclusiva de la modernidad, ni nueva en su esencia, ya lo hemos visto. 

Si se combina el análisis de Mumford con el de Spengler, se obtiene la imagen de un ritmo en la historia de la humanidad, en el que surgen civilizaciones centralizadas, que adquieren poder a través de la conquista, y luego construyen sistemas que se fusionan en megamáquinas, con sus partes compuestas de componentes humanos, mecánicos o digitales – o, como hoy, los tres.

 Estas megamáquinas crecen y crecen, persiguiendo objetivos cada vez más vanagloriosos -economías globales, organismos modificados genéticamente, viajes interplanetarios, la abolición de la muerte- hasta que han engullido culturas, devastado ecosistemas y roto fronteras que ni siquiera sabían que existían. Entonces caen; pero, como Sauron – con permiso de Tolkien-, siempre volverán a levantarse.

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El mito de la Máquina: Una emulación del Paraíso

Pero, dice Mumford -y aquí está el tejido conectivo que le une a Spengler, a Macintyre y a McCarraher-, que ninguna sociedad haría todo este esfuerzo con fines puramente materiales. La Máquina no es simplemente un vasto mecanismo sin alma para acumular riqueza material. Es, de alguna manera mortal, un objeto sacro en sí mismo. lEs su propio encanto:

“Las comunidades nunca se esfuerzan al máximo, y menos aún restringen al máximo la vida individual, excepto por lo que consideran un gran fin religioso… donde tales esfuerzos y sacrificios parecen hacerse por ventajas puramente económicas, resultará que este fin secular se ha convertido en sí mismo en un dios, un objeto libidinoso sagrado, identificado o no como Mammon”, es decir, la deidad que representa la  avaricia y la riqueza material.

Es lo que Mumford llama «el mito de la Máquina«. A veces, en nuestra época, lo llamamos crecimiento. A veces lo llamamos progreso. Ahora lo llamamos “crecimiento sostenible”. A veces no necesitamos palabras, porque ninguna palabra puede circunscribir a una deidad.

Pero es una deidad, y a lo largo de la historia de la humanidad, de Egipto a Babilonia, de Sumeria a Roma, cada vez que la Máquina cae, trabajamos para reconstruirla, porque en cierto modo necesitamos escuchar la historia que nos cuenta sobre nosotros mismos, sobre una vida controlada y segura, sin vaivenes ni catástrofes: “Una especie de emulación del Paraíso en el mundo”.

Los casi dosmil años de Cristianismo fueron un interregno, una sofocación del mito de la Máquina. Y ello fue porque la esperanza de Salvación que nos vino a traer Cristo – “Mi Reino no es de este Mundo”- era en sí misma “el retorno al paraíso” con Dios. Así el mito de la Máquina no era necesario pero, ahora, de nuevo secularizados, paganizados, nos esforzamos denodadamnte en reconstruir el Paraíso en este mundo.

El misticismo consumista – La Máquina II

Prosigue Mumford:

“La única contribución duradera de la megamáquina fue el mito de la propia máquina: la noción de que esta máquina era, por su propia naturaleza, absolutamente irresistible y, sin embargo, siempre que uno no se opusiera a ella, en última instancia beneficiosa. Ese hechizo mágico sigue cautivando hoy tanto a los controladores como a las víctimas masivas de la megamáquina”.

Y así es. En todo el espectro, desde los conservadores a los liberales, desde los marxistas a los fascistas, desde los socialistas a los verdes, desde los creyentes a los ateos, se oirán muy pocas críticas serias a los mitos del progreso, el crecimiento sostenible y el materialismo en la esfera pública.

¿Ustedes oyen dichas críticas en la voz de los poderosos? No, el mundo es una balsa en un mar en calma chicha. Al fin y al cabo, se nos dice a diario que no hay alternativa realista a perseguir lo que, en palabras de Mumford, es el «animus fundamental» de la Máquina:

“El esfuerzo por conquistar el espacio y el tiempo, acelerar el transporte y la comunicación, expandir la energía humana mediante el uso de fuerzas cósmicas, aumentar enormemente la productividad industrial, sobreestimular el consumo y establecer un sistema de poder centralizado absoluto sobre la naturaleza y el hombre”.

La conquista y la expansión son la esencia de la Máquina. Si pudiera decirse que tiene una ideología, sería la ruptura de las fronteras, la destrucción de los límites, la homogeneización de todo en su búsqueda de un crecimiento continuo, ahora además “sostenible”.

El resultado final es un rodillo que aplana el mundo: culturas, ecosistemas, paisajes, tradiciones: cualquier forma de resistencia que critique o intente limitar el alcance de su reino. La Máquina es, en esencia, antilímites y antiformas, es decir, antihumana. 

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Y no será porque no fuimos advertidos

Como tal, su fin ya está claro: ha sido explorado en cientos de novelas a lo largo de los últimos siglos. Predicho y advertido por filósofos, cineastas y científicos. La Máquina apunta directamente a lo que C. S. Lewis – autor de las Crónicas de Narnia- denominó la abolición del Hombre. que es también la abolición de la propia naturaleza.

Aquellos novelistas y cineastas, que lanzaban sus ya manidas advertencias sobre el eclipse de la humanidad por su propia tecnología, tenían dos características curiosamente relacionadas: tenían razón y, que tuvieran razón, no cambiaba nada. Todos asentimos sabiamente ante The Machine Stops, como hicimos ante Matrix, para irnos luego a casa y no cambiar nada.

El gran genio de la Máquina, y una de las razones de su florecimiento, es que puede absorber a sus propios críticos, cooptar sus críticas y luego, muy a menudo, comercializarlas. Y tan omnipresentes son los valores de la Máquina que a menudo quienes promueven lo que imaginan que es una alternativa se encuentran haciendo su trabajo.

Pensemos, por ejemplo, en las dos grandes ideologías totalitarias del siglo veinte. El comunismo y el fascismo – en realidad, ambos, variaciones sobre el mismo tema- se vendieron como alternativas a la «decadencia» del capitalismo liberal.

Ambas prometían crear sociedades utópicas universalistas, pero en realidad ambas eran ideologías de la Máquina, posiblemente la manifestación más pura de la política de la Máquina que se haya visto hasta ahora. Ambas eran controladoras, puristas, materialistas, totalitarias, militaristas, imperiales, tecnológicas y, al menos en teoría, «científicas», manifestando las formas más retorcidas de pseudoracionalismo imaginables.

Pensemos en el Lysenkoism  – distorsión deliberada de hechos o teorías científicas con fines que se consideran política, religiosa o socialmente deseables sin serlo- o en la medición de la forma de los cráneos para determinar la composición racial; veamos una película del mitin de Nuremberg o un desfile militar soviético en la Plaza Roja. Aquí está la Máquina, desnuda y sin pudor.

Pero las formas más suaves de resistencia de hoy en día también son rápidamente cooptadas. Por ejemplo, el antaño radical movimiento verde se ha transformado en un acelerador de la Máquina. Un movimiento que comenzó reclamando más simplicidad y lentitud, cercanía a la naturaleza y una vida sencilla, ha mutado en una cruzada para recubrir los paisajes salvajes con vidrio y metal (placas solares y molinos de viento), abolir la agricultura, industrializar aún más el suministro mundial de alimentos, eliminar el consumo de carne y pasar al de insectos.

Rastrean, localizan y modifican nuestros patrones de consumo y promueven una visión de la «sostenibilidad» que “habría hecho sonreir” a cualquier empresa de Fortune 500 de hace sólo una década. ¡Claro que sonríen como que ellas están en el ajo! En el colmo del absurdo, hoy no hay nada más “verde” que una empresa suministradora de energía. Al menos, por mantener un poco de salud mental, deberíamos reirnos de ellas y de tantas otras que se han unido a la gran fiesta del enriquecimiento y la dominación del hombre: La Agenda 2030.

No se sorprendan, las empresas eligen a quien tiene más posibilidades de manejar el futuro para minimizar el riesgo empresarial pero, no necesariamente, tienen que acertar. Gracias a Dios el mundo sigue siendo muy complejo para la adivinación.

Lo mismo ha ocurrido en otros ámbitos. La «feminista reaccionaria» Mary Harrington explora cómo la larga cruzada por el reconocimiento y el trato justo de las mujeres se ha convertido en un dispositivo para llenar la mano de obra de mujeres mientras se erosiona la inconveniente institución «antimaquinera» que es la unidad familiar: todo con ánimo de lucro, por supuesto. 

En cuanto al movimiento de «justicia social» que no deja dormir a los conservadores, su «radicalismo» tiene forma de máquina, como demuestra la aparición del capitalismo «woke». La nueva izquierda, como la Máquina que la hizo nacer, anhela abolir todas las marcas, límites, fronteras y límites, encajando así perfectamente en el mundo hecho por la Máquina.

De ahí la curiosa visión de una supuesta «revolución» que cuenta con el apoyo de todas las grandes corporaciones y medios de comunicación y de todo el establishment intelectual de Occidente, y que ve cómo las grandes tecnológicas cierran el paso a sus disidentes a diario.

Aquí es donde nos encontramos ahora y parece que, salvo debacle próxima de la Máquina actual, estaremos mucho tiempo. La única esperanza es que recordemos que son ciclos y que algún día se acabará. Volverá la espiritualidad al hombre, pasará la soberbia y, durante siglos o milenios, no necesitaremos “construir un paraíso en la tierra”.

El misticismo consumista – La Máquina II

O podemos decidir no esperar a que la Máquina se gripe:

Hacia la mitad del primer volumen de “El mito de la máquina”, al reflexionar sobre los diversos horrores que ha desencadenado esta soberana locura, Mumford se pregunta por qué la soportamos:

Por qué este complejo técnico «civilizado» ha sido considerado un triunfo absoluto y por qué la raza humana lo ha soportado durante tanto tiempo será siempre uno de los enigmas de la historia”.

Pero este enigma implica en sí mismo una tenue luz: un resquicio en el techo de la caverna que podría señalar alguna vía de escape. Si la Máquina es una historia, el primer paso para desmantelarla no es ni una llave inglesa ni una revolución: hay que dejar de creérsela. Las historias sólo funcionan mientras se cree en ellas. El segundo paso es dejar de contársela a los demás, de promocionarla; y el tercero es comenzar la búsqueda de una historia mejor (que ya la hemos conocido: El Cristianismo).

Para liberarnos a nosotros mismos, de manera constante, volver al alma humana a la vez, simplemente tenemos que alejar la Máquina de nuestros corazones y mentes, como los israelitas del Éxodo se alejaron de su amo original, el Faraón. O, como dice Mumford en la conclusión del segundo volumen de su obra maestra:

Para aquellos de nosotros que nos hemos liberado del mito de la máquina, el siguiente paso es nuestro: las puertas de la prisión tecnocrática se abrirán automáticamente, a pesar de sus oxidadas y antiguas bisagras, tan pronto como decidamos salir”.

y, detrás de nosotros, saldrán muchos más…

El resquicio de debilidad de la Máquina es que depende de nuestra anuencia, de nuestra sumisión y, afortunadamente, el hombre aun puede elegir la libertad. Si cada uno de nosotros elegimos la libertad, la Máquina se derrumbará.

(FiN) El misticismo consumista – La Máquina II

FiN

De la oscuridad de estos tiempos hacia la nueva luz