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La nueva fe de los obispos

30/03/2024

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 14 minutos.
La nueva fe de los obispos

Tabla de contenidos

La nueva fe de los obispos

La pérdida de la fe apostólica

Hay un mar de fondo que afecta a la Iglesia que desalienta la fe, quizás el motivo de la crisis que está viviendo. Se puede llegar a explicar observando la laxitud ante los abusos sexuales, la dilución de la moral cristiana y del pecado para atraer a otros colectivos, y el descuido o la negación de los dogmas.

En épocas anteriores también se dieron muchos casos de inmoralidades en el bajo y alto clero,. Pero en esas ocasiones los sacerdotes tenían fe y conciencia del pecado. No les preocupaba sentirse integrados con su mundo y atraer al mundo sino seguir fieles al mensaje de Cristo. Y que la divina providencia se encargaria del resto. La pregunta que revolotea mis meninges es cómo ha sido posible que en nuestros tiempos buena parte de la jerarquía y del clero perdiera la fe católica. Y, peor aún, que fueran estos capitidisminuidos e incrédulos aupados a las más altas instancias de la Iglesia.

                Alguien podría decir que es una exageración que daña a la Iglesia, una impiedad decir que los obispos y el mismo Papa se han despistado de la fe. La impiedad la provocan ellos con sus palabras y actos, y eso es lo que daña de forma segura a la Iglesia. A mi parecer la debilidad en la fe es una evidencia. Probablemente la mayoría de los clérigos está aún convencido que conserva la fe de los apóstoles. Pero es muy revelador que sean muy escasos los que negarán que ellos se adhieren a una fe apostólica “adaptada a los tiempos”. ¡Touché, te pillé, has perdido la fe! Jesucristo no se adaptó a su tiempo, dio su vida por venir a cambiarlo.

La realidad es que conservan una fe desleída y chirle, que admite contradicciones – como la bendición de parejas homosexuales y divorciadas- y rebaja los pecados.

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La mundanización de la fe

Tal parece que la opción que siguen es la de mundanizarse y acercarse al nihilismo hedonista del hombre contemporáneo para comprenderlo y captarlo. Esto supone una trampa sibilina por ósmosis que paulatinamente les mundaniza. Por mero influjo caen en el relativismo moral al pretender atraer hacia sí al que lo practica sin exigir nada a cambio, pues para atraerlo hay que relativizar nuestras creencias y nuestras normas.

Por otro lado ya hay una crisis interna por el paganismo cristiano de los fieles actuales– lo predijo Benedicto XVI-. Todo esto, de buscar el acercamiento de unos y evitar el alejamiento de otros lo intentan solventar con la laxitud en la Doctrina de la Iglesia y la suavización expresiva y expresa de los dogmas, para no molestar en demasía a los pretendidos nuevos cristianos y atraer a todos a la “tienda común” dialogante.

“Según las estadísticas sobre la religión, la vieja Europa sigue siendo una región de la Tierra casi por completo cristiana. Pero difícilmente existirá otro caso en el que, como en este, todo el mundo sepa que las estadísticas engañan: la imagen de la Iglesia de la modernidad está determinada de forma esencial por el hecho de que, de una manera totalmente nueva, se ha convertido en una Iglesia de paganos y cada vez lo será en mayor medida: ya no es, como antaño, una Iglesia formada por paganos conversos al cristianismo, sino una Iglesia de paganos que aún se llaman cristianos, pero que en realidad se han convertido al paganismo” (p. 318).

En 1958 Bendicto publicaba un artículo, a la muerte de Pio XII con este fragmento

Es un intento condenado al fracaso contentar a los de dentro paganizados y atraer a los paganos de fuera flexibilizando el mensaje de Cristo en su Verdad Revelada. La fe que profesa la mayor parte de la Iglesia católica en la actualidad es una fe amigable (friendly) con el mundo: Con todos, todas y todes, juntos o revueltos.

                Trataré de diseccionar la “fe mundanista” de la mayor parte de nuestros obispos. Si tuviéramos que abreviar sobremanera, se podría decir que el corazón del problema es la negación de la fuente histórica de la Revelación. Lo cual constituye el núcleo férreo de la fe apostólica. Si la revelación no es histórica, entonces se mitologiza la creencia.

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Los apóstoles y evangelistas nos transmitieron una fe apoyada en un acontecimiento histórico concreto

                Los apóstoles y los evangelistas nos transmitieron una fe apoyada en un acontecimiento histórico muy concreto y determinante. El nacimiento, predicación, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth. El Verbo de Dios hecho carne, que nació de una mujer concretísima —la Santísima Virgen María— y en un lugar y en un momento determinado de la historia. En consecuencia, la revelación se puede datar históricamente. Ocurre en tiempos del emperador Tiberio, del procurador Poncio Pilatos, del rey Herodes. Y de los pontificados de Anás y Caifás, todos ellos personajes históricos sin ningún género de duda. El cristianismo alcanzó su universalidad – la de aquellos tiempos- cuando se romanizó al convertirse el emperador Constantino. Por eso la Iglesia católica es romana.

Ese es el motivo por el que tanto los evangelistas como los profetas del Antiguo Testamento usaban las genealogías. Lo que a veces nos parece un listado aburrido de nombres, en realidad es el modo de decirnos que ocurrió, históricamente, de un modo real. Y se esmeraban por ello muy mucho en proporcionarnos las pruebas de la secuencialidad histórica: La trazabilidad de los personajes históricos. Lo que importa es la determinación del lugar y el momento histórico de la Revelación, cosa que el hagiógrafo lo consigue con los medios que tiene a su alcance. La indicación de las fechas – y esto es lo importante- no permite que se pueda decir de la Revelación que siempre existió desde el principio de los tiempos, sino que se produjo, aconteció en un momento y lugar, precisos.

                Por eso, el cristianismo no solo ofrece una verdad revelada por Dios sino que la distingue, la separa de las ideas mitológicas, tal como se distingue la historia de la construcción del mito. Recordemos que el mito no es histórico sino narrativo a partir de intersubjetividad colectiva, basado en el discurso y transmisión orales. Y sólo depués es recogido, eventualmente, en la escritura en algunas culturas. Pero lo que le define tácitamente es que no tiene fechas ni historia, son narraciones atemporales.

La nueva fe de los obispos

La falsa conversión del cristianismo en mito

Sin embargo, buena parte de nuestros obispos, han asumido que el cristianismo con su Revelación, son verdades universales encarnadas en un “relato mitológico” que ha alcanzado universalidad. Ellos ven al cristianismo sólo como una plenitud de verdades universalmente válidas que se originan en la Creación, pero descreen de su carácter histórico. Y de esa manera, nuestra fe ya no se basa en una historia antigua narrada en forma testamentaria y alegórica, el Antiguo Testamento y en una Revelación Histórica puntual y precisa que nos legó Jesucristo (Nuevo Testamento) sino que es algo que viene muy de antaño, un mito.

Crónicas (con un hilo conductor temporal difuso en cuanto a sus fechas pero existente en su continuidad), con contenido biográfico, con Mandamientos (leyes), Salmos (liturgia), Proverbios (sapiencial) y profecías.

Antiguo Testamento:

Háganse estas preguntas: ¿Por qué Dios quiso que la Revelación y la Redención a través de Su Hijo, Jesucristo, fuera un hecho histórico? ¿Por qué envió a Su Hijo en un momento tan concreto de la Historia? ¿Qué hay de nuevo en la Revelación que no se hubiera dicho antes? El hecho concretísimo es que en ese preciso momento mandó a Su Hijo para que muriera, dándonos ejemplo de vida cristiana, y para mostrarnos el camino de la salvación y la vida eterna. Eso es lo nuevo. Más si cabe: ¿Por qué no lo mandó antes o después? No sabemos las respuestas, pero Dios no da puntada sin hilo. Se imaginan ustedes a Dios diciendo: Bueno, esto se me ha escapado de las manos, así que mando a mi Hijo – ese del de antes de todos los tiempos- ahora. No, eso lo sabía desde antes de todos lo tiempos.

San Agustín describía el peligro de esta situación: “La cosa más importante de nuestra religión es la historia y la profecía de las disposiciones temporales que la Divina Providencia estableció para la salvación del género humano, el cual debe ser reformado y renovado para la salvación eterna” (De vera religione 7, 13).

El fundamento para seguir esta religión es la historia y la profecía, donde se descubre la dispensación temporal de la divina Providencia en favor del género humano, para reformarlo y restablecerla en la posesión de la vida eterna. Creído lo que ellas enseñan, la mente se irá purificando con un método de vida ajustado a los preceptos divinos y se habilitará para la percepción de las cosas espirituales, que ni son pasadas ni futuras, sino permanentes en el mismo ser, inmunes de toda contingencia temporal, conviene a saber: el mismo y único Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Conocida esta Trinidad, según es posible en la presente vida, ciertamente se ve que toda criatura intelectual, animada o corporal, de la misma Trinidad creadora recibe el ser en cuanto es, y tiene su forma, y es administrada con perfecto, orden; mas no por esto vaya a entenderse que una porción de cada, criatura hizo Dios, y otra el Hijo, y otra el Espíritu Santo; sino juntamente todas y cada una de las naturalezas las hizo el Padre por el Hijo en el don del Espíritu Santo. Pues toda cosa, o substancia, o esencia, o naturaleza, o llámese con otro nombre más adecuado, reúne al mismo tiempo estas tres cosas: que es algo único, que difiere por su forma de las demás y que está dentro del orden universal.

San Agustín – De la verdadera religión (Este documento es una maravilla)

Sí, rotundamente sí, la historia es una de las cosas más importantes de nuestra religión, porque da sentido histórico, amén del revelado, al cristianismo. La pretensión de adaptarse a los tiempos modernos ha acabado con el vértice salvífico que la revelación supone y que supuso la transcedente división de la historia en A.C y D.C. 

                Se ve muy claro si les digo que nuestros modernistas pastores depositan la esencia del cristianismo exclusivamente en su contenido moral – excluyendo su historicidad- y que se identifica con las exigencias de la razón, en una especie de noble y elevado humanismo atemporal, es decir, válido – adaptable- para todos los tiempos. Con lo cual, de un salto, se inscriben en la modernidad. Han logrado lo que pretendían: La adaptabilidad de la Iglesia a los tiempos. Y piensan entonces, se convencen, que todo lo que en el cristianismo es histórico, eclesiástico, confesional y litúrgico, es externo a él, añadido por así decirlo, y que está condenado a caer en desuso ante el progreso de la civilización. En eso constituye su salto al vacío de la modernidad, y eso da pie a la adaptación pretendida para con ella.

Dice el Credo de Nicea: «Creo en la Iglesia, que es una [Única], santa [buscar la semejanza en Cristo], católica [Universal] y apostólica [Sembradora de la Verdad Revelada en todos las almas]. Nada de esta «declaración jurada», de este epítome de intenciones, se cumple en la actualidad, como venimos viendo. Sólo nos queda la universalidad pero es compartida con el resto de las religiones porque ya no somos la única – los variopintos dioses de todas las religiones son el mismo Dios con distintas mitologías-, caemos en sembrar una livianidad que atraiga eludiendo la conversión completa, y diluyendo el conepto del pecado. Por último, la santidad es difuminada a través del relativismo moral. Ya no somos apóstoles sino animadores emocionales, la fe es festiva, no exigente ni dura, la cruz no se lleva con aceptación del sufrimiento al ejemplo de Cristo, sino que es sólo un símbolo de buenitud.

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El nuevo ecumenismo de la concordia

Es este el motivo, el mito del que hablamos, por el que profesan ese nuevo ecumenismo que no consiste ya en predicar, enseñar la palabra de Dios y convertir a los demás a la fe católica. Ahora se trata de saber aceptarse mutuamente, congeniar “caminar juntos”, reunirnos en la “tienda común”. Y confraternizar con las demás religiones pues todos tenemos el mismo Dios, solo que tenemos distintos mitos. Incluso los que no creen tienen su mito – no creer es una forma de creencia en sí, por lo tanto susceptible de mitologizarse-.

En definitiva, las verdades proclamadas por el cristianismo o por el Islam o por los adoradores de la Pachamama son las mismas, sólo que revestidas de mitos originarios distintos. Y es por eso que el Papa Francisco rechaza tan enfáticamente el “proselitismo”. Predicar el mensaje de Cristo le parece mal. Y se enfada con las conversiones a nuestra fe desde otras religiones porque es como robarles sus fieles. Predicar nuestra Verdad inmutable – “Yo soy el camino, la verdad y la vida”- es una actitud que sólo sirve para traer problemas y son lesivas a la dignidad de los otros credos, que tienen tanto derecho como nosotros a existir.

Aquí tienen al nuevo cristianismo revestido de la cultura woke, hemos sido implacables en nuestra fe y eso ha hecho mucho daño a otros colectivos victimizados, esas pobres víctimas de nuestra opresión. No hemos respetado su otra noción de Dios o su ateísmo o su agnosticismo. Hemos pasado, en un pis pas, de la soberbia del hombre blanco a la del cristiano. Debemos resarcirles. No somos la religión del amor sino del abuso. ¡El papa pidiendo perdón por la propagación cristiana-española en el Nuevo Mundo ! ¡Epatante!

«Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América».Sep 28, 2021

El Papa entra en el juego de AMLO y pide «perdón por los ..

Y es por eso que los únicos que no tienen lugar en esta nueva fe, y a los únicos que hay que combatir, son aquellos, mal llamados, “fundamentalistas” o ingenuos. Los que aún sostienen la realidad histórica de la Revelación y que, consecuentemente, rechazan la nueva liturgia, que es la expresión cultural de esa fe adptada al mundo actual: Una cena de hermanos en la que todos, todos pueden participar… y comulgar.

El nuevo cristianismo no puede ser insolente (tácito) en pregonar la Verdad de Cristo. Tampoco en mostrar la fe abiertamente sino que ha de difuminarla para no molestar al otro y mostrarse complaciente.

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Sínodo de la sinodalidad

Se dice taxativamente en los textos del Sínodo de la sinodalidad: Hay que ´ampliar el espacio de tu tienda’. Y el objetivo de hacerlo es acomodar, no a los recién bautizados —aquellos que han respondido al llamado al arrepentimiento y a creer— sino a cualquiera que pueda estar lo suficientemente interesado como para escuchar y, hasta, opinar. Se insta a los participantes a ser acogedores y radicalmente inclusivos: ‘Nadie está excluido’.

También dice que: el pueblo de Dios necesita nuevas estrategias; no peleas y enfrentamientos, sino diálogo. Donde se rechaza la distinción entre creyentes y no creyentes [todo el mundo está llamado a la tienda común]. El pueblo de Dios debe realmente escuchar, insiste, el grito de los pobres [anticapitalismo y Agenda 2030] y de la tierra [Sostenibilidad]. Las encíclicas del papa son muy esclarecedoras al respecto. Todo esto parece un discurso ideológico, no doctrinal.

Son claras las diferencias de opinión entre el clero, sobre asuntos como: el aborto, la anticoncepción, la ordenación de mujeres al sacerdocio y la homosexualidad. En vez de ir al Magisterio tradicional y pretérito de la Iglesia Católica para buscar unas respuestas unívocas, algunos sintieron [aquí tenemos al sentimiento, el emotivismo] que no se pueden establecer o proponer posiciones definitivas sobre estos temas [puro relativismo moral, ya ven], hay que ser flexibles y dialogantes [La idea masona de la concordia]. Esto también corre como la espuma y se aplica de igual manera a la poligamia, al divorcio y los nuevos tipos de matrimonio. Hay que ser comprensivos y no exigentes sino laxos y acogedores.

Es todo un popurrí relleno de buena voluntad de la Nueva Era de “la Alianza de las Religiones”. Este sínodo parece que no opta por erigirse en servidores y defensores de la tradición apostólica sobre la fe y la moral, sino por afirmar su soberanía sobre la enseñanza católica pretérita. Ocultarla para no molestar, en algunos casos transigirla para acoger y en otros cambiarla para adaptarse a la modernidad. Colocan el sacerdocio y la moralidad estacionados en un limbo pluralista donde algunos optan por redefinir los pecados hacia abajo y la mayoría acepta diferir respetuosamente.

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Conclusión

    Esto no es el cristianismo auténtico sustentado en la revelación que tiene verdades eternas, inmutables y universalmente válidas. Claro que no son verdades accesibles a la mera razón sino que reposan sobre hechos históricos. Son válidas porque nos las reveló el Cristo Histórico. Y no porque la razón humana lo haya pretendido por sí sola, lo pueda consensuar y cambiar a su gusto y al gusto de los tiempos. Los acontecimientos que se narran en la Escritura son los modos con los cuales Dios, se nos acerca y habla al hombre. Su manera de obrar en el hombre.

                Es cuestión de recorrer los hechos y decires del Papa Francisco a lo largo de su pontificado, y los de la mayor parte de sus obispos para percatarse que la fe que enseñan no es la fe que poseían nuestros padres. No es la fe que originariamente recibimos de los apóstoles – iluminados por el Espíritu Santo- y que fueron los testigos históricos de la vida del Señor.

 “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…”

(I Jn. 1, 1-2).

Eso decía San Juan, el hijo que nuestro Señor entregó a su Madre, María, antes de morir; coetáneo y discípulo predilecto de Jesucristo. Y, nuestros obispos, en cambio, nos anuncian otra fe muy distinta.

Cuando tanta modernidad presuntamente cristiana me abruma pienso en dos cosas. En como Jesucristo se enfrentó a los fariseos y a los sacerdotes del templo como herederos del hebreismo reformado en el exilio babilónico. (Ver «El fraude de la civilización judeo-cristiana» en mi blog). Y por olvidarse del pueblo Hebreo y de la Ley de Moisés interpretándola a su manera – adaptándose a los tiempos diríamos-.

Y cuando echó a los mercaderes del Templo por mancillar la Casa del Señor (Hoy se hacen pachamanas y otras cosas procelosas). Cristo no escuchaba, ni se metía en su tienda a dialogar. Yo no le reconozco diálogo alguno en las escrituras, Él sólo hablaba y predicaba por boca de Dios. Con el que más comprensivo era, era con el pecador (Mujer, vete y no peques más). Hablaba en modo imperativo, no decía “Bueno, depende…,” sino: “Haced esto…” o “No hagáis esto..” y “En verdad, en verdad os digo…”

FiN

Sinteticemos el cristianismo que falta hace