El Blog de Petrusvil | Prosa Poesía

Narváez la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

18/08/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 16 minutos.

Tabla de contenidos

Narváez - La Noche Triste y la batalla de Otumba– Hernán Cortés II

Siguiendo con mi aportación a la conmemoración del 500 aniversario de la toma de Tenochtitlán (México) por Hernán Cortés prosigo por donde nos habíamos quedado en la anterior entrada – “El tesoro de Moctezuma – Hernán Cortés I”- en el momento en que Cortés  decidió decidió salir al paso de Narváez y combatirle. (Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II)

Cortés supo, por el capitán que había dejado en la costa, que al mando de cierto Narváez, y por orden de Velázquez, habían desembarcado en Veracruz tropas que llevaban la orden de destituirle y conducirle prisionero a Cuba, para responder de un delito de rebelión manifiesta y por extralimitarse en el uso de sus funciones.

Narváez la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Preparativos antes de marchar

… se enteró también de otros detalles increibles. Los dieciocho barcos de Narváez traian 900 hombres, entre ellos 80 jinetes y 150 ballesteros, además de numerosos cañones. Cortés, metido en su polvorín de la ciudad de Méjico, se veía atacado por un ejército de propios compatriotas;que venian a su encuentro con fuerzas mucho más fuertes que las suyas; y que representaban el mayor ejército que hasta entonces se había empleado en la conquista del Nuevo Mundo.

Cortés dejó a uno de sus oficiales, Pedro de Alvarado, como jefe de guarnición y guardián de Moctezuma, el rehén más preciado; con las dos terceras partes de su ejército, y él, con el tercio restante, que eran ¡setenta soldados!, salió al encuentro de los buques de Narváez.

Antes de salir de la capital convenció a Moctezuma del gran castigo que iban a sufrir los traidores de su propio pueblo. De tal modo, que aquel vacilante príncipe se atemorizó aún rnás, y no escuchó a sus consejeros,;que intentaban que se sublevara en un momento tan oportuno. El pobre Moctezuma intentó calmar a Cortés. Y en su litera –bien guardado por Alvarado – le acompañó hasta dique exterior, y lo despidió y haciéndole presentes sus buenos deseos…

Y así se lanzó Cortés, con su exiguas e improvisadas fuerzas,;que con los refuerzos indios alcanzaban la cifra de 266 hombres, a la llanura, a «tierra caliente». La lluvia arrecia y brama el temporal. Los exploradores hacen saber a Cortés que Narváez ha alcanzado Cempoalla. Sólo el curso de un rio le separa ya de su adversario.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Narváez - La Noche Triste y la batalla de Otumba– Hernán Cortés II
En negro la ruta de inicial Cortés desde San Juan de Ulúa hasta Tenochtitlan. Situación de Cempoallan en el mapa en rojo.

La Batalla de Cempoalla (1520)

Narváez, mientras tanto, con acierto y experiencia bélica,;intenta bajar por la noche a las riberas para enfrentarse con Cortés, pero el violento temporal provoca el descontento de sus soldados. Convencido de que aqueIla noche no cabe esperar un ataque de Cortés. Y confiando en la superioridad de sus armas, se retira de nuevo a la ciudad. Narváez se engañó. Cortés, vadeando el río, sorprende a los centinelas en la noche de Pentecostés del año 1520. Y al grito de guerra «Espiritu Santo», sus mal armadas huestes, con él a la cabeza, penetran en el campamento de Narváez, colmado de armas y de hombres.

La sorpresa fue total, y tras breve y terrible lucha, iluminada por el resplandor de los incendios y los fogonazos de aquellos cañones;que solamente podían disparar una vez, conquistaron el campamento. Narváez se defiende en la torre de un templo pero una lanza le alcanza el ojo izquierdo y a su grito de dolor sigue el de victoria de Cortés.

Más tarde, se decía que los cocuyos, unos escarabajos luminosos baslante grandes, habían intervenido en favor de la justa causa de Cortés,;presentándose de repente en bandadas y volando ante los defensores de la plaza; de tal modo, que éstos creyeron que se aproximaba todo un ejército dotado de potentes armas de fuego. La victoria se decidió al punto a favor de Cortés. Y el alcance de la misma quedó patente cuando la mayoría de los vencidos se declararon dispuestos a servirle; cuando él se hizo cargo del rico botin de cañones, arcabuces y caballos; y, por último, cuando comprobó que,; por vez primera en la historia de la campaña de Méjico, podía verse realmente al frente de una tropa poderosa.

Pero los rápidos triunfos que de modo tan sorprendente lograra el audaz y escaso puñado de hombres,;no los superarían ahora las más nutridas y mejor pertrechadas tropas sino a fuerza de dolor, sacrificio y sangre.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

La civilización azteca

Para entender lo que aconteció a continuación hay que detenerse un momento en la civilización azteca, en su sangrienta y canibalística religión. Y narrar lo que aconteció antes y durante el enfrentamiento con Narváez en Tenochtitlán.

La azteca era una civilización fuertemente estructurada y avanzada, con grandes conocimientos de astronomía. Sus sistemas de ordenar el tráfico (sin embargo no habían descubierto la rueda); y transmitir las noticias, y expertos en la construcción de suntuosos edificios sagrados o profanos. Con una vida social bien dispuesta y desarrollada, los aztecas tenían profundos conocimientos sobre la educación y la enseñanza.

La capital del imperio era la rica ciudad de Tenochtitlán (lugar de Ténoch, «tuna de piedra»), construida sobre un islote en medio de un pantano, en el Lago de Texcoco. La isla fue ampliada artificialmente por los mexica hasta convertirse en toda una ciudad flotante,;lo que se logró a través de obras de ingeniería hidráulica que consistían en relleno, pilotes, canales internos, diques, puentes y acueductos. Con sus lagunas, diques, calles e islas flotantes de flores –las «chinampas» que aun vio Alexander von Humboldt– y sus Teocallis, templos piramidales escalonados. Su población según las cifras estimadas por historiadores oscila entre entre 80 mil y los 230 mil habitantes.

Desgraciadamente, la religión azteca tenía una característica atroz, sanguinaria y caníbal que, a los conquistadores les horrorizó que les parecía obra del diablo. Se trataba de los sacrificios humanos a sus dioses que efectuaban en masa y en los cuales los sacerdotes arrancaban el corazón a las victimas aún vivas. Los sacrificados eran «voluntarios» propios; jóvenes entregados como tributo por los pueblos que dominaban o bien enemigos capturados e incluso mujeres y niños.

Desde Bernal Díaz del Castillo (1492-1584), hasta el franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590). Todos ellos pusieron sobre blanco el viaje que hacía el cuerpo de una víctima desde que era sacrificada en el altar, hasta que era devorada por los aztecas. «Después de que los hubieran muerto y sacado los corazones, llevábanlos pasito, rodando por las gradas abajo; llegados abajo cortábanles las cabezas y espetábanlas en un palo y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban Calpul donde los repartían para comer», explicaba el segundo.

Narváez - La Noche Triste y la batalla de Otumba– Hernán Cortés II

Sacrificios en un templo azteca, El sacerdote se arrodilla sobre la victima, con un cuchillo de obsidiana le abre el pecho, le arranca el corazón aun palpitante y se lo enseña a la muchedumbre. Según los relatos de los conquistadores españoles, en un solo dia, en la ciudad de Méjico, fueron sacrificados de este modo hasta veinte mil personas.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Cortés visita el gran teocalli

Ante la barbarie sangriente de la civilización azteca hubo tres actitudes, la de los clérigos que acompañaban a la expedición, la de Cortés y, por último, la de Alvarado que fue la que, a la postre, desencadenó la rebelión de los aztecas.

Los padres Díaz y Olmedo, especialmente el último, desempeñaban su misión con una prudencia guiada por una gran comprensión política pero Cortés fue más lejos. Pidió permiso para visitar uno de los grandes templos. Tras muchas vacilaciones, y después de que Moctezuma hubo consultado con sus sacerdotes, le fue concedido. Subió inmediatamente el gran teocalli situado en el centro de la capital, no lejos del palacio donde se alojaba; y una vez allí dijo al padre Olmedo que aquel sería el lugar más apropiado para colocar la cruz, pero el sacerdote lo desaconsejó.

Vieron también la losa de jaspe donde se sacrificaban las victimas humanas con un cuchillo obsidiana, y la imagen del dios Huitzilopochitli, de terrible aspecto para los españoles y sólo comparable con las mascaras del diablo que la Iglesia representaba desde tiempos primitivos. Una gran serpiente cubierta de perlas y piedras preciosas rodeaba el cuerpo del dios.

Bernal Díaz, que presenciaba todo aquello, apartó la vista, atemorizado, pero vio algo mucho más terrible aún: las paredes laterales de la sala estaban salpicadas sangre humana coagulada, «El mal olor – escribe – era más penetrante que el de los mataderos de Castilla». Luego volvió a mirar el ara de los sacrificios, y observó que allí había tres corazones humanos que en su imaginación sangraban y echaban vapor.

«Cuando hubimos bajado las innumerables escaleras, me vi ante un enorme osario que llegaba hasta el techo. En él, bien ordenados en pilas sostenidas con tablas estaban los craneos de las víctimas. Un soldado calculó que habria unos 136.000».

En 2017 se hallaron calaveras de mujeres y de niños en el Gran Tzompantli de la antigua Tenochtitlán.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Los intentos de Cortés para convertir a Moctezuma

Según todas las noticias, era el mismo Cortés el primero en intentar la conversión de Moctézuma. Mas el emperador le escuchaba con cortesía,;y cuando el conquistador, en su panegírico, comparaba los sangrientos sacrificios de los aztecas con la fe pura y sencilla de la misa católica; Moctezuma le hacía ver que a él le parecia menos execrable sacrificar personas que consumir la carne y la sangre del mismo Dios.

Poco después Cortés, viendo que no conseguía nada, pasó de la etapa de las súplicas a la de las exigencias y amenazas. Ocupó una de las torres del gran teocalli. En esta ocasión, Moctezuma llegó a excitarse y se atrevió a decirle que su pueblo no lo toleraría. Cortés, insistió en que limpiara el templo, mandó colocar un altar, una cruz y una imagen de la Virgen y las paredes fueron adornadas con flores. Cuando se cantó el primer Tedéum ante todos los españoles congregados en la gran escalinata y en la plataforma del teocalli, cuéntase que lloraban alegria por haber logrado aquel triunfo de la Cruz.

Sólo faltaba un paso para que se agotase la paciencia del pueblo mexica. Y tal paso se dio. Contémoslo en pocas palabras. Cuando Cortés estaba ausente de la capital, con motivo de su victorioso encuentro con Narváez, una delegación de sacerdotes pidió permiso a Alvarado para Celebrar en el gran teocalli, en una de cuyas torres se hallaba la capilla española, la fiesta de la ofrenda de incienso a Huitzilopochtli, que se verificaba todos los años con canciones y bailes religiosos.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

El sangriento error de Alvarado

Alvarado lo permitió previas dos condiciones: que los aztecas no hicieran sacrificios humanos, y que acudieran sin armas. El día de la fiesta se presentaron unos seiscientos aztecas casi todos ellos pertenecientes a la más alta nobleza, y sin armas, pero adornados con sus más ricas vestiduras y sus joyas más preciosas, así comenzó la ceremonia. Un número respetable de españoles se mezcló entre ellos, y cuando la fiesta alcanzaba su punto culminante, a una señal convenida, los españoles se lanzaron sobre los aztecas y los asesinaron a todos.

Un testigo observa: «La sangre corría a raudales como el agua cuando hay una gran lluvia». La imprudente acción de Alvarado prendió la mecha, inutilizando todas las previsiones de Cortés para mantener el control ante una situación tan delicada y poder, finalmente, entregarle indemne e intacta la capital del imperio mexica al emperador Carlos V, como pretendía. Aunque, es muy posible que, aun no hubiéndose producido este hecho, todo hubiera acabado como finalmente acabó.

La rebelión de los mexicas condujo, más adelante, al posterior asedio y a la épica batalla de Tenochtitlán –ver próxima entrada del blog-. Ya no habría posibilidad de negociaciones y la capital azteca se tuvo que tomar con una batalla cruenta. De ataques y contraataques, de celadas y trampas, a sangre y fuego, luchándose en las calles, las casas, los puentes, los canales, las lagunas y el lago – barcos españoles contra miles de canoas indias-. Teniendo que destruir casa por casa, edificio por edificio, para poder vencer finalmente a los mexicas. La hermosa Venecia americana fue completamente destruida en el fragor de la cruenta batalla.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Cortés, a su vuelta, se encontra con una sublevación azteca

Así pues, cuando Cortés regresó de su victoriosa expedición con su poderosa tropa halló una ciudad completamente cambiada. Poco después de aquella matanza de aztecas, el pueblo se había sublevado y habían proclamado emperador a un hermano de Moctezuma, llamado Cuitlahuac, en sustitución del emperador prisionero, y desde aquel momento se puso cerco al palacio donde residia Alvarado.

Cuando llegó Cortés, la situación se había hecho muy crítica y era preciso relevar a Alvarado. Pero levantar el cerco que le mantenía aislado suponía caer en la trampa. Cada intento de Cortés se convertía en una victoria pírrica. Destruía trescientas casas, pero los aztecas le destruían todos los puentes para la retirada; incendió el gran teocalli, pero los aztecas asaltaron con nuevo furor el fortín.

Moctezuma, hombre casi incomprensible, que tenía un gran historial guerrero — había tomado parte en nueve batallas, probablemente como combatiente – y bajo cuyo gobierno el Imperio azteca alcanzó el máximo esplendor y poderío, desde la entrada de los españoles había perdido toda su voluntad. Ahora se ofreció nada menos que como mediador. Cubierto con todas las insignias de su cargo imperial, habló a su pueblo, que respondio ¡arrojándole piedras!

El 29 de junio de 1520 murió Moctezuma II, gran emperador de los aztecas, prisionero de los españoles. Con esto, el peligro que los españoles corrían aumentaba porque su última baza, la persona del emperador, ya no era una baza en el juego.

Entonces empezó para Cortés su noche más terrible, aquella que en la historia lleva el nombre de «noche triste».

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

La “noche triste”

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba– Hernán Cortés II
Cortés se lamenta en la «Noche triste»

Cuando en la «noche triste» Cortés dio orden de romper el cerco y salir de la ciudad, acción desesperada si se piensa que un puñado de hombres tenía que abrirse paso a través de un ejército de decenas de miles de guerreros, hizo extender previamente el tesoro ante sus hombres y les dijo: «Coged lo que queráis, pero tened cuidado de no cargaros demasiado. En la noche oscura anda mejor el que va más ligero de carga».

Él tomó solamente la quinta parte que correspondía a su señor y que podía concederle la gracia de Su Majestad si era derrotado. Su veterana tropa sabía el valor de su consejo y tomaron pocas cosas. Pero los bisoños procedentes de la tropa de Narváez cargaron con joyas y hasta con barras de oro, que se colocaron en el cinturón y en las botas, de tal modo que a la media hora quedaban rezagados a la retaguardia y andaban fatigosamente.

La mayor parte del tesoro quedó con seguridad en el palacio. Aquella primera media hora de la noche triste — dia 1.° de julio de 1520 — lograron atravesar la ciudad y alcanzar el camino del dique, sin que los aztecas se dieran cuenta – éstos sentían un temor supersticioso a luchar de noche. Mas cuando oyeron los gritos de los centinelas y los sacerdotes tocaron tambores en la cima de los teocallis, alli pareció que se hubiera desencadenado el infierno.

En efecto, aquello era, literalmente, el infierno. Los españoles, merced a un puente transportable que ellos mismos habian construido, lograron salvar el primer canal. Pero, a poco, comenzó a llover a cántaros, y el ruido del agua que caía se mezclaba con el de los remos de innumerables barcas de guerra, con los gritos desesperados de los españoles que no podían avanzar por aquel suelo fangoso y resbaladizo, con los aullidos de guerra de los aztecas.

Pronto comenzaron a caer sobre los españoles piedras y flechas en gran número y saltaron los primeros guerreros indigenas que apenas se distinguian en la oscuridad de la noche y en medio del temporal que se había desencadenado. Se agarraban al cuerpo de los españoles y los atacaban con puñales hechos con agudos trozos de obsidiana, duros y cortantes como el acero.

Cuando la vanguardia de la tropa llegó al segundo punto por donde había de atravesar el canal, supieron que el puente de madera utilizado para el primer paso se había hundido tanto en el fango que no era posible desprenderlo para transportarlo. Y lo que hasta aquel momento fue ordenada retirada se convirtió entonces en franca huida; lo que era tropa convirtióse en desordenado tropel de individuos que luchaban por salvar su vida. A pie o a caballo se lanzaban al foso para alcanzar a nado la otra orilla.

El bagaje, las armas y hasta el oro que llevaban, se perdieron en la oscuridad de la noche.

No es posible describir todos los detalles de esta lucha desenfrenada. Ningún español, ni siquiera Cortés — que según cuentan todos los cronistas realizó numerosas proezas y derrochó valentia- salió ileso de ella.  Al despuntar la mañana, gris y lluviosa, cuando ya había conseguido pasar dique y los aztecas de dedicaban más a recoger el inmenso botín que a perseguir al enemigo, el conquistador pudo pasar revista a su ejército.

Los datos que se tienen respecto a las pérdidas de aquella noche son muy dispares. Admitiendo la cifra media, podemos decir que los españoles quedaron reducidos a una tercera parte; y sus aliados tlascaltecas, a la cuarta o quinta de sus efectivos anteriores. Además, habían perdido todas las armas de fuego, las municiones y gran parte de las ballestas y caballos. El tropel de Cortés era una sombra espectral de las brillantes y aguerridas huestes con las que nueve meses antes entraba en la capital azteca.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

La batalla de Otumba

Narváez - La Noche Triste y la batalla de Otumba– Hernán Cortés II
Cortés con el tlahuizmatlaxopilli (estandarte de guerra) de los mexicas en la batalla de Otumba

Pero no había concluido el calvario. Durante ocho días se sucedieron las escaramuzas, en las cuales los españoles intentaban salvarse ganando el territorio de sus aliados los tlaxcaltecas, enemigos mortales de los aztecas, lo más aprisa que podían. Y esto no podia ir tan rápidamente como deseaban, porque sus cuerpos estaban exhaustos, y ahora, además, carecían de comida.

Así llegó el vencido tropel, el día 8 de julio de 1520, al valle de Otumba.

Su estado era tal que parecía absolutamente imposible que pudieran afrontar la nueva prueba que para desdicha suya les esperaba. Toda la extensión del hondo valle que abarcaba su vista, único camino por donde podían pasar, aparecia llena de guerreros aztecas. En sus ordenadas filas de combate, los españoles podian distinguir los principes que mandaban a los soldados aztecas por sus abrigos de plumas multicolores, pues los simples guerreros llevaban corazas de algodón blanco. Dichos jefes parecían aves de color en un campo de nieve.

La situación, desesperada, no daba opción a los españoles para reflexionar mucho tiempo; no les quedaba más que una solución: avanzar. No querían ser inmolados como víctimas de guerra a los dioses aztecas y luego devorados sus miembros por sus enemigos, que era el destino reservado a todo prisionero después de ser cebado en una jaula de madera. Preferible era, pues, buscar la muerte avanzando.

Toda esperanza estaba perdida, ya que el número de aztecas se cifraba en unos 200.000 hombres, contra los cuales se enfrentaban unos pocos españoles desprovistos de aquellas armas con cuyos truenos y relámpagos habían conseguido sus primeras victorias. Pero también en esta situación completamente desesperada se produjo un milagro.

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II

Con veinte jinetes formados en tres grupos, dejando en los flancos los restos de la caballería, Cortés irrumpe en aquel mar de soldados. El surco abierto por éstos es como el de un arado sobre el campo seco, se cierra cuando la mala hierba cubre la gleba. Cercados entre aquella multitud se sienten atacados por todas partes. Cortés, en la lucha pierde su caballo, monta en otro, y es herido, por un golpe en la cabeza; pero sigue avanzando. Los enemigos son legión. De pronto, descubren en medio de la multitud, en una colina minúscula, un pequeño grupo de guerreros adornados de manera muy llamativa, todos en torno a una litera, en la que Cortés distingue al jefe enemigo que se destaca por el banderín de oro que flamea.

Entonces se produce el prodigio de Hernán Cortés y digno de un cantar de gesta. Cortés, herido, espolea a su caballo, espera apenas que dos o tres de sus hombres más aguerridos se agrupen en torno a él, y empuñando la lanza y manejando la espada, cabalga por entre la tropa azteca. El enemigo, atemorizado, le abre paso, y rápidamente alcanza al comandante azteca, Matlatzincatzin, y lo derriba, y el capitán Salamanca lo mató con su lanza. Entonces Cortés le arrebata el banderín de oro y lo agita en alto.

Ilustración de la batalla de Otumba que representa la muerte del comandante azteca.

Con aquella hazaña la batalla, ya perdida, quedó prácticamente ganada. Los aztecas, al ver sus propias insignias en manos del conquistador blanco, que con ello les parecía más poderoso que sus dioses, emprendieron desenfrenada fuga. Desde aquel momento en que Hernán Cortés agitó el apreciado trofeo, Méjico estuvo perdido para los aztecas, el imperio del último Moctezuma había desaparecido.

La trilogía continúa con “La épica batalla por Tenochtitlán – Hernán Cortés III

Narváez, la Noche Triste y la batalla de Otumba – Hernán Cortés II (FiN)

FiN