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Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

02/08/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 7 minutos.
Dueño de sí - Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

Tabla de contenidos

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

Meditación

Salió despacio al sol matinal, del ancho fondo negro, un hombre alto, lleno, sonriendo, dueño de sí. Vino seguro…

Juan Ramón Jiménez

Hay en la frase de Juan Ramón Jiménez una sin par altura moral colgada grácilmente de un hombre sencillo. Como debe ser pues el dueño de sí es sencillo a la vez que pleno y seguro. (Ver los textos en El jardinero Sevilano y el Mecánico Malagueño al final de esta entrada)

El dueño de sí se forja en su renuncia a sí mismo por un bien superior. En su subordinación a Dios reconoce su limitación y alcanza su autodominio con las espaldas bien cubiertas por el Creador de todas las cosas. De un plumazo de fe sortea la soberbia y la avaricia propia del hombre de nuestros días pues ya no se cree superior ni es esclavo de ambiciones desmedidas o deseos incontrolables. 

Ese deberse al bien ajeno, al de las cosas y seres de la Creación, esa nobleza obligada, construye ladrillo a ladrillo, en el vivir, la casa de los buenos hábitos morales; el castillo inexpugnable de la bonhomía. 

Esa dueñanza propia y calmada está labrada sobre la tranquilidad de espíritu y sólo así puede el hombre construir sobre el amor una vida plena. Porque ¿qué es el amor sino una renuncia perpetua de sí?

Sólo así puede honrar su trabajo con la buen hechura del que elige la perfección sobre la prisa – cosa esta moderna y humanamente desquiciante. El tiempo se vuelve eterno para el que no tiene prisa pues piensa en presente contínuo. El pasado ya pasó y el futuro no es suyo. 

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

El que cree que controla su vida y piensa que la domeña vive en una ensoñación. Por el contrario el que, igualmente, se esfuerza y obliga pero nada espera, agradece lo que la vida le entrega de la mano invisible del Eterno; pues nunca sabe cuando será llamado a Su vera y rara vez sabe para qué le puso en la tierra. 

El seguro de sí, obsérvenle, es un hombre alegre, de sonrisa permanente, vive y duerme feliz. Espera cada nuevo día con la paz del que desea volver a entregarse por entero a su obrar sereno, al trabajo o la creación bien hechos y a admirarse, sin perder frescura con los años, por las maravillas del mundo. 

Como un niño eterno que mora en un adulto que se renueva en cada vivencia ya sea hermosa o fea, exitosa o fracasada, dichosa o malhadada. Y piensa que por algo será, por lo que sea. Estará de Dios lo que advenga pero bienvenido sea. Así se goza en cada nuevo día que se le brinda estar sobre la tierra.

Sito en la querencia del bien obrar podrá desplegar su amor sobre sus semejantes casi sin querer pues ‘Obras son amores y no buenas razones’. No se jacta ni se explaya en sus obras pues en la caridad pone su cuita.

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba

Extracto. San Pablo a los Corintios  (1 Co 12,31—13,13)

El seguro de sí mora en la templanza de los apetitos que sobre su lado animal se alza ordenando sus ansias; en la fortaleza de su alma que conquista o resiste según requiera el momento o la causa; en la justicia del dar a cada uno lo suyo domeñando la mala voluntad, adormeciendo la envidia o el deseo de lo ajeno; y, por último, practica la prudencia para discernir con sabiduría el bien del mal, para obligarse a la reflexión sobre el proceder impensado y ahormar la madurez sobre lo insensato. 

Claro que pecan, como todos pero hasta en el pecar son comedidos; pero, a pesar del comedimiento, en la contrición no se recatan y en el propósito de enmienda ponen mayor empeño.

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

No dirá a los demás lo que han de hacer pues en hacer lo suyo ya tiene el tiempo y el alma copados. Al transitar por la humildad del que poco se sabe y poco necesita no cae en la omnisciencia de los soberbios pues sólo reconoce un ser omnisciente, el que le dio la vida y que la eternidad le promete.

Véanlos, que los hay. Obsérvenlos en los seres de sonrisa honesta y perenne, de alegría y calma encofradas en el carácter, de honestidad inquebrantable, de madurez aniñada, de hablares sensatos y decires sabios. Ellos viven una vida alzada sobre las cumbres de su motor interior. Lleva, este ejemplo de hombre para los hombres, un secreto en el corazón que le hace dueño de sí, señor de su alma y siervo de Dios.

¿Quieren dos ejemplos? Pues aquí los tienen. Nos los dejó Juan Ramón Jiménez en dos historias sencillas mas álgidas de ternura, querencias y buenos haceres.

(Nota del autor: He respetado la ortografía personal de Juan Ramón Jiménez)

Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, 23 de diciembre de 1881-San Juan de Puerto Rico, 29 de mayo de 1958) fue un poeta español que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1956 por el conjunto de su obra, entre la que destaca la obra lírica en prosa Platero y yo.

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

El jardinero sevillano

En Sevilla, Triana, y en un bello huerto sobre el Guadalquivir, calle del Ruiseñor, además (y parece demasiado, pero estas coincidencias son el pueblo auténtico). Desde el patio se veía ponerse el sol contra la Catedral y la Giralda, términos rosafuego entre el verdeoscuro.

El hortelano jardinero, hombrote fino, vendía plantas y flores que cuidaba en su mirador con esmero esquisito, Quería a cada planta y cada flor como si fuesen mujeres o niños delicados, y aquello era una familia de hojas y flores. ¡Y, le costaba tanto venderlas, dejarlas ir, deshacerse de ellas! Este conflicto espiritual (los tenía a diario) fue por una maceta de hortensias.

Vinieron a comprársela, y él, después de pensarlo y dudarlo mucho, quedó comprometido en el trato. La vendía, pero a condición, impuesta por él, de vijilarla. Y se llevaron la hortensia. Durante unos días el jardinero estuvo yendo a verla a la casa de sus nuevos dueños. Le quitaba lo seco, la regaba, le ponía o le sacaba una poquita de tierra, le arreglaba las cañas. Y antes de irse se estaba un rato dando instrucciones para su cuido: «Que debe regarse así o no asá; lque el sol no tiene que darle sino de este modo; que mucho cuidado, señora, con el relente; que lo de más acá, más allá».

Los dueños se iban ya cansando de sus visitas. («Bueno, bueno, no sea usted pesado. Hasta el mes que viene, etcétera»), у ya el jardinero iba menos, es decir, iba lo mismo, pero no entraba. Pasaba por la calle y veía la hortensia por la cancela. O entraba rápidamente, pasando su vergüenza, con un pretesto: «Aquí traigo esta jeringuilla que me he encontrado, para que la rieguen ustedes mejor», o «que se me había olvidado este alambrito», o lo otro, y con estas disculpas se acercaba a «su» hortensia.

En fin, un día llegó nuevo y decidido: «Si ustedes no quieren que yo venga a «cuidarla», me dicen ustedes lo que les doy por ella, porque yo me la llevo a mi casa ahora mismo. Y cojió entre sus brazos el macetón añil con la hortensia rosa y, como si hubiese sido una muchacha, se la llevó.

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

El mecánico malagueño

Salíamos de Málaga difícilmente. El coche se paraba a cada instante «jadeando». Venían mecánicos deste taller, del otro. Todos le daban golpes aquí y allá sin pensarlo antes, tirones bruscos, palabras brutas, sudor vano. Y el coche seguía lo mismo. Con grandes dificultades pudimos llegar a un taller que nos dijeron que era muy bueno y estaba a la salida, cuesta de la carretera de Granada, no me acuerdo del nombre.

Salió despacio al sol matinal, del ancho fondo negro, un hombre alto, lleno, sonriendo, dueño de sí. Vino seguro al coche, levantó con exactitud la cubierta del motor, miró dentro con precisa intelijencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dio un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar en ritmo y medida completos.

– El coche no tiene nada. Pueden ustedes ir con él hasta donde quieran.

– Pero, ¿no tenía nada? ¡Si lo han dejado por imposible tres mecánicos!

– Nada. Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a los animales (no dijo personas). Los coches quieren también su mimo.

Cuando dimos la vuelta y tomamos confiados y tranquilos la bella carretera alta, felices por obra y gracia del buen mecánico, entre la fuerte naturaleza rica de junio, yo miré atrás. El mecánico malagueño estaba azul en la gran puerta negra, las manos a la cintura, acompañando al coche con firme complacencia.

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

En esta comprensión, este amor por el coche (…), por la hortensia, del mecánico de Málaga (…), del jardinero de Sevilla, tenían ellos el empleo poético, la ganancia poética de su vida. Estoy seguro que todos comían y dormían alegres, que todos esperaban contentos el trabajo de su día siguiente. Subida su remuneración necesaria a lo que merecían de veras, ¿qué no hubieran hecho estos trabajadores gustosos en la vida; en su vida y nuestra vida? Este es el secreto. Todos debemos ganar lo que merezcamos con la calidad de nuestro trabajo.

Trabajo gustoso, respeto al trabajo gustoso, grado sumo de la vida.

FiN

Dueño de sí – Meditación sobre un texto de Juan Ramón Jiménez

Salvar al hombre de la tecnología requiere recuperar su espiritualidad.