Escritor Español Petrusvil

La cultura de la mugre

20/10/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 12 minutos.
La cultura de la mugre

Tabla de contenidos

Pues a mi parecer el mundo se ha vuelto poco agradable a la vista;y ello se debe a que la humanidad nunca ha estado tan acomodada en la fealdad como ahora. La fascinación por lo feo nunca había sido tan grande en nuestra cultura: La cultura de la mugre, del desaseo, de la inelegancia. Parece como si al hombre le asustara la belleza y esto es el primer paso hacia la falta de aprecio por uno mismo;que desemboca ineludiblemente en el autoodio, en la mancillación del cuerpo y del alma. (La cultura de la mugre)

La cultura de la mugre

Omnes quidem bonum appetunt: [todos por lo común apetecen naturalmente el bien]Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 1

Unaquaque res, quatenus in se est, in suo esse peseverare conatur: (in quantum est ens) [cada cosa en cuanto es en sí, se esfuerza por perseverar en su ser]

Benito Spinoza, Ética, proposición 6.ª de la III parte

La dignidad humana tiene, entre otros, dos puntales donde se apoya el frágil puente de la vida: la humildad y el respeto a uno mismo. Si la humildad es la aceptación de la poquedad humana, el respeto propio abarca la dinámica dual del cuerpo;y el alma a través de la ética y de la estética. La primera es condición sine qua non para que se dé la segunda. Pues sin ética, la forma de ver las cosas o de hacer bellas las obras, embelleciendo así el alma y el cuerpo, o sea la estética,;se deteriora sin remedio si no se recupera el hábito formal de hacer bien las cosas o de buscar el bien, que es el fundamento de la ética.

La cultura de la mugre

.. el hombre puede crear la belleza o la fealdad sobre su cuerpo y su alma

Delimitado el alcance ontológico del asunto podemos hablar ya de que la linde que separa la belleza y la fealdad es la ética pues la estética, será siempre consecuencia de la primera. Entendamos que hablo de la belleza interior y exterior del hombre no de las cosas;y resto de seres de la naturaleza que siempre son bellos per se. Y esto es porque no están coercibidos por sus actos pues estos sencillamente “son”,;es decir, no están sujetos a crítica o evaluación moral puesto que sobre ellos solo rigen las leyes del universo y ellos no rigen sobre nada. Es obvio que no son responsables por ello de “sus actos” pues no son voluntarios –;si lo son los del hombre-, sino que son estos consecuencia de su propia naturaleza, en su puridad absoluta.

Por consiguiente, el hombre, al si ser responsable de sus actos y sus consecuencias,;puede crear la belleza o la fealdad sobre su cuerpo y su alma, que digamos que, en principio, son tan originariamente bellos como el resto de la naturaleza. Aunque subsiste en nuestros tiempos la idea saducea de que el hombre no es responsable de sus actos sino como consecuencia sobrevenida de factores externos que lo alienan,;no voy a entrar en la discusión, pero es muy importarte percatarse que tal afirmación libera al hombre de la supuesta servidumbre ética,;le irresponsabiliza y este es uno de los aspectos claves de la cultura de la mugre de la que hablo.

El hombre ha vuelto su mirada a la naturaleza no por benignidad sino porque ha descubierto su propia fealdad y lo natural no es ni malo ni bueno pero siempre es bello. Lástima que, en esa arrobada admiración por las cosas, ya no vea a Dios.

Mis quotes: Petrusvilerías, a mi manera. Petrusvil

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Si el relativismo acaba con la ética la estética irá detrás

Si el relativismo acaba con la ética la estética irá detrás, cayendo estrepitosamente. lSi no soy responsable del mal que provoco, o si no existe el bien ni el mal, no hay regla que nos incite a hacer el bien o a hacer bien las cosas – ética- y en consecuencia la estética también se relativiza, nada es bello ni feo sino que “es”. Ya ven, hemos caído con esta manera falaz de pensar en la animalia, a secas.

«La vida de una persona sin fe es la vida de un animal».

León Tolstoi / Calendario de la Sabiduría / 2 de enero

No hacemos bellas nuestras obras, ni nuestro cuerpo ni nuestra alma, simplemente las hacemos – Quis ut Deus?-. Pensamos, entonces, que somos como Dios pero somos como animalillos. Es la consecuencia de la “voluntad de poder” de Nietzsche que pretendiendo liberar al hombre de Dios solo conduce al animalismo. De ahí la tendencia insidiosa actual de equiparar a los animales con el hombre y, se entiende el porqué. Porque es consecuencia inmediata de la animalización del hombre que se acerca a ellos – a los animales- por rebaje propio.

Feneció, con el ansia de poder del hombre egocéntrico, esa elevada comunión de la ética y la estética. Te contestaran ¡qué pasa que el feo no es bueno o no puede ser bello! Sin entender que el feo es bello siempre que “se vista bonito – el hábito ético- o se le mire bonito – la mirada estética-” y hoy “vestimos feo al feo y feo al bello”, es más, nos revolcamos con regusto en la fealdad. Sólo el alma ética y estéticamente refinada puede encontrar la belleza que en la fealdad se oculta. “El hábito no hace al monje” pero ayuda al que lo lleva a cumplir con su sino., así la contemplación de la belleza requiere del hábito ético.

Si hablamos desde el punto de vista de una ética no cristiana ocurre exactamente lo mismo. Inevitablemente la consecuencia del laicismo en su búsqueda de una ética no moralizante;y no cristiana cae en los mismos errores que el relativismo; pues el laicismo es una ética impostada, es un mal trasunto de la moral cristiana. Pero sigamos que no quiero salirme de madre con la extensión del escrito.

La cultura de la mugre

Si ustedes siguen teniendo a bien seguirme en mi disertación,;convendrán conmigo en que la fealdad que predomina en nuestro tiempo es consecuencia de todo lo que acabo de decir.

Uno contempla el mundo con la mirada del alma y si el alma está ausente aparece la fealdad

También podríamos decir que pretendiendo escapar de la presunción de “esclavizante” otorgada a la dualidad ética-estética (o a la moral cristiana) – que son la búsqueda perenne del bien o el mejor modo de hacer las cosas, de una; y de hacer bellas esas cosas, de la otra- nos topamos de frente con el reino animal. Hay que entender que o nos rebajamos o nos alzamos por encima del reino animal, el hombre no tiene otro sitio donde estar. Es muy simple, o una cosa o la otra; y vamos camino de caer en la perversión de la animalia.

Tiene que ver el asunto que tratamos con varias cuestiones pero, quizás, la principal sea la mirada. Uno contempla el mundo con la mirada del alma y si el alma está ausente, sólo lo miramos con nuestros sentidos animalizados y, consecuentemente, no entendemos ni valoramos lo que vemos. No nos extasiamos o lo gozamos sino que nos arrebolamos como una mascota acariciada por su amo, muy agusto pero sin entender nada. Por otro lado uno se contempla a sí mismo de la misma manera y, sin mal ni bien,;no existe la belleza por consiguiente hacemos con nuestro cuerpo lo que nos da la gana en el sentido más peyorativo del término.

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La belleza es exigente, requiere perseverancia y permanente vigilancia

La belleza es exigente, requiere perseverancia y permanente vigilancia. No es propiamente mirar lo bello sino educar la contemplación de lo bello para aprehenderlo en su máxima plenitud. Tampoco es propiamente cuestión de sentirse bello sino de esforzarse en serlo. Claro, claro que se esfuerza más el hombre de hoy por tener un cuerpo perfecto, juvenil, hasta atlético pero eso tiene que ver,;en el aspecto positivo, con la mejora de la “calidad de vida”, con sostener la salud el mayor tiempo vital posible; y, en el aspecto negativo, con el estomagante narcisismo tan propio de nuestros tiempos. Se trata, por así decirlo de un esfuerzo mal dirigido, hacia la egocentría más que hacia la admiración o la consecución de la belleza. Una vez denostada la ética cae con estrépito, detrás de ella, su hermosa hermana, la estética.

Podemos decir que en occidente, nuestras conquistas y la sociedad del bienestar contienen esa impensada, a priori, raiz de insania mental. Nuestro acomodado y facilongo modo de vida nos ha vuelto vagos. La belleza nos pide que nos hagamos cargo de conservarla. Y, habiendo entendido que la tarea no tiene final empero que todo lo terreno lo tiene, hemos preferido abandonarla.

Por otro lado, hay comportamientos sociales como el piercing, el tatuaje,;el desbarrado colorido de algunas cabelleras o el rapado de partes de la cabeza –;bien sean minimalistas o exacerbados- que, aun todos ellos adornando cuerpos perfectos, no son más que una suerte de vesania ramplona. Un preocupante renqueo de la dignidad humana y del respeto por uno mismo. Las frase consabidas del defensor de la fealdad son ¿y qué más da?, o su prima hermana ¿y por qué no?, o esta otra ¡que cada uno haga lo que quiera! Todas ellas no son más que justificación de la fealdad porque no hay ética y estética que resistan el acoso liberalio del todo vale.

También el defensor de la fealdad ironiza simplonamente al preguntarse ¿y qué hacemos con los feos, los gordos, los lisiados, …? Una suerte de buenisteísmo simplón parece complacer al que pregunta. ¿Quizás no ha educado la mirada para apreenderlos bien? La preponderancia en la utilidad y la funcionalidad de las cosas o personas no sólo extravía nuestra mirada sino que procedemos a eliminar lo que no nos es útil ¿Qué pasa con los que tienen síndrome de Dawn?, contestaría yo. No hay personas en el mundo capaces de amar con más generosidad de espíritu legando su felicidad al otro como ellos. Esta es otra pérdida y muy dolorosa en la contemplación de la belleza humana, los feos somos nosotros no ellos.

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En este tránsito hacia la mugre también ha salido muy malparada la elegancia

En este tránsito hacia la mugre también ha salido muy malparada la elegancia cosa esta muy bien emparentada con la virtud. Y si, en el bien entendido de que hay cierta herencia genética involucrada,;también hay un hábito que genera el ser elegante, aun cuando sólo sea por la imitación. Pero, claro, es que con tanta preponderancia de seres afealdados no hay modelos en los que fijarse. Si no hay ética ni por ende estética, la virtud desaparece y, con ella, entre otras muchas cualidades desaparece la elegancia. Esa «virtud» definida por Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”;como el arte de la excelencia en la búsqueda del bien – belleza incluida en tal bien-.

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Aristóteles, Platón y el cristianismo sellaron la virtud junto con la belleza

Aristóteles define la virtud como la excelencia (areté), interpretada ésta siguiendo los principios de su Física y Metafísica, no como una pasión, sino como una acción. De esta forma la virtud es la acción más apropiada a la naturaleza de cada ser; el acto más conforme con su esencia. Esta acción propia de cada ser que es la virtud, es también el bien propio de cada ser. En el hombre, por tanto, la virtud es la excelencia de su parte esencial que es el alma.

El libro II de la Ética a Nicómaco, define la virtud ética que podemos resumir en la siguiente frase: «la virtud es una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo medio relativo a nosotros, el cual está determinado por la regulación recta y tal como lo determinaría el hombre prudente. Por tanto, la virtud ética es un hábito, no un don de la naturaleza».

También, de profundo cuño platónico, la unidad indisoluble entre el bien y la belleza – ética y estética -ha desafiado cualquier intento de separación, pues la kalokagatía griega veía en la armonía bella la perfección misma del ente, el ideal de perfección individual. Y eso ha prevalecido por siglos coadyuvado por el cristianismo hasta fechas recientes donde parece haberse roto estrepitósamente tan inquebrantable nexo.

En este sentido los griegos –con un carácter fundacional– forjaron las nociones clásicas de armonía, proporción e integridad, que daban razón de la belleza y bondad de las cosas.

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… salvar la belleza también requiere un alma límpia para admirarla más si cabe

La contemplación de la belleza, como vemos, se ha ido perdiendo, y con ella aparece su negativo fotográfico: la fealdad que, sensu contrario, no requiere esfuerzo. Hoy medra lo desgajado, lo roto, lo descolorido, lo rallado, lo descosido tanto en la vestimenta como en el cuerpo y en el alma. La fealdad es hija de la dejadez en la virtud.

No me resisto al sarcasmo comparativo entre el recosido del traje del pobre, zurcido una y otra vez en su afán por vestir dignamente, humildemente limpiado una y otra vez que es bello en sí; pero el roto vaquero del pudiente postmoderno es sencillamente horroroso, una cruel boutade del snobismo contemporáneo.

Incluso el lenguaje se ha vuelto simplón y bastardea en aras a una malentendida sencillez que no es sino renunciar al esfuerzo de construir diálogos o frases bellas. Siendo el aguerrido que lo emplea azotado con el látigo de la indiferencia, o peor, tachado de pedante por la grey simplona. Ya lo ven, todo el rato dando vueltas a la pérdida del hábito en la virtud.

No sólo requiere esfuerzo salvar la belleza también requiere un alma límpia para admirarla más si cabe. Y poder ver los esplendores ocultos y los escondidos tras las fealdades aparentes. Lo cierto es que, al final, sea como sea, nos volvemos a encontrar con la dedicación, el noble e ímprobo esfuerzo de la mirada porque en la forma de contemplar, en el hábito ético, se descubren las bellezas ignotas, inaccesibles a la dejadez y la vagancia.

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Santo Tomás de Aquino sobre el particular

Por último y por no extenderme más, recordemos algunas menciones a Santo Tomás de Aquino sobre el particular.

En la primera parte de la Summa Theologiae, el Aquinate define la belleza diciendo, «se llama bello aquello cuya vista agrada (pulchra enim dicuntur quae visa placent)» [Summa Theologiae I, q. 5, a. 4, ad 1]. Lo bello se relaciona así a la facultad cognoscitiva, a la vista o al oído, los sentidos que se relacionan más a lo bello por ser los más cognoscitivos según el Aquinate y los que por así decirlo le sirven a la razón. Lo bello también se relaciona al intelecto; así como hay cosas bellas que son sensibles, cuya belleza es captada por los sentidos, hay cosas bellas inteligibles, captadas más bien por la inteligencia.

En el texto donde Santo Tomás define lo bello relaciona la belleza con la bondad, diciendo que ambas son idénticas ya que se encuentran basadas en la misma cosa, es decir, en la forma. Por consiguiente, así como se alaba la belleza, también se alaba la bondad. Difieren, no obstante, sus conceptos, ya que el bien se refiere al apetito y por tanto tiene razón de fin (el apetito se mueve al bien como a su fin).

Lo bello, en cambio, se refiere a la facultad cognoscitiva, pues como dice Santo Tomás bello es “aquello cuya vista agrada”. Si la vista o la contemplación de lo bello agradan es porque «la belleza consiste en la debida proporción (pulchrum in debita proportione consistit)», y los sentidos, como todas las facultades cognoscitivas, se deleitan en aquellas cosas que están debidamente proporcionadas. Y ya que el conocimiento se lleva a cabo por asimilación, y la semejanza está basada en la forma, la belleza propiamente pertenece a la razón de causa formal [Summa Theologiae I, q. 5, a. 4, ad 1].

En otro texto de la Summa Theologiae, el Aquinate insiste en que lo bello es lo mismo que lo bueno, con una sola diferencia de razón. Como lo bueno es lo que todas las cosas apetecen, es de la razón de lo bueno que el apetito descanse en él, mientras que pertenece a la razón de lo bello que el apetito se aquiete con la vista o el conocimiento de lo bello. Por tanto, Santo Tomás distingue la belleza del bien cuando dice lo siguiente: «Y así queda claro que la belleza añade al bien cierto orden a la facultad cognoscitiva, de manera que se llama bien a lo que agrada en absoluto al apetito, y bello a aquello cuya sola aprehensión agrada (id cuius ipsa apprehensio placet)» [Summa Theologiae, I-II, q. 27, a. 1, ad 3].

(FiN) La cultura de la mugre

FiN

La contemplación de la belleza

De los tontos contemporáneos