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Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

25/10/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 24 minutos.
Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico
Ruta que siguió Balboa

Tabla de contenidos

Vasco Núñez de Balboa nació hacia 1475 en la población de Jerez de los Caballeros, cerca de Badajoz, y pertenecía a la Orden de Santiago. ( Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico )

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico,

Prolegómenos

En 1501, animado por las noticias de los viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, decidió unirse a la expedición de Rodrigo de Bastidas y su piloto Juan de la Cosa al Mar Caribe. En 1501 navegaron por esas costas desde el este de Panamá, a través del golfo de Urabá, hasta el cabo de Vela ( Colombia). Los barcos llegaron finalmente a la isla de La Española, donde uno de ellos, donde iba Balboa, se hundió.

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico
Vasco Núñez de Balboa

Con lo ganado en la campaña y una concesión de tierras en la isla, Balboa se asentó allí durante varios años, cultivando y criando cerdos. Pero no tuvo mucha suerte con esta actividad: el clima era desfavorable, ya que la zona era muy propensa a los huracanes; y los habitantes de la isla eran pobres. Balboa se endeudó y finalmente no tuvo más remedio que huir de la isla.

Por entonces, en 1508, el rey Fernando el Católico sometió a concurso la conquista de Tierra Firme. Se crearon dos nuevas gobernaciones en las tierras comprendidas entre los cabos de la Vela;(actual Colombia) y de Gracias a Dios (actualmente en la frontera entre Honduras y Nicaragua). Se tomó el golfo de Urabá como límite de ambas gobernaciones; Nueva Andalucía al este, gobernada por Alonso de Ojeda, y Veragua al oeste, gobernada por Diego de Nicuesa.

Con setenta hombres, Alonso de Ojeda fundó la colonia de San Sebastián de Urabá (Colombia),;en la provincia de Nueva Andalucía, fue descubridor de lo que hoy es la Guyana, Venezuela, Trinidad, Tobago, Curazao, Aruba y Colombia. Sin embargo, en aquellos momentos, cerca de la colonia había muchos guerreros indios que utilizaban flechas envenenadas, y Ojeda fue herido en la pierna. Poco después, se retiró en barco a La Española, dejando la colonia al cuidado de Francisco Pizarro, que entonces era sólo un soldado raso que esperaba la llegada de la expedición del bachiller Martín Fernández de Enciso que iba a suplir a Ojeda como alcalde Mayor de Nueva Andalucía.

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

Y aquí comienza nuestra historia.

En cuanto se enteran en la Española que Enciso necesita soldados para su viaje,;todos los morosos y rufianes de La Española intentaron aprovechar la ocasión para largarse de allí. Tienen que irse, escapar de los acreedores, de la vigilancia del estricto gobernador. Pero las barcas del gobernador patrullan e impiden que ningún intruso se introduzca a bordo de contrabando. Y con desmedido encono, los desesperados, que temen menos a la muerte que al trabajo o ir a la cárcel por deudas,;ven cómo el barco de Enciso pone rumbo a la aventura con las velas desplegadas y sin ellos.

En el plácido viaje del barco de Enciso sólo había algo que alteraba la monotonía. Un imponente sabueso de extraordinaria fuerza, que nadie sabía de donde había salido,;corría intranquilo de una punta a otra de la cubierta, husmeando por todas partes. Nadie sabe de quién es el formidable animal, ni cómo ha llegado a bordo.

Al final se percatan de que al perro no hay quien le aparte de un cajón de víveres especialmente grande;que fue subido a bordo el último día. Y hete aquí que, en ese momento y sin que nadie lo espere, el cajón se abre por sí solo, como una caja de sorpresas, y de él sale bien pertrechado con espada, casco y escudo, un hombre de unos treinta y pocos años. Es Vasco Núňez de Balboa, que de ese modo da la primera prueba de su gran audacia y de su ingenio.

Ha abandonado la tierra que le concedieran y se encuentra hasta tal punto en la bancarrota que, no sabiendo cómo librarse de sus acreedores, ha logrado subirse como polizón al barco; ocultándose en el interior de un cajón de víveres semivacío haciéndolo introducir por sus cómplices a bordo,;de forma que, en medio del ajetreo de la partida nadie se da cuenta de la astucia. El perro, Leoncico, era el suyo y como curiosidad, era hijo del célebre Becerillo, el perro de raza alano española de Juan Ponce de León. Sólo cuando el barco se ha alejado lo suficiente de la costa para que no pueda regresar por su causa,;el escondido pasajero hace su inopinada aparición.

Y ahí está ahora. El bachiller Enciso es un hombre de leyes poco inclinado al romanticismo. Como alcalde y como jefe de policía de la nueva colonia,;no está dispuesto a permitir en su barco a los morosos que se marchan sin pagar ni a los fracasados. Por eso le explica a Núñez de Balboa con modales bruscos que no piensa llevarlo consigo, sino que le depositará en una playa de la primera isla que divisen, lo mismo si está habitada que si no.

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Pizarro

Núñez de Balboa descubre el océano pacífico
Francisco Pizarro

Pero no llega a cumplir su amenaza porque en su rumbo a Castilla del Oro se topa con algo prodigioso en aquella época,;en la que escasísimos barcos navegaban por esas aguas. Se encuentra con otro navío en el que viaja una tripulación muy numerosa, bajo el mando de un español cuyo nombre alcanzará renombre mundial, Francisco Pizarro que viene de la colonia de Enciso, de San Sebastián.

Para espanto de Enciso, Pizarro le informa que San Sebastián ya no existe y que ellos son los últimos de la antigua colonia. Que el comandante Ojeda, malherido, se había marchado de allí con un barco y que los restantes,;después de que murieran setenta compañeros por los continuos ataques de los indios, embarcaron de regreso en esos dos bergantines, habiéndose uno de ellos a pique al poco de salir. Los treinta y cuatro hombres de Pizarro son los últimos supervivientes de Castilla del Oro.

La gente de Enciso, tras escuchar las historias de los supervivientes tiene pocas ganas de exponerse al clima pantanoso de ese asentamiento;y a las flechas envenenadas de los beligerantes indígenas, y proponen regresar a La Española. En ese instante Núñez de Balboa vuelve a dar muestra de su arrojo. Él conoce de su primer viaje con Rodrigo de Bastidas toda la costa de América central y recuerda que en la orilla de un río rico en oro encontraron entonces un lugar llamado Darién, donde los indígenas eran amables. Y, tal cual, con pasmosa tranquilidad pero sabiendo darle el énfasis cautivador que le engalanaba, se lo cuenta a Enciso, proponiéndole que allí, y no en ese otro paraje desgraciado, es donde tienen que fundar el nuevo asentamiento.

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Se hace Balboa el verdadero dueño y señor de la colonia.

Enseguida toda la tripulación apoya la propuesta de Núñez de Balboa. Y Enciso, que unos momentos antes hablaba de abandonarle en una isla desierta, decide seguir su consejo;y que permanezca con ellos dado el conocimiento que tenía de aquella zona. Tal era la capacidad de influencia de Balboa. Y ponen rumbo a Darién en el istmo de Panamá tomando posesión de esa tierra. Efectivamente, tal como dijo Nuñez de Balboa, encuentran oro por lo que deciden levantar allí mismo una ciudad,;a la que bautizaron con el nombre de Santa María de la Antigua del Darién. Hecho que luego, junto con la pérdida de la orden que legitimaba la alcaldía de Enciso, tuvo relevancia para desbancar a Enciso del poder.

«…sin embargo, al llegar a Darién, les esperaba el cacique Cémaco, junto con 500 combatientes prestos a la batalla. Los españoles, temerosos de la gran cantidad de combatientes, hicieron voto ante la Virgen de la Antigua de Sevilla, de que si resultaran victoriosos en la batalla darían su nombre a una población de la región. La batalla fue muy violenta entre ambos bandos, pero por un golpe de suerte los españoles consiguieron salir victoriosos. La huida de los combatientes y habitantes de la ciudad les permitió hacer acopio de un cuantioso botín de oro y perlas. Núñez de Balboa hizo cumplimiento del voto y fundó en diciembre de 1510 el primer establecimiento permanente en tierras continentales americanas; Santa María la Antigua del Darién».

Pronto el desdichado bachiller Enciso, lamentará no haber tirado por la borda a Núňez de Balboa, pues a las pocas semanas ese hombre ambicioso y osado tiene todo el poder en sus manos. Como leguleyo educado en la disciplina y el orden, en su calidad de alcalde mayor.

Enciso, durante el periodo en el que se nombra un nuevo gobernador, intenta administrar la ciudad en beneficio de la Corona pero con unas maneras excesivas y dictatoriales que provocan el fuerte rechazo de sus habitantes. En una mísera cabaña india promulga sus edictos con el mismo esmero y rigor que si estuviera en su despacho de Sevilla sin percatarse realmente del lugar en el que estaba. En medio de esa selva nunca pisada por el hombre, prohíbe a los soldados adquirir oro de los indígenas regateando, porque es una reserva de la Corona.

Los habitantes de Darien tacharon a Martín Fernández de Enciso de déspota y avaro por las restricciones que tomó contra el oro y por otras reglas abusivas y en defensa de sus intereses se alían instintivamente con el hombre de armas que les entiende y se vuelven en contra del hombre de letras que vive en otro mundo. Muy pronto es Balboa el verdadero dueño y señor del asentamiento.

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Núñez de Balboa consigue destituir a Fernández de Enciso

Núñez de Balboa aprovecha la situación defendiendo los colonos y, consigue destituir a Fernández de Enciso del cargo de alcalde de la ciudad; argumentando que Santa María la Antigua no estaba en la gobernación de Ojeda sino en la de Diego de Nicuesa – y que Enciso ni siquiera tenía la orden en regla que le legitimaba-, por lo que , como sustituto de Ojeda, no tenía jurisdicción sobre el nuevo territorio. Luego de la destitución, se estableció un cabildo abierto y se eligió un gobierno municipal (el primero en el continente americano) con dos alcaldes: Martín Zamudio y Vasco Núñez de Balboa.

Cuando Nicuesa, por fin, llegó al puerto de la ciudad, se desencadenó un tumulto en la muchedumbre impidiendo al gobernador desembarcar en la ciudad. Los colonos se negaron a que desembarcara en la ciudad. Y fue obligado a montarse sobre un barco en malas condiciones y pocas provisiones y fue dejado a la mar el 1 de marzo de 1511. Junto con 17 personas. El barco desapareció sin dejar rastro.

De esta manera Núñez de Balboa quedó como gobernador de facto de Veraguas. Enseguida inició gestiones para conseguir el reconocimiento oficial. Enciso, encarcelado por delito de usurpación de autoridad, fue dejado en libertad a cambio de que se volviera a La Española y después a España. En el mismo barco Balboa envió a dos mensajeros, el alcalde Zamudio y a Valdivia, a presentarse ante el virrey de las Indias, Diego Colón. De allí, Zamudio se dirigió a España. Las gestiones tuvieron éxito porque el 23 de diciembre de 1511 la Corona nombró a Balboa «gobernador y capitán» de «la provincia del Darién».

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Nota del autor: Toda esto y la denuncia de Enciso ante los tribunales españoles originó una litigación interminable durante años. Por la acusación de Enciso, Balboa sólo fue condenado una indemnización y también fue exonerado de la muerte de Nicuesa. La Corona mantuvo una actitud ambigua que junto a la ambición desmedida del después nombrado gobernador de la nueva provincia de Castilla de Oro, Pedrarias. Gaspar de Espinosa, ocasionó que este condenara a muerte y decapitara a Balboa ocho años después. Posteriormente, Pedrarías, ante las graves acusaciones formuladas en su contra, fue separado de la gobernación de Castilla de Oro.

Hago este incapié porque sobre Balboa corren infundios de que fué juzgado por traicíon por la Corona cuando, en realidad no fue así, De hecho cuando fue decapitado por orden de Pedrarías, Balboa era adelantado del Mar del Sur y gobernador de Panamá y Coiba, subordinado al nuevo gobernador poro con libertad concedida por la Corona para ejercitarse en los asuntos de gobierno. Balboa murió a causa de su rivalidad con Pedrerías y el alcalde Espinosa que conspiraron para acusarle de traición y asesinarle «legalmente» acusándole de intento de usurpación del poder contra Pedrarias.

Petrusvil

Balboa no pierde el tiempo y somete a las tribus indígenas de la zona

Núňez de Balboa, el hombre salido de un cajón, es ya el dueño del asentamiento, Pero no ceja en su sueño y, a pesar de las dificultades,continuó su tarea de someter a las tribus indígenas de la zona.

Mientras tanto, Núñez de Balboa comenzó a mostrar sus artes de conquistador embarcándose hacia el oeste y recorriendo el istmo de Panamá, y sometiendo a tribus indígenas. Atravesó ríos, montañas y pantanos malsanos en busca de oro. En una carta enviada al rey de España expresó que: «He ido adelante por guía y aun abriendo los caminos por mi mano».

Logró la siembra del maíz y recibió provisiones de La Española y de España. Hizo que sus soldados se habituaran a la vida de exploradores. Núñez de Balboa logró recoger mucho oro, en parte de los adornos de las mujeres indígenas y el resto como botín obtenido en sus batallas contra los indígenas

Uno de los caciques a los que ha sometido, llamado Careta, le aconseja, haciendo gala de dotes diplomáticas, que, en lugar de convertir a los indios en sus enemigos, sería mejor que cerrara un pacto con su tribu, y como garantia de fidelidad le ofrece a su hija. Núñez de Balboa, al igual que hizo Cortés, comprende al instante la importancia de tener aliados poderosos y de confianza entre los indígenas. Acepta la oferta y, lo que es aun más asombroso, hasta el final de su vida mantiene su voto y su relación con esa muchacha india.

Así, con la ayuda de Careta, termina de someter a todos los caciques de las inmediaciones, incluido al más notorio de ellos, llamado Comagre, quién, intrigado por esos seres mitad hombres y mitad dioses, invita a Balboa cortésmente a un banquete.

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Cuatro mil onzas de oro

Esta visita al poderoso cacique supuso un cambio radical e histórico en la vida de Vasco Núñez de Balboa, que hasta ahora no había sido más que un aventurero. Fue recibido por el cacique Comagre en su gran casa de piedra, significación de su poder pues los súbditos vivían en miserables chozas construidas con ramas y hojas. Balboa quedó estupefacto cuando el indio le ofreció espontáneamente, como huésped suyo, la desproporcionada cantidad de cuatro mil onzas de oro.

El cacique quedó a su vez tanto o más sorprendido que él, pues tan pronto como soldados que acompañaban a Balboa, esos poderosos extranjeros, equiparables a dioses, aquellos huespedes a quienes había recibido con tanto agasajo y hasta reverencia, contemplaron el oro se volvieron como locos. Como si los hubieran liberado de sus cadenas, se lanzaron unos contra otros, sacaron sus armas, cerraron sus puños, vociferaron estentóreamente entre ellos: Todos querían su parte del oro.

Asombrado y lleno de desdén, el cacique contemplaba el alboroto, viendo como un puñado de aquel metal amarillo les parecía más valioso que sus propias vidas que ponían en peligro para conseguirlo. Al cabo de un buen rato mudo y contemplativo, el cacique terminó por dirigirles la palabra en tono solemne y calmado. Aun estremecidos por las cuatromil onzas de oro, escucharon lo que les traducía el intérprete. Qué extraño, dijo Comagre, que os peléis por semejantes fruslerías, que por un metal tan corriente expongáis vuestras vidas a las mayores incomodidades y peligros.

Los españoles no comprendían nada porque no sabían aun que para los indígenas el oro no era un símbolo de riqueza o un material de intercambio sino de poder. Los caciques lo usaban para obsequiarlo a los guerreros que sobresalían en batalla por su fiereza y valentía, eran premios que se podían usar únicamente en ceremonias rituales o políticas, y tal era el caso para Comagre, una ceremonia política de agasajo a sus huéspedes. No se comerciaba con el oro porque tenía un significado ritual.

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… tras esas montañas, hay un vasto mar y todo el oro que deseéis

El astuto jefe, vista la codicia que alimentaba esos espíritus decidió ofrecerles un cebo aúreo para que así abandonaran sus tierras. Así avivó sus interés hablándoles de un tesoro mucho más grande del que acaba de entregarles. Más allá –dijo señalándolas-, tras esas montañas, hay un vasto mar, y todos los rios que corren hacia él llevan todo el oro que podáis desear. Allí vive un pueblo que navega como vosotros con velas y remos, y cuyos reyes beben y comen en vasijas de oro. Allí podéis encontrar ese metal amarillo que tanto codiciáis. Es una ruta peligrosa, ya que seguramente los jefes de las tribus os impediran el paso, pero se trata de un camino de pocos días de viaje.

Tamaña noticia calmó los ánimos de los españoles pero encendió sus ambiciones. Vasco Núñez de Balboa se sintió alcanzado en el corazón por las palabras del cacique. Meditó durante unos días la información recibida para asimilarla y comprender su alcance. Por fin había encontrado la pista del Dorado, el legendario país del oro, con el que soñaba desde hacía años. En todas partes, tanto al sur como al norte, sus predecesores creyeron encontrarlo y ahora, si ese cacique había dicho la verdad, lo tenía a tiro de piedra, a tan solo unos días de viaje. Al fin se comprobaba la existencia de ese otro océano, cuya ruta en vano buscaron Colón, Caboto, Corte-Real y todos los grandes navegantes. El nombre de aquel afortunado que sea el primero en ver ese nuevo mar y tomarlo para su patria, pervivirá por los siglos.

También pensó en las tierras, el mar y la riqueza que conseguiría para su Rey y obtener una gloria imperecedera, ser el primero en cruzar el istmo hacia el Mar del Sur, que lleva a la India, y conquistar el nuevo Ofir para la Corona española. Desde aquel momento, en la casa del cacique Comagre, su destino para con la gloria había quedado sellado.

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1500 hombres

Desde ese instante, la vida de este aventurero adquiere un elevado destino, por encima de su época.

Balboa piensa que necesita la ayuda de la Corona decide pedir al rey 1500 hombres y las armas suficientes para tamaña empresa de alcanzar las costas que bañaba el Mar del Sur. Para ello, como el más considerado de los súbditos, envía al tesorero real de La Española, Pasamonte, no sólo la quinta parte de las cuatro mil onzas de oro que, según la ley, correspondía a la Corona, sino que añade a la remesa oficial un generoso donativo privado al tesorero, pidiéndole que lo ratifique en su calidad de capitán general de la colonia.

Pasamonte, sin embargo, no no tenía poderes para ello, pero por la buena cantidad de oro que había recibido, entregó a Núñez de Balboa una escritura provisional, que en lo cierto no tenía ningún valor. Pero al mismo tiempo, Balboa, que quería estar seguro de dejar todo atado, envió a España a dos de sus hombres de confianza para que hablaran en la corte de sus servicios a la corona y difundieran las importantes noticias que había recibido del cacique Comagre Vasco Núñez de Balboa los envió a Sevilla, con el mensaje de que sólo necesitaba una tropa de mil quinientos hombres. Comprometiéndose él a hacer por Castilla lo que ningún otro español había hecho antes; a descubrir el nuevo mar y llegar por fin a la deseada tierra de oro y especias que Colón no había conseguido y que él, Balboa, iba a conquistar para la Corona.

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Malas noticias

Todo parecía haber cambiado para este sagaz aventurero. Sin embargo, el siguiente barco que llega de España trae malas noticias.

La petición de más hombres y suministros en España fue denegada porque el caso de Fernández de Enciso ya era conocido por la Corte española. El leguleyo bachiller, Enciso, con su querella ha hecho prevalecer su poder ante la justicia española, que finalmente ha condenado a Balboa a pagarle una indemnización.

Vasco Núñez de Balboa se da cuenta de que está sólo. La acusación que se cernía sobre él ha prosperado. Algún otro llevará a cabo su hazaña, su sueño. Ya no le cabe esperar nada de España. Se sabe que ha empujado a la muerte al legítimo gobernador del rey que se ahogó a su vuelta y que por la fuerza ha expulsado al alcalde Enciso de su puesto. No puede contar con la ayuda de amigos poderosos y la voz de su mejor amigo, ese oro que promete, aún es demasiado débil para asegurarle el éxito.

Sólo una cosa puede puede hacer ahora. Otra osadía mucho mayor. De perdidos al río se dijo. Si no me ayudan lo conseguiré yo sólo. Aquí, en el extremo del mundo habitado, sólo le queda una forma ganar, el logro personal de una portentosa proeza. El camino hacia la inmortalidad.

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En busca de la mar océana

Así, Núñez de Balboa decide aventurarse en lo ignoto con unos pocos hombres tan decididos como él. Mejor morir conociendo la gloria de haber llevado a cabo una de las más apasionantes aventuras de todos los tiempos, que sufrir la ignominia de una hipotética justicia por llegar.

Núñez de Balboa convoca a sus hombres y les expone su intención de cruzar el estrecho, sin ocultar las dificultades, y pregunta quién quiere seguirle. Su valor envalentona a los demás. Casi toda la guarnición apta para el servicio de la colonia, ciento noventa soldados, se deciden a acompañarle. La pasión por el oro equiparaba la ambición de gestas y proezas de aquellos aguerridos castellanos. Y el 1 de septiembre de 1513, para escapar de la horca o del calabozo, Núňez de Balboa, héroe y bandido, aventurero y rebelde, inicia su marcha hacia la inmortalidad.

La travesía del estrecho de Panamá comienza desde Careta, el pequeño reino del cacique cuya hija es ahora la mujer de Balboa. Núñez de Balboa no ha elegido el camino más corto como se demostrará más tarde, y se alargó en unos días más el peligroso paso hasta el Mar del Sur. Pero en un envite tan arriesgado hacia lo desconocido, consideraba fundamental asegurarse la proximidad de una tribu aliada conocedora de todos los secretos de la selva: rutas a seguir, dónde aprovisionarse de agua, cómo encender fuego y, sobre todo, para el refuerzo o la posible retirada.

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Travesía del estrecho de Panamá

Ciento noventa soldados armados con lanzas, espadas, arcabuces y ballestas, y acompañados por una imponente jauría de temidos sabuesos. El cacique aliado, Careta, su suegro, aporta sus indios como porteadores y como guías. Y el 6 de septiembre se inicia esa gloriosa marcha a través del istmo, que incluso para gente tan atrevida y experimentada exige desmesurados sacrificios y una gran fuerza de voluntad. Expuestos a las sofocantes y debilitadoras temperaturas del ecuador, los españoles tienen que atravesar primero las húmedas y sofocantes llanuras, cuyo suelo pantanoso, ideal para contraer enfermedades, mataría siglos después a centenares de hombres durante la construcción del canal de Panamá.

Desde el primer momento, el camino hacia lo inexplorado hay que abrirlo a machetazos y golpes de espada por la ponzoñosa jungla. Como a través de una galería inmensa y verde, los que van primeros van desbrozando a través de la angosta espesura una estrecha senda, que recorren en en fila de a uno los 190 hombres de Vasco Núñez de Balboa, siempre cargados con sus armas, siempre, noche y día, con todos sentidos al acecho y en tensión, para rechazar posibles ataques de los indígenas.

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Jornadas agotadoras

El calor resulta sofocante en la oscuridad bochornosa y llena de vahos de las húmedas bóvedas que forman los gigantescos árboles, sobre los que se desploma un sol inhumano. Cubiertos de sudor y con los labios sedientos y resecos, los hombres se arrastran con sus pesadas armaduras, vestimenta nada ligera para internarse por tan enmarañadas angosturas, avanzando legua tras legua, a merced de los aguaceros huracanados que de vez en cuando azotan la selva tropical. Los pequeños arroyos, en un momento, se convierten en torrenteras impetuosas que se ven obligados a vadear o cruzar rápidamente por los inseguros puentes de madera quebradiza que los indios improvisan sobre la marcha.

Como alimento, los españoles no tienen más que mazorcas de maíz. Con sueño acumulado, hambrientos, sedientos, rodeado por miríadas de lacerantes insectos que les sorben la sangre, se esfuerzan lo indecible por avanzar con las ropas rasgadas por las espinas y los pies heridos, los ojos febriles y las caras espantosamente hinchadas por las picaduras de enormes mosquitos, sin descanso de día ni de noche y pronto ya extenuados por completo.

Tras la primera semana de marcha, una gran parte de la tropa no puede soportar más las fatigosas marchas por lo que Núnez de Balboa, que intuye que aún están al caer los verdaderos peligros, ordena que todos los enfermos con fiebre y los que estén exhaustos se queden atrás. Quiere adentrarse en la aventura decisiva únicamente con lo más fornido y selecto de su tropa.

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Se acaba la selva y empieza la montaña

Al fin el terreno empieza a elevarse. Se internaron en las cordilleras de la región del río Chucunaque. Actualmente denominadas montañas Urrucallala. La exhuberante selva tropical se va volviendo cada vez más clara. Pero ahora que la sombra ya no les protege, el abrasador y plomizo sol ecuatorial quema y hace insuportable caminar con sus pesadas armaduras. Lentamente en interminables jornadas, los hombres desfallecidos consiguen subir, paso a paso, esa región montañosa en dirección a la cordillera que, como un espinazo de piedra, separa el estrecho margen entre los dos mares.

Poco a poco van encontrándose menos obstáculos, luego el aire se refresca. Tras dieciocho dias de esfuerzos inhumanos, las mayores dificultades parecen vencidas. Ya tienen ante ellos la cresta de montañas desde cuyas cumbres, al decir de los guías indios, se pueden contemplar los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico, aún desconocido e inexplorado

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Pero justo cuando la obstinada e insidiosa resistencia de la naturaleza parecía haber sido derrotada, se enfrentan a un nuevo enemigo, el cacique de la región, que, con cientos de sus hombres, bloquea el camino de los forasteros. Núnez de Balboa que ya tenía experiencia en la lucha contra los indios, sabía que sólo tenía que disparar una andanada de arcabuces y, una vez más, los truenos y relámpagos artificiales les espantarían. Los indios asustados por semejante artillería ignota, corrieron gritando, perseguidos por españoles y perros.

La cumbre que lo divisa todo

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Esa misma noche un indígena le indica una cercana cumbre desde cuya puesto elevado se puede contemplar ya el mar, el ansiado Mar del Sur. Enseguida Balboa toma sus medidas. Deja a los heridos y extenuados en la población tomada y ordena que aquellos que aún son capaces de avanzar, sesenta y siete en total, de los ciento noventa con los que partió de Darién asciendan esa montaña. Hacia las diez de la mañana están cerca de la cima. Sólo queda escalar una pequeña y pelada cumbre. Después, la vista se extenderá en la inmensidad oceánica.

Entonces Balboa ordena detenerse a sus hombres. Nadie puede seguirle, porque no quiere compartir con nadie su primera visión de aquel océano por descubrir. Quiere ser el único para toda la eternidad, el primer español, el primer europeo, el primer cristiano, que, tras cruzar el segundo gran océano de nuestro universo, el Atlántico, ha visto por fin el aún desconocido Pacífico. Lentamente, con el corazón latiendo, profundamente imbuido del significado del momento, la bandera en su mano izquierda y la espada en la derecha, una solitaria figura asciende lentamente, sin prisa, pues la verdadera empresa ya ha sido realizada. Sólo un par de pasos más, cada vez menos.

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

El Mar del Sur

Núñez de Balboa descubre el océano pacífico
Lugar del primer avistamiento del Mar del Sur

Y en efecto, cuando llega a la cima, ante él se abre una colosal perspectiva. Tras las montañas en declive, tras las verdes colinas cubiertas de bosque,;se muestra inacabable un gigantesco disco de metal brillante: el nuevo mar, hasta ahora únicamente soñado e imaginado. La legendaria masa de agua salada buscada en vano desde hace años y años por Colón;y por sus sucesores, cuyas olas bañan las costas de América, de la India y de la China.

Vasco Núňez de Balboa mira extasiado y feliz, gozando al saber que sus ojos son los primeros de un europeo en los que se refleja el infinito azul de esas aguas. Contempla durante un buen rato la inmesidad azul en lontananza.

Sólo después llama a sus camaradas para que compartan su alegría, su orgullo. Inquietos, excitados, jadeando y gritando, trepan hasta coronar la montaña y allí quedan absultos, asombrados, y con miradas de entusiasmo señalan hacia allí. En ese momento el padre Andrés de Vara entona el Te Deum laudamus. De inmediato cesa el griterio. Las voces rudas y ásperas de todos esos soldados, avéntureros se unen en un coro piadoso.

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

Una cruz hermanando los dos océanos

Asombrados, los indios ven cómo a una palabra del sacerdote derriban un árbol para construir una cruz,. Y en la madera graban las iniciales del rey de España. Y cuando esa cruz se eleva parece como si sus dos brazos quisieran abarcar ambos mares; el océano Atlántico y el Pacífico, con todas sus invisibles lejanías. En medio del respetuoso silencio, Núñez de Balboa pronuncia un emotivo y triunfal discurso ante sus esforzados y sufridos compañeros de penurias.

Deben dar las gracias a Dios por haberles concedido este honor y esta misericordia y en pedirle que les siga ayudando a conquistar este mar y todas estas tierras. Si continúan fielmente con él, como lo han hecho hasta ahora, volverán de estas Nuevas Indias enriquecidos y admirados por sus compatriotas. Dicho esto, con solemnidad, hace ondear la bandera a los cuatro vientos para tomar posesión por la Corona y por Espana de todo el espacio por el que circulan esos vientos.

Despues llama a su escribano, Andrés de Valderrabano, para que extienda un documento que registre el solemne acto. Valderrábano desenrolla un pergamino que ha arrastrado consigo a través de la selva en un cofrecillo de madera junto con un tintero y una pluma de ganso. Y exhorta « a todos caballeros e hidalgos hombres de bien que se hallaron presentes en el descubrimiento del Mar del Sur con el magnífico y muy noble señor, el capitán Vasco Núñez de Balboa, gobernador de Su Alteza a que ratifiquen que el tal Vasco Núñez de Balboz fue el primero que vio ese mar». Después, los sesenta y siete bajan desde la montaña.

Ese 25 de septiembre de 1513, la humanidad conoce el último océano de la Tierra que quedaba por descubrir.

Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

… por la Corona Real de Castilla tomo posesión de todos estos mares y tierras y costas y puertos e islas

Ya están seguros. Han visto el mar. Pero ahora tienen que bajar a la costa internándose en las tierras del cacique Chiapes, al que vencen en un breve combate y le invitan a colaborar con la expedición. Tras dos días de descenso alcanza la playa.

El día de san Miguel Vasco Núñez de Balboa, acompañado por veintidós de sus compañeros, toma posesión del nuevo mar en una solemne ceremonia. Se echa a la espalda el escudo, que refulge al sol como un espejo, y, tomando en una mano la espada y en la otra el pendón de Castilla con la imagen de la madre de Dios,;avanza hacia el agua. Sólo cuando las olas le llegan hasta las caderas, cuando está por completo metido en esas vastas aguas desconocidas, Núňez de Balboa, hasta entonces un rebelde, un aventurero, ahora un triunfador y como el más fiel de los siervos de su rey, agita el estandarte y en voz alta exclama:

« Que vivan los altos y poderosos monarcas don Fernando y doña Juana de Castilla, de León y Aragón. En cuyo nombre y por la Corona Real de Castilla tomo posesión real y corporal y permanente de todos estos mares y tierras y costas y puertos e islas… Y si algún otro príncipe o capitán, cristiano o infiel o de cualquier ley o secta o condición pretende algún derecho a estas tierras y mares,;yo estoy presto y aparejado de hacérselo contradecir o defender en nombre de los reyes de Castilla presentes o por venir,;cuyo es este imperio y señorío de aquellas Indias, islas e tierra firme…, ahora y en todo tiempo en tanto que el mundo dure hasta el universal final juicio de los mortales.»

Todos los españoles repiten el juramento, y por un instante sus palabras resuenan graves y emocionadas por encima del fuerte rugido de la marea.

(FiN) Nuñez de Balboa descubre el océano pacífico

FiN

La batalla de Lepanto – 1571