No sólo censuran el gobierno y Twitter, hay una censura lapidaria que lixivia la libertad de expresión abocándonos a expresiones asexuadas, ¡tan absurdamente neutras y “buenigéneras”! De verbo tan paniaguado que escandalizarían a Cela o Umbral. Aunque personalmente a mi me la refanfinfla, no puedo evitar compadecer a los que se dejan crucificar la lengua, muy a su pesar.
¡Niño, eso no se dice!
Un movimiento de virginalidad impostada nos conduce inexorablemente, paso a paso, a la autocensura verbal. La peor de las servidumbres voluntarias por que cercena el pensamiento por su parte más fértil, mejor dicho, por su origen primigenio: ¡El verbo!
Vamos hacia un lenguaje tan llano, de encefalograma plano, tan desprovisto de aristas, de voluptuosidades. de ingenio, de picantías. Tan sibilinamente alejado del exabrupto, de la creatividad. De esa narrativa vital que muestra el vivir cotidiano de la sociedad, las costumbres y hasta los excesos, los vicios y las virtudes. Hoy hasta los extremos vitales de la castidad o la progenie del creced y multiplicaos son mandadas al manicomio social postmoderno.
Esa ideación deprimente de lo sostenible nos conduce al páramo vital. Y mientras, una panda de beatos y beatas – permítanme usar sus polipotes – del nuevo orden laicista. Que adoran la promiscuidad, la disforia de género y las perversiones sexuales; y las propagan por las mentes escasamente precavidas.
Todo pensado para alejarnos de la sensata concepción, aceptación y cosmovisión de la dualidad biológica y espiritual de la existencia humana que nos ha traído hasta aquí. Tamaña es la presión sobre las mentes quesemejaremos robots inanimados a no mucho tardar. Los jueces ya aceptan el género como prueba de cargo en un juicio y el abogado que no lo use será reprobado, escarnecido públicamente por tamaño crimen de leso feminismo.
Pronto veremos arder en la hoguera morada las obras cumbres de nuestra literatura. Los celuloides que cobijan físicamente las obras maestras del cine también arderán – entre ellas la famosa Fahrenheit 451-. O , como hoy todo está digitalizado, serán borrados o escondidos. Libros y películas se almacenarán en el Área 51, la cárcel digital de lo probibido. A la Lolita del apóstata Nabokov la meterán en el convento laicoglobalista.
En fin, como no quiero cansarles con los terrores venideros, hablemos de nuestras madres que, en su excelsa pulcritud docente, nos regañaban, cariñosamente o no, cuando decíamos palabrotas para depurar nuestro lenguaje. No había en ellas esa censura que nos embauca hoy sino ese afán amoroso de una madre por enseñarnos que aun no era el momento por que eso era cosa de mayores. Y, claro, a nosotros nos rebelaba el asunto porque si algo deseábamos era ser adultos y hablar con la libertad que ellos disfrutaban. Esa esclavitud, pero carente, sin ápice de ese deseo amoroso de una madre, es la que hoy quieren imponernos.
Nos quieren niños dóciles y mojigatos pero nosotros queremos ser mayores por eso nos rebelamos.
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