
El conservador en tiempos del coronavirus
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El conservador tiene la misión de restaurar lo que se ha deteriorado. De devolverle su esplendor »
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El conservador en tiempos del coronavirus
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Tabla de contenidos
- El conservador en tiempos del coronavirus
- El conservador
- Actitud científica ad continuum y transtemporal
- La finalidad de la acción humana
- Probatura continua de modelos sobre el mejor modo de hacer las cosas
- El aumento del grado de desorden del sistema civilizatorio
- La ciencia de la civilización solo conoce el método de prueba y error.
- Aristóteles, Santo Tomás y la Escuela de Salamanca
- El conservador sigue teniendo la ley moral y el derecho natural como normas superiores
- ¿Y cuál es el fin? ¿Cuál es el bien que se busca?
- La salvación laicista
- Los políticos deben dejar de ser augures del futuro y dedicarse a servir.
- A modo de conclusión
- ¿Qué puede hacer el conservador en los tiempos del coronavirus?
- La fatal arrogancia
- El conservador en tiempos del coronavirus.
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El conservador
No cambia el legado ni tiene prisa en hacerlo.
Este ensayo corto que tiene por título «El conservador en tiempos del coronavirus» tiene la pretensión de intentar clarificar la denostada figura del conservador y desestigmatizarla para luego hablar de cuál podría ser su proceder en estos tiempos convulsos.
Los conservadores no tenemos ideología, sino una forma de ver el mundo, de amarlo y de entenderlo, no de como queremos que sea. El modo pretencioso de hacer experimentos con la sociedad, corresponde por entero a la ilusa ideología progresista que, en nuestros días, es deconstructivista y omnisciente. Persevera una y otra vez en deshacer lo hecho y rehacerlo sintéticamente con alocadas prisas partiendo de sofismas biológicos o sociales. Es su fatal creencia saberse al dedillo aquello que es mejor para la humanidad.
El conservador en tiempos del coronavirus
Recordemos que el progresismo tiene un escaso siglo de vida pero el conservador empezó con la eras del hombre. La civilización, tal como la conocemos, no es producto de la ideología sino del sapiencial poso del paso de los tiempos. Para el conservador, la civilización es el resultado del afán y la determinación de todos nuestros antepasados que lograron identificar, en la vastedad de los infinitos futuros posibles, los mejores modos y maneras de vivir, convivir y preservar el futuro de sus descendientes.

Y aquí ya voy entrando en el asunto. La palabra conservador etimológicamente viene del latín «conservator» que significa «el que guarda todo». El conservador es el que ama y conserva el legado que le ha dejado la humanidad pretérita. El conservador solo interviene en la restauración de ese legado en caso de que haya sufrido un deterioro apreciable. Incluso, en esa apreciación suele tomarse su tiempo, en el bien entendido que el tiempo del conservador son generaciones no vidas.
El conservador no cambia el legado ni tiene prisa en hacerlo. Más que por cambiar las cosas abogará por devolverlas al cauce fértil y acogedor de la civilización. Todo lo que le sea impuesto le es por lo tanto tan ajeno como intrusivo. No es prepotente ni omnisciente. En su corazón lleva cosida la humildad y es profundamente consciente de la poquedad humana.
Confía en la libre acción humana
Asume que en una vida breve, la suya, no va a cambiar los asientos civilizatorios a su gusto, solo ambiciona poner su grano de arena. Condena la prisa por cambiar porque no lleva la impronta de la sensatez ni la humildad del hombre sino falsos o bienintencionados propósitos, ambos peligrosos. De ahí el profundo carácter antirevolucionario del conservador. Para él la revolución es un exceso o, mejor dicho, un absceso que hay que reventar, vaciar, desinfectar y suturar.
El conservador ve el mundo como algo que no hay que tocar mucho, en lo que no hay que intervenir en demasía y que, como mucho, llegado el momento, hay que restaurar con sumo cuidado. Se le etiqueta de reaccionario cuando el conservador, solo es cauto y meticuloso. Ciertamente, no se opone al cambio sólo es precavido y lento en llevarlo a cabo. Es sumamente lento, como el perezoso, pero no permanece inmóvil. Si se fijan bien se está moviendo permanentemente, sin pausa, no a trompicones: Eppur si muove. Si no miren donde estamos ahora y donde estábamos hace 50 siglos atrás. Y 50 siglos son un suspiro en la historia del hombre.
Se apoya en la familia esa recia columna en la que se asienta la civilización y que hoy está siendo atacada con saña. No fía su destino al Estado ni a los políticos pues sabe por experiencia que sería arrastrado por las ambiciones ciegas y los deseos casi siempre espurios del poder. No quiere que le salven de nada, ni el Estado ni los falsos mesías que venden futuros felices y utópicos. El bienestar se lo gana él a fuerza de trabajárselo sabedor de que nadie regala nada sin cobrárselo. Espera la ayuda de la familia, de la caridad del prójimo o la colaboración de su comunidad cuando vienen mal dadas pero lo justo y necesario para recuperar su dignidad y su autosustento.
Confía en que la libre acción humana generará, tarde o temprano, las soluciones a los problemas o las mejoras necesarias operando desde la libertad individual bajo un orden moral, como bien viene haciendo desde el principio de los tiempos. Considera que los cambios que se necesitan no han de ser impuestos ni producto de pulsiones humanas sino que deben tener un cierto carácter isoentrópico, ocasionarse en una suerte de equilibrios cuasiestáticos continuos. Tiene asumido que los cambios significativos se han de producir en un intervalo temporal muy superior a su propia existencia por eso desdeña la prisa de los necios, de los corruptos o de los protervos.
Sobre este punto, otros hablan de la falacia ad antiquitatem, como la que usa el conservador para mantener en vigor lo antiguo porque solo por serlo ha de ser bueno. Pero fíjense que yo en ningún momento hablaré de quedarse con lo antiguo sino de la tradición como estadio civilizatorio en perpetuo movimiento e inaccesible a la razón, al que ha llegado el hombre por la lenta, libre y compleja acción humana pretérita. Sobre esto hablaré más adelante.
Sobre la etiqueta de reaccionario ya la he comentado pero recuerden: «Eppur si muove, ma va troppo lento». El conservador elogia la lentitud y desprecia la prisa en la construcción del orden humano.
El conservador en tiempos del coronavirus.
En tiempos de desolación nunca se ha de hacer mudanza
Entiende que ni las mayorías, ni las minorías rectoras o las más recientes, de clase o identitarias que se declaran supuestamente oprimidas deben exigir ni dominar sino aportar a la globalidad de ideas de la humanidad. Los modelos sociales postmodernos que se pretenden imponer por medio de la compra de voluntades, que incentivan el cambio vendiendo futuros o falacias ideológicas; o que usan el miedo como incentivo para imponer los considera perniciosos por su naturaleza intrusiva, forzada e, incluso, perversa.
Interpreta que las catástrofes, las epidemias o los rápidos cambios tecnológicos no deben ser coto para la imposición ideas. En general sigue la máxima de San Ignacio de que en tiempos de desolación nunca se ha de hacer mudanza, que si bien es de contenido puramente religioso, constituye un claro ejemplo de la actitud vital del conservador: Firmeza y constancia en los propósitos y no dejarse influir por la circunstancias sobrevenidas del entorno.
Así, no tiene prisa alguna en cambiar nada porque es conocedor de los desastres, los conflictos y las guerras que las premuras alocadas o la avaricia de unos y la locura o la soberbia de otros han provocado. Es conocedor de que las intervenciones humanas en lo social, lo biológico o lo económico bajo el síndrome de la omnisciencia solo conduce a calamidades mucho peores: «La fatal arrogancia» de Hayek. Confía y articula su vida en la familia y en su reducto de conocidos más cercanos.
Actúa caritativa o filantrópicamente en los casos de las personas necesitadas sólo al objeto de retornarlas a la autosuficiencia y a su dignidad. Ante el acaecimiento de catástrofes sobrevenidas en el mundo, optará el conservador por ayudar e intervenir en su justa medida para enderezarlo o devolverle lo más cerca posible de donde estaba. No se aprovecha de la filantropía para influir ni cambiar nada sino que la ejerce en su auténtica raíz desinteresada o caritativa.
Una lectura recomendada: ‘Cómo ser conservador’, de Roger Scruton

‘Cómo ser conservador’, de Roger Scruton
Para Scruton, «el conservadurismo surge de la percepción de que las cosas buenas son fáciles de destruir pero no son fáciles de crear. Esto es especialmente cierto de las cosas buenas que nos llegan como patrimonio común: paz, libertad, derecho, civismo, espíritu público, la seguridad de la propiedad y la vida familiar, en todas las cuales dependemos de la cooperación de otros al tiempo que carecemos de los medios para lograrlas por nuestra cuenta. En relación a tales cosas, la obra de destrucción es rápida, fácil y euforizante; la obra de creación, lenta, laboriosa y aburrida. Esa es una de las lecciones del siglo XX». Por tanto, el conservadurismo según Scruton «es una cultura de afirmación. Trata de las cosas que valoramos y de las cosas que deseamos defender».
Sir Roger Vernon Scruton,
(Buslingthorpe, 27 de febrero de 1944 al 12_de enero de 2020
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No actuará jamás como un ser mesiánico.
No actuará jamás como un ser mesiánico para imponer sus visión y sus soluciones al mundo. De hecho, detesta al ser o a la institución mesiánica, y los detecta al instante por la forma en que quieren meter la mano en su bolsillo, meterse en sus asuntos y decirle hasta lo que ha de comer, los excesos que no ha de cometer o de qué cosas se ha de sentir culpable por nombrar algunas de ellas.
Esta suerte de iluminados siempre la ha habido pero hoy, desafortunadamente, son pluridad. Los hay y muchos en nuestros tiempo, con fuerte influencia y capacidad financiera para comprar voluntades; y llevar a cabo su planes de cambiar el mundo a su peculiarísima manera. Visionarios que practican una filantropía tóxica por invasiva, precipitada y totalitaria. No hace falta que los nombre. Algunos son hombres y otros, como los estados, los partidos políticos y los organismos supranacionales, son instituciones. (Ver «De los tontos contemporáneos» en este blog)
En estos ámbitos catastróficos o de necesidad entiende la existencia de un Estado benefactor, así como su función suministradora de bienes públicos que el mercado no llega a proveer, esto último, por varios motivos que ahora no vienen al caso. Esto lo asume así y lo sufraga siempre que el Estado no se salga de su acequia minimalista necesaria y de servicio a la comunidad; y no intervenga en su vida, en su peculio o en sus decisiones privadas. Bueno, hoy lo sufraga quiera o no quiera y muy por encima de lo que consideraría justo.
El conservador en tiempos del coronavirus.
Actitud científica ad continuum y transtemporal
Hay mucho de empirismo en la actitud vital del conservador
El conservador practica un juego pasmosamente simple, el de retornar siempre al equilibrio, al cauce de aguas tranquilas del caudaloso rio de la civilización que nos hemos dado.
Hay en el conservador un conocimiento adquirido sobre como se deben hacer las cosas en base a la experiencia pretérita. Esa tradición, esa costumbre basada en múltiples probaturas a lo largo de los siglos que ha demostrado fehacientemente sus buenos logros. ¿Qué cosa más científica, verdad? Hay mucho de empirismo en la actitud vital del conservador y también de falsación porque si algo no va bien prueba otra cosa pero cuyo recorrido probatorio puede abarcar varias generaciones. La tradición o la civilización es producto de un método de prueba y error. Construida sobre la praxis libre individualizada y producto colectivo de millones de individuos en miles de generaciones. Es el legado de civilizaciones pretéritas que constituye nuestro modo ulterior, o sea contemporáneo, de hacer las cosas.
Abogo por reconocer que en la construcción de la civilización hay una actitud científica ad continuum y transtemporal donde la experiencia contrastada se difunde por ósmosis generacional -difusión intertemporal- a las generaciones siguientes. Pero, aún siendo producto final de la razón, la causa donde se asienta no es ni instintiva ni evidente a la razón humana. Quizás tampoco casual pero esto último ya entraría en el ámbito de la Teología.
La tradición ha requerido de esa actitud científica que transciende los tiempos de una manera mas compleja y dificultosa si cabe que la ciencia convencional. No se busca comprender algo que ya existe y modelizarlo como en la ciencia sino de crear algo partiendo de la nada e irlo construyendo sin disponer de planos ni de arquitecto.
Una fuerte estructura con un frágil hilo conductor
Eso que podríamos llamar empirismo transtemporal, es una actitud científica que no se circunscribe a un grupo de hombres en un momento dado. Ni a unos experimentos concretos que se van a poder repetir una y otra vez en un laboratorio. No tiene nada que ver con la ciencia convencional tal como la conocemos. En esta ciencia civilizatoria un grupo de hombres propone un experimento o simplemente prueba un posible nuevo asiento civilizatorio que va a ser testado durante decenios, o algunos en siglos, y que será refutado o no mucho tiempo después, o algunas en milenios, en base a su resultado empírico. Lo ejemplifico de esta manera pero no es ni siquiera eso, es muchísimo más complejo.
Tal vez por esa complejidad, por esa sinapsis intertemporal tan sofisticada como espontánea entre una infinitud de individuos de distintos y distantes estadios temporales, es tan fácil la rotura de ese orden extenso ante agresiones externas violentas, disgregantes o disociativas que aumentan la entropía – el desorden-. Ya lo he comentado. Las revoluciones, para el conservador, constituyen agresiones a eliminar del proceso.
El conservador en tiempos del coronavirus.
Bien argumentó Sir Roger Scruton sobre la fragilidad de esa nuestra civilización que tantos siglos costó construir y cuyo delicado equilibrio puede ser roto o descompensado como nos han enseñado antiguos hechos históricos, el convulso siglo XX o como bien estamos constatando en los dos primeros decenios del siglo XXI.
Empero, la disrupción del continuum civilizatorio, tiene la facilidad innata de volver a conectarse como si algo en el ser humano le impeliera a reconectarlo, como se ha podido observar a lo largo de la historia. Una suerte de reconexión que podría ejemplificarse o asimilarse biológicamente, para entendernos, a una recuperación o resinapsis neuronal, o una renaturalización espontánea como ocurre con las proteínas tras una agresión externa (experimento de Anfinsen).
La idea hayekiana del orden extenso y espontáneo como mecanismo capaz de recoger y aprovechar un vasto conjunto de conocimientos diseminados en la esfera económica iba más allá, postulándose como el sistema de construcción de nuestra cultura, ampliándolo a todas las actividades humanas y así, en un totum continuum espontáneo y vitalmente histórico – esto es mío-, vendría a explicar sucintamente como surgen y evolucionan las civilizaciones. Digo sucintamente dado que estos procesos no son conocidos más que en ciertas condiciones. A la ciencia civilizatoria le queda un largo recorrido para comprenderlos y quizas no llegue nunca a hacerlo en su completitud.
Friedrich Hayek: Evolución, Incertidumbre y Orden espontáneo

Hayek considera errónea aquella visión que concibe que todo lo que no es natural debe entonces ser una creación intencionada de los seres humanos. Este enfoque primitivo continuaría manifestándose en el racionalismo cartesiano y en sus seguidores. Al respecto escribe Hayek:
“Reproduce una renovada propensión a atribuir el origen de todas las instituciones culturales a la innovación o diseño. La moral, la religión y el derecho, el lenguaje y la escritura, el dinero y el mercado se concibieron como si hubieran sido construidos deliberadamente por alguien o por lo menos como si parte de su perfección se debiera a semejante diseño. Esta explicación intencionalista o pragmática de la historia (racionalista-constructivista,) tuvo su máxima expresión en la concepción de la formación de la sociedad mediante un contrato social, primero en Hobbes y luego en Rousseau, que en varios aspectos es un discípulo directo de Descartes”..
…“que el modelo de orden social que tanto ha incrementado la eficacia de la acción humana no se debía solamente a instituciones o prácticas inventadas o diseñadas para tal objetivo, sino que en gran medida respondía a un proceso inicialmente denominado ‘crecimiento’ y luego ‘evolución’, un proceso en el que ciertos comportamientos que al principio fueron adoptados por otras razones, o incluso de manera puramente accidental, se conservaron porque permitían al grupo en que habían surgido prevalecer sobre otros grupos”
El conservador en tiempos del coronavirus.
El mito y la religión también obraron y obran sobre la construcción del orden espontáneo.
Esta tarea espontánea común de todos los hombres en larguísimos periodos de tiempo es inabordable individualmente, es una tarea científica inacabable en la que se van probando modelos sociales, económicos y éticos; y esas probaturas las van certificando como efectivas y eficientes generaciones posteriores. Esta forma de proceder, este comportamiento humano, es un profundo ejercicio de humildad en el que cada uno hace o aporta lo que puede en su recorrido vital sabedor de que conseguirá algo inasequible como individuo que será útil a sus descendientes.
No sólo hablo de la conjunción de la razón y la espontaneidad en esta tradición que es el guión de vida del conservador. El mito o la creencia religiosa también obraron sobre la construcción de la tradición por el sentido de transcendencia propio del ser humano y de su búsqueda continua del sentido de las cosas, precisamente en las inaccesibles a la razón. Y que aporta al vivir de un significado que es útil ante preguntas que la razón por sí sola no sabe contestar, aportando tranquilidad de espíritu.
La creencia religiosa cristiana, para no extendernos en otras, creó un orden moral coadyuvante del orden extenso. Entre ellos la libertad y responsabilidad personal, la propiedad privada, el matrimonio, la familia, etc. Incluso se puede ir más allá en la consideración de los mitos, las supersticiones o los tabúes (el adulterio, el incesto, …) como formas de reforzamiento de los vínculos y la propiedad al proporcionar a la gente motivos para la buena acción. Aunque el motivo pudiera ser erróneo vino a cumplir su función civilizatoria ajustando las conductas al modo correcto.
(Para los escépticos les recomiendo leer el capítulo IX «La religión y los guardianes de la tradición» y el apéndice G «Superstición y conservación de la Tradición» de «La Fatal Arrogancia» de F.A, Hayek.)
Los tres pilares: La libertad, la familia y la propiedad privada.
Así cuando un conservador oye hablar del patriarcado no entiende de qué le están hablando. Porque para él la tradición, la cultura o la civilización no han sido impuestas por sus padres ni por un sistema opresor sino mediante un proceso osmótico llevado a cabo en la majestuosa lentitud de los siglos, donde nada resulta exigido sino que ha sido probado y testado hasta la extenuación.
¿Acaso creen, por poner un ejemplo, que no hubo muchas probaturas hasta llegar a instituciones tan consolidadas como el comercio, el matrimonio o la familia? Desafortunadamente los tres pilares de la libertad desde la responsabilidad personal, la familia y la propiedad privada está siendo atacadas pretendiendo desmontar en unos años lo que costó milenios construir.
La cultura, no al modo bastardo como se entiende hoy, sino como civilización. Ya lo llamen cultura o civilización se trata del agua del ancho cauce de la tradición que desecha nuestros miedos, asegura nuestras vidas e impide nuestro desborde y garantiza la continuidad de la especie. (Ver La vida secuestrada III: La cultura en este blog).
Y todo esto es así porque no había un libro escrito, ni dictado de la razón que nos dijera como hacerlo. Es la obra de muchos y nace de la conjunción de muchas individualidades a lo largo de los tiempos, no es obra de patriarcas sino de todos los seres humanos pretéritos.
La finalidad de la acción humana
El conservador en tiempos del coronavirus.
Probatura continua de modelos sobre el mejor modo de hacer las cosas
El comercio fue uno de esos brillantes logros de esa ciencia de prueba y error que es la acción humana que Hayek consideró un proceso espontáneo. Nada tiene de intuitiva la idea primigenia de comerciar, como no es intuitiva la creación de la propiedad o del dinero como medio de pago. Tan poco intuitiva es que aun hoy todavía las discuten.
El concepto de propiedad privada tampoco era accesible a la razón humana pues en el inicio de los tiempos el estadio originario del hombre era grupal, donde todos los bienes se compartían por la comunidad durante la mayor parte de la primigenia existencia de la humanidad. Todavía hubo interpretaciones recientes como el comunismo donde la pretensión era compartir la riqueza entre todos. Aun hoy, hay grupos humanos retrógrados que al parecer siguen prefiriendo la tribu, el autoconsumo, el huerto y el intercambio directo de bienes y servicios.
Realmente es un arcaísmo que se sostiene y se mantiene hoy, tal es el caso de la pretendida redistribución de la renta que el progresismo ha terminado encargando al Estado benefactor y de hecho se aplica profusamente hoy en día. Se persigue la igualdad por la via del concepto prehistórico del reparto comunal cuando la riqueza para ser creada requiere que no se produzca la extracción onerosa de los activos necesarios a tal efecto.
También el orden extenso está lleno de casualidades cómo puede ser la invención de la rueda o la obtención del fuego. El descubrimiento de la penicilina y tantos otros.
Visto así, se entiende muy bien que el conservador quiera proteger lo que ha costado una eternidad – generaciones, sangre, sudor y lágrimas- comparada con la breve vida de un hombre. No hay un ápice de soberbia ni de omnisciencia ni de imposición en el pensamiento del conservador. Lo suyo es probatura continua de modelos sobre el mejor modo de hacer las cosas y, si algo funciona, no lo cambia. La búsqueda de las mejores formas de respeto, de organizar la convivencia en libertad y de asegurar la continuidad de la especie humana está escrita en el ADN del conservador.
El aumento del grado de desorden del sistema civilizatorio
Así la tradición, la civilización, la costumbre o la cultura, son ideas de grupos humanos que, contrastadas a través de los tiempos, se han convertido en creencias sobre el mejor modo de hacer las cosas. En el sentido orteguiano: «Vivimos, nos movemos y somos con nuestras creencias», o «las ideas se tienen ,en la creencia se está». La base de la creencia es que nadie la discute. Creencias que pueden cambiar pero su modificación, cuando hablamos de civilización, atañe a un horizonte temporal que excede en mucho la vida de cada ser humano.
El ataque frontal y despiadado que hoy sufre la tradición está en la discusión permanente y total de toda creencia bajo los devastadores catalizadores del nihilismo y el relativismo moral. Les voy a poner un ejemplo. Cuando uno abre la puerta de su casa y sale, confía en su creencia de que hay una calle, no hay un vacío sino que hay un suelo estable bajo sus pies y su ausencia provocaría una estremecedora convulsión en su creencia. Pues bien parece que la civilización está perdiendo el suelo estable bajo sus pies y hay que verificar todo aquello que se daba por sentado, es decir se está perdiendo la estabilidad y la seguridad que nos proporcionaba la creencia. La vida se ha vuelto un caos, el fuerte aumento del grado de desorden ha puesto en ebullición la entropía del sistema civilizatorio.
Pero volvamos por donde íbamos antes de esta mención al estado actual de cosas.
La vida secuestrada II: La trampa lábil (Petrusvil)

El hombre por si solo es incapaz de crear la cultura o la civilización, ni siquiera intuye cómo se llega a ellas ya que su construcción es de una complejidad inaccesible a la razón humana dado que es un proceso evolutivo de prueba y error que acontece a los largo de los tiempos y distintos modos, maneras o probaturas, y simplemente se eligieron unas no porque el hombre las preadvirtiera sino porque al probarlas resultaron mejores respecto de las otras.
La vida secuestrada II: La trampa lábil Petrusvil
El conservador en tiempos del coronavirus.
La ciencia de la civilización solo conoce el método de prueba y error.
La civilización siempre es mejorable, al igual que en la ciencia los modelos se someten a falsación, también ocurre con los modelos civilizatorios. Mientras que la ciencia tiene los modelos matemáticos y empíricos, la ciencia de la civilización solo conoce del método de la prueba y el error. Las estructuras civilizadas solo disponen del empirismo cuyo conocimiento procede únicamente de la experiencia previa testada, la tradición.
Ya estoy acabando de situarles en el “contexto”. Turbia palabreja que, como muchas otras ha sido colonizada por la progresía, otorgándole un efecto insalvable al entorno. Y que intenta justificar cualquier razonamiento, comportamiento u error como producto del contexto. De manera que se arguye que el entorno – el contexto- modifica la conclusión, ya ven, relativismo puro. Como si el hombre no pudiera salvarlo, abstraerse de él por medio su razón o su mera fuerza de voluntad. Yo prefiero volver a llamarlo, circunstancia, en vez de contexto.
El conservador en tiempos del coronavirus.
De lo expuesto anteriormente se extrae otra consideración muy importante. Observen que la frase “el mejor modo de hacer las cosas”, el fin, está impregnada de un valor ético o moral, como lo prefieran. Y digo esto porque ese objetivo excluye tanto a los comunistas, a los progresistas como a los liberales a ultranza. Sitúo, para entendernos, al conservador en un lugar muy ajeno al de ellos. No situado ni a la derecha ni a la izquierda ni en ningún lado en concreto.
No, no hablo de posiciones espaciales sino de maneras de observar y comprender el mundo. Digo que los excluyo porque para unos su pretensión es imponer su visión parcial y lo más rápidamente posible; su modo particularísimo de hacer las cosas. Y para los otros su objeto es la libertad absoluta, sin reglas ni cortapisas (ni éticas ni morales) por lo que para estos últimos no hay un mejor modo de hacer las cosas sino que cada uno puede hacer lo que quiera.
Aristóteles, Santo Tomás y la Escuela de Salamanca
Ya hemos dicho que la construcción del mundo es libre pero de una manera integrada, completa, inaccesible a la razón y que proviene de la libre acción humana. Pero, toda acción humana tiene un fin o fines.

Fue Aristóteles quién habló por vez primera de esa acción humana refiriéndose a la búsqueda del bien pero con un sentido individualizado. En “La Ética a Nicómaco”, afirmaba: “Toda acción humana se realiza en vistas a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca”. Para Aristóteles el fin se identifica con el bien y, el bien último para él, era la felicidad.
Es el mismo concepto que utilizó la Escuela Austríaca 24 siglos después con un matiz más utilitarista. Referido a la acción humana en la provisión de bienes escasos (Economía). Con el que se explicitó la teoría del orden extenso, del que ya he hablado, como un mecanismo espontáneo capaz de recoger y aprovechar un vasto conjunto de conocimientos diseminados y espaciados en el tiempo producto de la acción humana sin que hubiera razonamiento que lo previera a priori. Es decir, inaccesibles a la razón humana, salvo explicación a posteriori.
El conservador en tiempos del coronavirus.
Para no alargarme, sitúo la acción humana del conservador provista de un fin motivado originariamente en el bien personal que se busca (Aristóteles) y en el de la comunidad que culmina en la postulación de la ley moral y un derecho natural. Y se puede llegar a ellos, entre otras, por la vía teológica (San Agustín) o por la razón o filosofía, (Santo Tomás) para adquirir el conocimiento de las leyes, físicas y éticas o morales del orden natural. Incluso se puede llegar por la intuición como si el corazón del hombre fuera guiado por una mano invisible hacia ellas.
Podemos incluir en ello a Hayek porque el mismo incluyó a la religión como coadyuvante en el orden extenso como ya he comentado ( catalaxia ). Tampoco debemos olvidar a su predecesores de la Escuela de Salamanca cuatro siglos antes de Mises y Hayek y antes de Adam Smith. En la que un grupo de teólogos católicos que pensaban en torno al libre comercio y el mercado desde la moral y el derecho natural dejaron claro que la religión no es incompatible con el capitalismo, más bien le otorga bases éticas y morales de actuación. (Introducción a la Ley Natural – Mises Institute).
El conservador sigue teniendo la ley moral y el derecho natural como normas superiores
En estos tiempos la ley moral y el derecho natural han sido apartados por medio de dos operaciones de largo alcance pero coincidentes y colusorias. Por el lado filosófico la fumigación o irradiación en la sociedad del nihilismo y el relativismo que se han ido infiltrando en la medida en que Dios y la religión eran lenta y sutilmente eliminados de la vida del hombre. (Decir que la pobre filosofía no tiene ninguna culpa en ser, casi siempre, arteramente utilizada en los constructos humanos).
Y por el lado propiamente legal y normativo, la aparición del Derecho positivo que, con toda su caterva intrusiva y deconstructivista de regulaciones legales, está socavando tanto el orden extenso como la tradición. Ambos, la ley moral y el derecho natural, son relegados al ostracismo al poner todo el enfoque en los sistemas parlamentarios y en los organismos supranacionales como entes con capacidad regulatoria ilimitada sobre los derechos, la vida y la libertad de los individuos. La libertad y el orden moral están siendo decapados bajo esta suplantación artera.
Fíjense que la ley moral y el derecho natural proporcionaban un asiento firme, el último valladar de defensa – lo siguen siendo para el conservador- ante el acoso a la libertad personal que perpetran contínuamente las leyes, derechos inventados, regulaciones y normas administrativas de los sistemas parlamentarizados y otras «adminis-atraca-ciones». Por encima de toda legislación humana estaban, y siguen estando a nuestra disposición la ley moral y el derecho natural para decidir sobre nuestros asuntos personales y vitales; como normas e incluso como exigencias superiores.
El conservador en tiempos del coronavirus.
La moral ha sido sustituida por las leyes, hasta el punto que todo lo permitido legalmente es moral cuando sólo sería lícito; y el derecho natural – hasta el consuetudinario que es el derecho más tradicional de todos- ha sido sustituído por el derecho positivo. Es desconsolador un adjetivo tan inapropiado, casi un oxímoron, para un sistema legal que depende de las élites parlamentarizadas.
En un modo simplista pero simpático de explicarlo, la moral que sigue acompañando al conservador es la de sus madres: «Hijo haz lo correcto porque es lo correcto». Ese orden moral transmitido por una madre sobre el mejor modo de ser y hacer las cosas. Sorprende que sigan hablando del patriarcado ante tan maternal imposición.
¿Y cuál es el fin? ¿Cuál es el bien que se busca?
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La civilización – la tradición o costumbre- se sustenta pues sobre un pilar del que todos los seres humanos nos beneficiamos porque nos permite acceder a conocimientos que no poseemos como individuos solos, que no son producto de la razón sino de la tradición o el modelo civilizatorio, creado espontáneamente por la acción de todos los hombres. De lo dicho se concluye que el acto de creación civilizatoria es un continuum inaccesible a la razón, al individuo y a la sociedad. No está en mano de los hombres de una época dada juguetear con lo ya construido, ni deconstruirlo, porque ese intervencionismo pretendidamente buenista y arrogante sólo conduce a desastres sociales y económicos.
El fin no es pues la felicidad que es cosa eventual, propia de cada uno. Ni el progreso cuya falacia estriba haberse convertido en un fin en si mismo, ese ir hacia delante no es un fin sino muchos caminos posibles, y un destino desconocido no puede ser un fin. Si no está a nuestro alcance saber hacia dónde hemos de dirigirnos, el progreso en si es un canto al sol.
El fin no es ir construyendo por ley una infinitud de derechos, antiguos y nuevos- que esos ya los tiene el hombre per se y están grabados en la ley moral y el derecho natural- porque dejan expuestos esos derechos al albur de lo que cada sistema parlamentario a su supuesto modo omniscio pergeñe. Un derecho se puede dar por perdido cuando se escribe en un papel. Si los parlamentos sigen hiperregulando derechos, por cada derecho que nos vayan otorgando una porción más de nuestra dignidad nos habrán quitado y, al final, de la libertad no quedará ni rastro. (Ver la «Declaración de derechos y política» en este blog)
El fin no es ser buenos eso es cosa que atañe al ejercicio de la moral personal individual. Tampoco es el fin es ser ecologistas, ni feministas ni salvadores del planeta, etc. Esos podrían ser medios pero no son fines en sí mismos. En cualquier caso, no es cosa de una generación sino de todos los hombres, antiguos, presentes y futuros. No está en nuestro conocimiento actual saber como hay que hacerlo y tampoco estamos seguros de que tengamos que salvar el planeta, ni a las mujeres ni a la fauna y flora y menos salvarlos de nosotros mismos. ¡Que absurdo! Ni siquiera de que necesiten ser salvados. Saliéndome del sarcasmo, no estoy diciendo que no hayamos de ser cuidadosos y amorosos con las cosas, las personas y los animales. Por supuesto, pero no nos volvamos locos.
Todo esto de la salvación de mucho, muchos y peculiares, y de todo lo que nos parezca que sea salvable; parece un trasunto de la Salvación Eterna trasladado al laicismo donde nos erigimos en salvadores del futuro sin tener ni idea de cual es y será, ni si lo necesita. Lo que si está cada vez más claro es que nadie vendrá a salvarnos de nuestra estulticia omnisciente.
Los fines humanos son individuales pero la humanidad no tiene ni fin ni fines, salvo que recurramos a la religión. ¡Que cosas, eh!. Claro que el fin de cada hombre individual puede ser la felicidad, la salvación eterna, la santidad, el autosustento, el amor al prójimo, la acumulación de riqueza, ayudar y mejorar la vida de nuestros congéneres, etc. etc. Hay tantos fines como hombres y cada hombre puede perseguir innumerables fines, unos altruistas y otros utilitarios.
Para los que somos religiosos, Dios ha dado una finalidad a nuestras vidas y en última instancia ese fin es la Salvación. Para los cristianos, Él es el único ser omnisciente.
En puridad, dejando a un lado la religión, lo más parecido a un fin, y no lo es en sí mismo, es proseguir con la obra emprendida dejando que se siga haciendo por si sola, sin enajenarnos con utopías. Lo mejor es dejar que el orden extenso y la tradición sigan determinando el mejor modo de hacer las cosas; aportando, eso sí, cada uno con humildad su grano de arena sin correr alocadamente hacia donde nuestra cortedad de miras, comparada con lo extenso, crea que debemos ir.
El conservador en tiempos del coronavirus.
La salvación laicista
Todo parece en peligro y todo parece que necesita ser salvado. ¡Que asunto más extraordinario! Tampoco parece que lo estuviéramos haciendo tan mal hasta ahora, precisamente ahora en que hemos alcanzado las más altas cotas de bienestar, seguridad y riqueza que la humanidad pudo soñar. Sin descartar que se necesite mejorar desde luego. Es desagradablemente epatante que unos cuantos políticos y asociaciones que llevan perserverando machaconamente desde hace años en el empeño acusatorio del mal que hacemos al planeta y a la humanidad hayan concluido que somos una especie perversa y cancerígena, y pretendan enjaularnos en lo sostenible y en la autoinculpación.
Suena todo esto y mucho a aquel concepto de culpa lacerante de antaño que, trasladado al orden laicista, conduce a la dominaciónn del hombre. Serás perdonado si te portas bien y aceptas nuestros postulados. El laicismo encuentra en la usurpación soez e interesada de la moral cristiana la forma de asentar su propia religión pagana, regalando exigencias morales laxas pero con un sentido de culpa y una obediencia cerril al modo de una secta; y prometer como fin último su particular salvación de la humanidad.
Los políticos deben dejar de ser augures del futuro y dedicarse a servir.
La actitud del político que se ha erigido en augur futurólogo hubiera de ser limitada a lo práctico cotidiano pues del futura ya se encarga el orden extenso. Respetar la libertad de las personas, la libertad de tomar decisiones sobre su vida, la libertad sobre qué hacer con el dinero que ganan. No están para venderles que le van a salvar pase lo que pase; o para convencerle de que estas sujeto a riesgos vitales -qué cosa más normal de la vida: el riesgo- y sobre todos ellos regulen, y se ofrezcan a cuidarte para que cuestes menos. O para convencerte de que eres una minoría, que te van a ayudar y a salvar de los que supuestamente te acosan.
Lo que quiere un político no es un fin ni un medio es, simplemente, lo que un sólo un individuo o su partido quiere y, desde luego, ninguno de ellos tiene la bola mágica de ver el futuro. Nada tienen que ver con los fines civilizatorios. Hubieran de retornar a ser meros gestores de lo público que es lo único que tienen que ser y basta.
El conservador en tiempos del coronavirus.
A modo de conclusión
Hemos llegado hasta aquí después de miles de generaciones y en el devenir de los tiempos se han ido probando, desechando, ahormando, añadiendo, conjuntando, etc. distintos modos individuales y sociales de hacer las cosas; de instaurar progresivamente nuestra civilización, nuestra cultura; de elaborar reglas y normas que sean la base o más bien una orientación en la complejidad, en suma la denostada tradición; todo ello para tomar nuestras decisiones bajo un prisma moral o ético sobre el bienestar del hombre ya sea físico, intelectual o espiritual (sentido de la transcendencia); y que coadyuven a la supervivencia individual y como especie. (Ver la « La vida secuestrada II: La trampa lábil.» en este blog).
El conservador debe volver a escena. ¿Pero cómo? Para empezar dejándose ver y, muy a su pesar, volviendo a tomar parte activa en este convulso mundo contemporáneo.
El conservador en tiempos del coronav
¿Qué puede hacer el conservador en los tiempos del coronavirus?
El actual estado de cosas.
Ya he ido expresando a lo largo del texto algunos de los males que asolan nuestro tiempo. Matizaré alguno y añadiré algunos más.
La sociedad actual de progreso transita por un estadio vital juvenil. En el sentido de querer cambiarlo todo porque nada le gusta y en un no saber lo que quiere y, como no lo sabe, se dedica a probarlo todo. Ese es el quid de la ideología, inventarse modos civilizatorios impuestos, presos en ese ardor que es propio de la juventud. En lo que se podría llamar disforia ideológica. Ese estadio del pensamiento humano, la ideología, que también es relativamente reciente, ha arrasado en nuestras élites y las encamina a la arrogancia, a la omnisciencia y al mesianismo; al pretender estar en el conocimiento exacto de que es lo mejor para el hombre presente y futuro.
A la pérdida de libertad, la destrucción de la familia, se está uniendo a pasos agigantados la dilución de la propiedad privada bajo los impuestos confiscatorios y las onerosas deudas públicas de los Estados. Convertidos estos en los supuestos garantes del bienestar y de los derechos del hombre y sus variopintas e interminables singularidades minoritarias que necesitan ser salvadas.
El conservador en tiempos del coronavirus
A nadie se le escapa, a estas alturas, que se trata de un ataque frontal a los tres pilares de nuestra civilización occidental. La libertad, la familia y la propiedad privada.
La ideología dominante ha encontrado en la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad y en su forma perversa de compra masiva de voluntades el vértice para el ataque totalitario que está sufriendo occidente en el último medio siglo (Ver « Política, economía y corrupción» en este blog). La pujanza del ataque se sostiene precisamente porque esta corrupción abarca todos los ámbitos de la sociedad.
Siendo significativa por su influencia la compra de voluntades por entidades públicas o privadas – incluyendo notorios personajes- de los científicos, médicos, lobbies, ONG’s, activistas, funcionarios, empresarios, docentes, mass media, periodistas, mundo del cine y todas las artes.
A ello se añade la gran concentración de poder económico y tecnológico, monopolios accionariales podríamos llamarlos.
Metacapitalismo y comunismo unidos en comandita.
Todos los Estados, las fundaciones privadas o públicas; las grandes corporaciones (farmacéuticas, alimentarias, energéticas, grandes marcas de ropa y complementos, bancos, Big Tech, etc. La lista es larga), las entidades supranacionales; todos ellos, en colusión, practican la corrupción generalizada, la compra masiva de voluntades de ciudadanos y grupos sociales; bajo una fuerte concentración de poder económico. Este es el modus operandi de lo que puede llamarse el metacapitalismo. Todo ello adornado con una fariséica etica mercantilizada, sostenible, ecológica, culpabilizadora y, a la vez, beato buenista.
La eclosión como potencia mundial de la China comunista no es más que la simbiosis ´perfecta´ entre el capitalismo y la tiranía comunista sobre los individuos. Este modelo híbrido parece haber encantado a los gurús globalistas de occidente.
El PCC Chino, que también anda comprando y sobornando a medio occidente, colusiona también estratégicamente con las corporaciones tecnológicas extranjeras y las suyas propias en las formas de censura, supervisión y control de la población en todas y cada una de sus actividades (GMAFIA /BAT: Alphabet (Google), Amazon, Apple, Microsoft y Facebook y BAT (Baidu, Ali Baba y Tencent)).
Tanto el metacapitalismo occidental como el Partido Comunista Chino (PCC) encuentran en la supremacía tecnológica basada en la IA y el BigData un punto de interés común: La nueva tiranía de los algoritmos. No ataco a la IA ni al BigData sino que, como siempre, pueden y están siendo utilizadas con fines espurios.
Todo para lograr lo que ellos piensan que es mejor para nosotros o, más propiamente, para ellos. Es difícil ponerle nombre a esta confluencia de intereses por lo que he decidido usar un acrónimo ya en uso: NWO. El mismo « Foro de Davos habla de «El Gran Reseteo o Gran Reinicio » En su última Cumbre ya proponían sin tapujos reiniciar el planeta. ¿Reiniciar el planeta no les suena a fatal arrogancia? Un reducido grupo elitista de iluminados jugando a cambiar el mundo como si fuera un exin castillos.

La lucha que se está llevando a cabo el mundo nunca será decidido por bombas o cohetes, por ejércitos o poder militar. La verdadera crisis a la que nos enfrentamos hoy es espiritual; en la raíz, es una prueba de voluntad moral y fe.
Ronald Reagan.
El conservador en tiempos del coronavirus.
El oportuno virus chino
Bajo la excusa sobrevenida del coronavirus, se ha aprovechado el terror viral para tomar las medidas más totalitarias y restrictivas jamás vistas en tiempos de paz en la era moderna. El miedo a la muerte es la llaga vital propia del nihilismo. Los hombres llega a comportarse como una manada de animalillos asustados.
Restricciones a la libertad, bloqueos y toques de queda más propios de los tiempos de guerra, otra vez con la excusa de protegernos a todos. De nuevo el «es por vuestro bien» es la cantinela del político. Toda esa maquinaria niguota (NWO) ha cogido carrerilla aprovechando el evento globalizado. No voy a entrar en disquisiciones sobre las múltiples teorías sobre el coronavirus. Lo que si digo es que ha sido hábilmente utilizado para acelerar un cambio que ya estaba en marcha.
Ni siquiera es ya una reforma de la civilización es una demolición de la que hemos conocido hasta ahora y su sustitución por la ideación omnisapiente de unos pocos.
El conservador debe ponerse a restaurar lo que se ha deteriorado.
Como ya hemos visto, el conservador no aspira a construir un mundo mejor porque su idea de lo que es mejor puede estar equivocada. Y si él no la sabe tampoco lo va a saber el Estado. Ni ningún organismo supranacional, ni los supermillonarios mesiánicos, ni los chinos de la China comunista, ni todos estos juntos.
Pero hay una última cualidad del conservador de la que no he hablado: Es manso, no en cuanto a dócil sino en cuanto a actitud vital. (“Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad” — Mateo 5.5 ) Y es poseedor de una santa paciencia que mantiene y sostiene hasta que en el exceso del abuso se harta entonces no le queda más remedio que intervenir para restaurar.
Volvamos a mi frase inicial: «
El conservador tiene la misión de restaurar lo que se ha deteriorado. De devolverle su esplendor » Pues a ello se debe poner. Y esto solo lo puede reconstruir recuperando la libertad que fue capaz de generar el orden extenso y la tradición. Luego su primera tarea y más importante es la recuperación de las libertades individuales. Sin eso no se puede restaurar todo lo demás.
Relanzar el potente mensaje de la tradición
El conservador en tiempos del coronavirus
En la guerra de las ideas o cultural – que comenzó no ha mucho como primera prevención- la única forma que tiene el conservador de hacer frente a la ideología es recuperar el potente mensaje de la tradición. Eso requiere dos cosas. Recuperarlo para sí porque lo tenemos guardado en el cajón y volver a divulgarlo para los demás. Y, la otra, volver a situarse en los centros de poder para restaurar el marco civilizatorio.
Es urgente recuperar la iniciativa que se perdió cuando arrolladoramente surgió el progresismo en los años 20 del siglo pasado. En el bien entendido de que, aunque no perdiera -el conservador- sus cuotas de poder por turnos, si vióse arrastrado; y no supo contrarrestar una idea tan potente como dañina por su soberbia sobrevenida. Algunos, casi todos al final, fueron deslizándose por la resbaladiza pendiente del progresismo. Fueron dejando intactas las leyes progresistas y hoy son socialdemócratas conversos o liberaloides; o sea una especie en pronta extinción por absorción del otro.
Hay que recuperar y transmitir la certeza de que la construcción milenaria de la civilización es mejor -y moralmente superior- por respetuosa con la libertad y la dignidad humanas. Es mejor, digo, que la proyección a futuros distópicos de las ideologías deconstructivas -o de élites de iluminados-; profusamente vendidas como novedosas e idílicas pero que no tienen en cuenta que el hombre no es omnisciente. Nadie conoce el camino, nadie presuntuosamente puede decirnos cuál es. Hay que dejar que nos conduzca, a su grácil manera, como siempre ha hecho, lo que he dado en llamar la ciencia civilizatoria y la libre acción humana.
Por un lado, el conservador debe aportar madurez y cordura a tanta disforia juvenil arrastrada al vórtice nihilista y el ansia de poder del hombre. ¡Pero esto ya no basta! El deterioro del lienzo y el marco civilizatorio es tan lamentable que muy a su pesar, al manso, no le queda más que intervenir.

El intervencionismo de Estado como sistema para llegar al comunismo.
El conservador en tiempos del coronavirus.
Algo se ha empezado a mover el conservador en estos años. USA, Brasil, Italia (por un breve lapsus), Polonia, Hungría. Al respecto resulta muy curioso y a la vez muy significativo que los antiguos países que estaban detrás del telón de acero; y la misma Rusia que los fagocitó en el siglo pasado se hayan convertido en fuertes defensores de la tradición.
Entablar sólo una guerra cultural es una batalla perdida si el conservador no tiene el poder.
Aunque el conservador detesta ejercer el poder, dado el profundo deterioro del orden extenso, deberá asumirlo durante un tiempo hasta que empiece a recobrarse el devenir en libertad propia del sistema civilizatorio y, una vez encauzado, restaurado, se retirará para que este siga obrando en libertad.
Lo cierto es que entablar la guerra cultural es una batalla perdida si el conservador no recupera los centros de poder político, económico y social en las naciones. Esto es clave porque todo el entramado globalista se sostiene sobre los Estados que son los que recaudan los fondos y los distribuyen. Los Estados contribuyen económicamente al sostenimiento de los entes supranacionales como la OMS, el Banco Mundial, la ONU, etc. que se comportan como activistas del «nuevo orden». Siempre que hablo de fondos me refiero a compra de voluntades y a intereses creados, tanto públicos como privados.
Claro está que también existen centros de poder financiero y personajes iluminados con sus propios y cuantiosos fondos. Pero poco se puede hacer con ellos en primera instancia. Hay que pensar que el mundo empresarial está virando desde hace años hacia colusiones endémicas con los Estados; así que estos son la piedra angular que sostiene todo el tinglado. La convivencia Estado-Grandes Corporaciones es clara si se observan sus coqueteos mutuos con la distópica Agenda2030.
El conservador en tiempos del coronavirus.
Por otro lado, después de todo lo que llevo escribiendo sobre la actitud vital del conservador. ¿A qué resulta patético por ilusorio y no exento de mala fe colgarle la etiqueta de populista o fascista? ¿Un oso perezoso moviéndose lentamente es un peligro para la humanidad? ¿Un pacificador y restaurador de las libertades individuales y económicas; de la familia y de la propiedad privada como Donald Trump es un ser muy peligroso para la humanidad? ¿O sólo lo es para la élites postmodernas del NWO o del Foro de Davos?
No se me apuren presurosos cambiadores de mundos, el conservador detesta el poder, pero si hace falta lo asume y lo ejerce. ¿De qué manera? ¿Recuerdan lo que dije el principio? El conservador solo interviene en la restauración del legado en caso de que haya sufrido un deterioro apreciable y ha llegado el momento de restaurarlo.
No se preocupen que obrará con sumo cuidado y precisión para restaurar este siglo desventurado que va de 1920 al 2021; y devolvernos al cauce fértil y acogedor de la civilización occidental. Luego se hará a un lado para seguir observando como la reengrasada y restaurada maquinaria civilizatoria, el orden extenso, sigue su lento y cuidadoso proceder.
La fatal arrogancia
A esas adorables féminas que luchaban, con toda la razón de su parte, por el sufragio femenino les ha sucedido el activismo progresista. Aparentemente el modelo del activismo como fórmula para cambiar las estructuras sociales y visto como una lucha contra el opresor para instaurar lo que llamaron las libertades civiles ha tenido un éxito arrollador bajo la idea del progreso. ¿Hacia dónde? Ya han visto donde estamos.
Por poner un solo ejemplo pero muy relevante, no parece que los hombres y las mujeres hayan alcanzado la felicidad con lo conseguido por el progreso, más bien las tensiones entre hombre y mujer han aumentado -y no estoy hablando de la «violencia de género»- sino de las relaciones humanas de pareja en general.
Ese modelo lleva en sí un germen autodestructivo puesto que alguien debe decidir hacia donde se ha de progresar. Y ya he defendido por activa y por pasiva que nadie está en el conocimiento, en el saber de hacia donde hemos de ir. LLevo toda esta larga disertación partiendo de esta máxima. Lo mismo que he estado defendiendo el orden extenso y espontáneo como el mecanismo de transición intertemporal de la civilización.
El conservador en tiempos del coronavirus
No podemos engañarnos. Sobre la ciencia civilizatoria siempre han estado agazapadas las revoluciones, las prisas, los omnisapientes y los excesos. La faltal arrogancia no es la primera vez que acontece desde que el hombre empezó a poblar la tierra. Resulta irónico y absurdo que, ahora, los mismos que nos querían llevar por la senda del progreso – su progreso-, las libertades civiles y el Estado del Bienestar son los que ahora quieren dar marcha atrás camino de una regresión totalitaria. ¡Pura disforia juvenil!
Otra cosa no es la pacatería sostenible, la artera culpabilización del hombre, la subdivisión en toda clase de minorías que hay que proteger, dedicar ingentes recursos a una supuesta y necesaria salvación del planeta, el metacapitalismo-comunista, la cercenación de nuestras libertades y el control de la otrora libre acción humana mediante un gobierno central globalista que si, esta vez sí, dice por fin saber hacia dónde tenemos que ir. Orwell en estado puro.
Aterrador panorama. ¿Cuantos cambios de pareceres de los que se arrogan los modelos de futuro hemos de soportar? El cambio por el cambio es un fatal intercambio. La Agenda2030 no es más que otra fatal arrogancia.
Las pobres señoras sufragistas, con toda su buena intención, no sabían en que berengenal nos estaban metiendo.
El conservador en tiempos del coronavirus.
El conservador habla con su hijo:
– Pero niño ¿no me habías dicho que … y ahora me dices que todo lo contrario?
– Papá, no me ralles.
– No, si está claro que papá tendrá que volver a sacarte las castañas del fuego.
El conservador en tiempos del coronavirus.
FiN
El conservador en tiempos del coronavirus
La vida secuestrada(Primera parte): El deambuleo
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