
No les ha pasado que, en el transcurso de una conversación, han dudado a la hora de empezar, proseguir,;terminar o ponerle la guinda a una frase, ese trastabillarse entre las páginas del propio diccionario neuronal. ( Tener sexo con las palabras )
Con la lengua suspendida, como un frio iceberg flotante en el húmedo mar bucal y que te deja con la mirada in albis,;perdida en el apuro del que anda buscando, del que apostado en la reserva de Broca espera cazar esa anhelada pieza. Ese vocablo huidizo cual presa deseada, durante unos brevísimos o inacabables instantes mora entre el paladar;y el pliegue sublingual, en el coto de Wernicke o en las fincas de Broadman.
Una oración interrumpida al empezar que sube desde el precipicio maxilar en un ligero rubor mientras que, a la vez,;un leve sudor frio baja por la frente como una lágrima liberada mientras el corazón late con frenesí contenido durante un breve tránsito intemporal,;a nuestro parecer eterno, hasta ese instante en que ella empieza a flirtear con descaro con la punta de la lengua,;como cuando una persona no se presenta y su nombre bailotea sobre nuestra lista de conocidos y revisamos los retratos de nuestra memoria.
La deseada empieza a surgir de forma entrevelada, como un ectoplasma blanquecino y vaporoso que va apareciéndose con una lentitud fantasmal,;ella insinúa en su levedad la belleza que adviene, se asoma voluptuosa entre los visillos de la laringe para nacer,;exuberante, con su vestido de novia de amplio vuelo,;de curvas sinuosas, llenando el instante con ese sonido de la completitud que tiene la razón porque ella es redonda para ese argumento que presentamos.
Es perfecta, la mejor amante que merece esa frase aun inacabada. Y, hete aquí, que asoma pleno e inigualable el placer intelectual que acompaña cada vez al parto de la palabra precisa,;tan físico él como ese otro maravilloso del sexo pero más asombroso que este, ese inigualable acto;de la creación mental que se eyacula por la boca y transita el aire hasta la oreja expectante del que se digne acogerla.
La gestación del verbo completo es, aunque circunstancialmente no lo parezca, infinitamente más rápida que el coito;– ¿quién osaría negármelo siendo algo que sucede a la velocidad del sonido?- y si cabe más placentera aun. Y es que el placer intelectual es mucho más intenso y duradero que el éfimero orgasmo de esos diez benditos segundos;que nos traen locos a todos los hombres y, sobre todo, sin los riesgos colaterales que conlleva este último, ya sean embarazantes o contagiosos.
Si repetimos la experiencia una y otra vez da origen a múltiples orgasmos sin que se produzca el natural cansancio que acompaña al otro placer;que toma la forma previa de jadeos entrecortados y escorzos inverosímiles para acabar en una respiración entrecortada,;jadeante y el imperativo abandono al relax que sucede al evento; que pide a gritos un cigarrillo y una posterior conversación agradecida y entregada entre los dos amantes.
No, así no es el placer mental de la creación verbal, este, con ser explosivo en el hallazgo del término preciso, no es cansino,;puede ser interminable y jamás se cansa en la búsqueda de la creatividad lingüística y sonora. Esta forma placentera capaz, entre otras muchas cosas,;de ganar la embelesada atención de las féminas a través de la lengua – sea dicho esto sin segundas qué os conozco-.
Juega como un niño incansable con las miles de millones de combinaciones posibles muchas más que los 300 millones de espermatozoides;que se movilizan cada vez que son llamados a filas. Las infinitas formas verbales son amplias, fértiles y hermosas.
El escritor o el orador, o el que platica en un círculo –;como antaño el madrileño Café Gijón- son, en estos términos precisos de los que os hablo, hedonistas del verbo y el razonamiento. La oratoria es la más bella expresión del sexo con las palabras.
Como los tiempos no estilan la excelencia comunicadora, ya quedan escasísimos hedonistas de la palabra;porque para poder disfrutar de ese placer hay que amar la voz y el verbo;que tan ricamente se expele como un aroma de rosa sin abrir. Ya nadie la ama porque, como todo amor que se precie,;requiere esfuerzo y hoy la plebe sita en la comodidad lábil de lo vulgar;no está para tamañas penalidades por mucha generosa y placentera recompensa – para ellos algo inconcebible, inaccesible a sus entendederas- que prometa su praxis.
Dedicada a mi buen amigo Rafael Cerro. ( @rafaelcerro )
Tener sexo con las palabras
FiN