Escritor Español Petrusvil

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

28/09/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 20 minutos.
Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

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Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Tabla de contenidos

Esta entrada es la continuación de «La tumba de Tutankamón (I)» que forma parte de mi trilogía sobre uno de los descubrimientos cenitales de la arqueología del s. xx. (Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II) ).

Los hallazgos relativos a la tumba de Tutankamón – aun no se sabía con seguridad quién estaba enterrado en esa tumba – fueron ejecutados desde el primer momento con tanta planificación y cuidado, que sirvieron de ejemplo para posteriores excavaciones arqueológicas.  

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Una meticulosa preparación

Con cautela, Carnarvon y Carter, decidieron tapar la tumba que acababan de descubrir. Carter, inmediatamente, se dio cuenta de que no se debía empezar a cavar y sacar todos los objetos inmediatamente. Consideró, en primer lugar, que era indispensable fijar con exactitud la posición original de todos los objetos, para determinar datos sobre la época y otros puntos de referencia análogos. En segundo lugar había muchos objetos de uso o suntuosos que debían ser tratados cuidadosamente para su conservación.

Tal era la cantidad ingente de objetos que habían hallado que necesitarían un gran depósito para almacenarlos y catalogarlos, medios de preparación y material de embalaje. Previno consultar con expertos sobre cuál era el mejor modo de tratarlos. También pensó que necesitaba un laboratorio para poder realizar un análisis inmediato de los materiales sensibles que pudieran descomponerse al manejarlos o al sacarlos al exterior. Catalogar tal hallazgo requeriría un exhaustivo trabajo de organización. Era necesario que Carnarvon fuera a Inglaterra y que Carter se trasladara a El Cairo para organizar los preparativos y, lo primero, era proteger el hallazgo de codicias ajenas.

Todo ello explica la decisión de tapar la tumba el 3 de diciembre e 1922, era única manera de protegerla contra la irrupción de los saqueadores de tumbas que, todavía en el s. xx, seguían operando en Egipto. Callendel se quedó en el lugar como guardián. Nada más llegar a el Cairo, Carter se ocupó de encargar una pesada verja de hierto para la puerta de entrada de la tumba.

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El mundo se volcó en ayudar en la tarea

Una prueba de que en esta excavación egipcia, la más grandiosa hasta el momento, se trabajaba con seriedad y meticulosidad, la constituye el hecho de que, desde el primer momento, se colaboró en tal obra desde todas las partes del mundo, y a menudo de la manera más altruisa. Carter dio más tarde las gracias a todos, por esta ayuda tan amplia y generosa que se les prestó, incluyendo el gobierno egipcio y sus propios obreros indígenas de la excavación por su gran trabajo.


Por ejemplo, Lythgoe, encargado de la sección egipcia del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, le envió su fotógrafo Harry Burton, para que estuviera a su entera disposición. Y Lythgoe, que asi se privaba de sus propios medios auxiliares más valiosos, le telegrafiaba; «Muy contento de ayudarle de cualquier modo. Ruego disponga de Burton y de cada uno de mis colaboradores». También los dibujantes Hall y Hauser y el director de las excavaciones en las pirámides de Lischt, A. C. Mace, se trasladaron al puesto de Carter.

Desde El Cairo, el director de la sección egipcia de Química, Alfred Lucas, se puso a la disposición de Carter durante su permiso de tres meses. El Dr. Alam Gardiner se preocupó de las inscripciones, y el profesor James H. Breasted, de la Universidad de Chicago, acudió para poner a la disposición de Carter sus conocimientos en cuanto a la significación histórica de las improntas de sellos.

Más tarde – el 11 de noviembre de 1925-, el Dr. Salch Bey Hamdi y el profesor de Anatomia de la Universidad egipcia Douglas E. Derry, empezaron a examinar la momia: A. Lucas escribió un trabajo bastante extenso titulado «La Quimica en la tumbas, sobre los metales, aceites, grasas y productos textiles; P. E. Newberry examinó las coronas de flores de la tumba y determinó la especie de las mismas, que eran de casi 3-500 años antes, y logró fijar la estación del año en que tuvo efecto el entierro de Tutankamón por las flores y los frutos, porque conocia el desarrollo de los trigos, de la picris pequeña, la madurez de la mandrágora – la «manzana favorita» de la vieja canción -, y del solano negro, y asi pudo concluir: «Tutankamón fue enterrado entre marzo y fines de abril». Las materias especiales fueron examinadas por Alexander Scott y H. J. Plenderleith.


Esta colaboración de especialistas de primera categoría, incluso en materias que nada tenian que ver con la arqueología propiamente dicha, dio una sólida garantía de que todo el botín científico que se extrajera de aquella tumba sería el mayor descubrimiento hasta la fecha.

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Se reabre la tumba

Una vez hechas todas las prevenciones y disposiciones, el trabajo podía iniciarse. El 16 de diciembre de 1922 se volvió a abrir la tumba; el 18, el fotógrafo Burton hizo las primeras fotografias en la antecámara y el 17 se sacó el primer objeto.

Sigamos el propio relato de los acontecimientos que nos dejó Howard Carter en sus Memorias, pero sólo en sus puntos esenciales. Y al respecto de sus hallazgos, por ser imposible describir detalladamente la inmensidad de ellos, sólo mencionaré aquí algunos de los más bellos y valiosos. En el balance final de objetos encontrados, Howard Carter, apunta la nada desdeñable cantidad de 5.398,

La primera tarea era desalojar la antecámara de todos los objetos que contenía para poder localizar otras cámaras e incluso la cámara mortuoria.

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Entre los objetos destacó un arca de madera, una de las piezas más valiosas del arte egipcio, recubierta de una capa de yeso y ricamente decorada. En las pinturas resaltaba el colorido y la finura extraordinaria en el dibujo. Las escenas de caza y batallas están dibujadas con tal detalle y precisión que incluso superan a las miniaturas persas. l arca estaba llena de objetos de diversos y su extracción se realizó con cuidadoso esmero, como nos lo demuestra necesitaran tres semanas de labor minuciosa, para vaciarla del todo.

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Igual importancia tenían los tres grandes féretros. Eran objetos raros, con una parte algo más elevada para los pies que para la cabeza. El primero de ellos parecia adornado con cabezas de león; el segundo, con cabezas de vaca, y el tercero, con una cabeza de un raro animal mitad rinoceronte mitad cocodrilo. Todos los féretros estaban colmados de objetos preciosos, de armas y vestidos, y también habia un sitial con respaldo, tan adornado, que Carter, sin vacilar, pretende que representa lo mis hermoso que hasta entonces se ha encontrado en Egipto.

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Y por último, había cuatro grandes carros, tan grandes, que hubo de desmontarlos para sacarlos del sepulcro. Además, los ladrones habían mezclado todo. Los cuatro carros estaban completamente recubiertos de oro; cada centímetro estaba adornado con ornamentos variados, incrustaciones de coloridos cristales, piedras y metales preciosos.

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Tan sólo en la antecámara había depositadas unas setecientas piezas. A mediados de febrero de 1923, la antecámara quedó desalojada. Se habia logrado espacio suficiente para el trabajo que todos esperaban con el mayor interés. Ahora sería posible abrir la puerta sellada entre los dos centinelas que habían descubierto, y se sabría con seguridad si la cámara siguiente albergaba a la momia.

Como dato curioso: En un ferrocarril de campaña cuyos railes habian de ser desmontados de trecho en trecho para volver a colocar los delante, transportaron las primeras treinta y cuatro pesadas cajas con objetos de la tumba, recorriendo el kilómetro y medio que separaba el lugar del hallazgo del barco anclado en el Nilo. Aquella riqueza recorría a la inversa el mismo camino que hizo hacía tres mil años. Siete días después estaban en El Cairo.

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Expectación para abrir la cámara sepulcral

El viernes 17 de febrero de 1923, a las dos de la tarde, se reunieron en la cámara una veintena escogida de personas para asistir a tal acto, nadie sospechaba lo que dos horas más tarde iban a contemplar. Después de tantos tesoros que ya se habían encontrado, no se podían siquiera imaginarse que aun saldría a la luz algo más importante y muchísimo más preciado.

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Eran miembros del Gobierno y hombres de ciencia, se sentaron en varias filas sobre estrechas sillas. Carter trepó a un saliente en forma de escalera, cuya altura le permitía quitar más cómodamente las piedras de la puerta, mientras se producía un profundo silencio.

Carter sacaba con sumo cuidado la hilera superior de piedras. Aquel trabajo era lento y difícil, ya que cabia el peligro de que se desprendieran y cayeran al interior, pudiendo destruir o deteriorar lo que se hallara detrás de la puerta. «Cuando quedó descubierta la primera abertura – confiesa Carter-, ¡la tentación de pararme a cada momento y de mirar adentro era irresistible!»

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La pared de oro

Mientras de Mace y Callender le ayudaban a despejar el acceso a la puerta; los presentes iban murmurando con voz apagada, cuando Carter ordenó que le dieran la lámpara eléctrica, y la introdujo por la abertura.

Lo que entonces contempló lo imprevisto, increíble, y en un principio, completamente incomprensible. Carter se halló ante una pared brillante, y por más que miraba a derecha y a izquierda, no la podía medir. La pared cubría toda la entrada. Carter introdujo la lámpara lo más adentro que pudo. No había ninguna duda, se hallaba ante una pared de oro (Lo cierto, entusiasmos comprensibles a parte, es que era madera contrachapada en oro con delicadas grabaciones, pero no dejaba de ser una auténtica maravilla).

“Una vista asombrosa…una sólida pared de oro.» – Howard Carter

Siguió quitando las piedras con la mayor precaución y entonces todos los presentes pudieron contemplar el resplandor dorado. A medida que quitaba piedra tras piedra y se iba viendo cada vez más parte de la pared dorada, «sentía, como una corriente eléctrica detrás, era la excitación que hacia presa en los espectadores», escribe Carter.

Pero ahora Carter, Mace y Callender se percataron, al mismo tiempo, de lo que realmente era esa pared de oro. Estaban ante la entrada de la cámara sepulcral. Y lo que habían pensado que era una pared en realidad era el lateral de un gigantesco féretro, sin duda el más precioso que jamás haya visto un ser humano. Era un enorme sarcófago, cuyo interior contenía otros más, todos los cuales guardaban el ataúd, propiamente dicho, con la momia.

Durante dos horas estuvieron trabajando pesadamente para abrir la entrada de modo que se pudiera entrar en la cámara sepulcral. Se hizo una pausa que puso a prueba los nervios de todos cuando en el umbral se vieron las perlas esparcidas de un collar que seguramente habían caido del botín de los ladrones. Mientras los espectadores, llenos de impaciencia, se movían inquietos en sus sillas, Carter, con su meticulosidad de arqueólogo genuino que ni ante lo más sublime dejaba de estar atento a los detalles más insignificantes, fue recogiendo cuidadosamente aquellas perlas, una a una.

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Se observó que la cámara sepulcral estaba un metro más abajo del nivel de la antecámara. Carter tomó la lámpara y la hizo descender. En efecto, se hallaba delante de un féretro tan grande que llenaba casi toda la estancia. Para caminar alrededor del mismo, Carter tenia un pasillo de unos 65 centimetros, entre el féretro y la pared. Además, tenía que moverse cuidadosamente, pues alrededor de féretro había ofrendas dejadas alli para el faraón fallecido.

Parte de la «Pared de oro»

La tumba más pequeña, con el tesoro más grandioso

Lord Carnarvon y Lacau le siguieron los primeros. Permanecieron mudos; después, calcularon el tamaño de la enorme caja. Más tarde una medición exacta dio el siguiente volumen: 5,20 × 3,35 × 2,75 metros. Estaba totalmente recubierto de oro, y en los costados tenia incrustados adornos de cerámica de un tono azul turquesa, y estaba cubierto de signos mágicos en los que se invocaba la protección del fallecido.

En el aire se respiraba una cierta ansiedad: ¿Habrán penetrado los ladrones en el interior del enorme féretro? ¿Habían llegado a profanar el sarcófago que contenía la momia? Carter observó que las grandes puertas del costado oriental estaban cerradas con pestillos, pero no selladas. Con mano trémula, retiraron los pestillos transversales y abrieron las puertas, que crujían. Quedaron cegados por el brillo de un segundo féretro. También las puertas de éste estaban cerradas con pestillo, pero éste tenía el sello intacto.

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Los tres, Carter, Carnarvon y Lacau, exhalaron un suspiro de alivio, Hasta ahora, los ladrones habían ido por delante. Pero aquí, ante la estancia más importante de la tumba, eran los primeros. Y hallarían la momia intacta, tal como fue colocada hace más de tres mil años.

Cerraron la puerta con suavidad. Se sentían como intrusos. Habían llegado a ver la pálida mortaja que colgaba del féretro. «Nos sentiamos en presencia del rey muerto y teniamos que demostrar veneración».

En aquel momento, en el momento culminante de sus excavaciones, no se sentían capaces de descubrir más cosas. Era demasiado grandioso lo que se les acababa de ofrecer; mas a pesar de todo, no tardaron en verse ante un nuevo descubrimiento.

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La cámara del tesoro

Se trasladaron hacia el extremo posterior de la cámara y allí, para su sorpresa, encontraron otra puerta baja que conducía a otra cámara, bastante pequeña. Desde donde estaban podían ver todo lo que contenía. Carter, después de todo lo que habia visto en aquella tumba, llegó a decir: «¡Una sola mirada nos bastó para demostrarnos que en esa cámara anexa se hallaban los mayores tesoros de la tumba!»

Exposición Tutankhamón: La tumba y sus tesoros en Madrid | Espacio Madrid

En el centro de esa cámara refulgía un monumento de oro cuyas figuras de sus cuatro diosas protectoras, además de gran fastuosidad, emanaban tal gracia, tal naturalidad y vida, un acento tan conmovedor de compasión y súplica de que se las tratase con piedad, «que uno casi tenía la sensación de cometer un sacrilegio mirándolas», escribe Carter recordándolo: «…no me avergüenza confesar que me fue imposible pronunciar una sola palabra».

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Lentamente, Carter, Carnarvon y Lacau volvieron a la antecámara, pasando por delante del féretro de oro. Entraron los demás presentes. Más tarde Carter recordaba la escena: «Era interesante observar, desde la antecámara, cómo uno tras otro franqueaban la puerta. Todos tenian los ojos brillantes, y todos, uno después de otro, levantaban las manos, presas de una inconsciente incapacidad absoluta de describir con palabras lo que veían…»

Hacia las cinco de la tarde, tres horas después de haber pisado el sepulcro, todos subían de nuevo. Al salir a la luz del dia, aún claro, el Valle les parecía ahora transmutado, como iluminado por una nueva luz para la Historia.

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El examen y la recopilación de este hallazgo, el más grande jamás registrado en la historia de la arqueologia se retrasó. Desafortunadamente, se desaprovechó un invierno; lord Carnarvon había fallecido, y de pronto se produjeron serias dificultades con el Gobierno egipcio sobre la prórroga de la concesión y sobre el reparto de los hallazgos. Requirió el asunto de la intervención de organismos internacionales para llegar a un acuerdo amistoso. El trabajo podía continuar, se desmontaron, secuencialmente, las cuatro capillas doradas de madera contrachapada en oro, el sarcófago de cuarzo y los tres féretros, abriendo el último que contenía la momia de Tutankamón con su máscara funeraria, el dia 28 de octubre de 1925.

Esta parte de la tarea ofrecía ya pocos alicientes para el gran público que sólo buscaba lo sensacional; pero tuvo su punto culminante y era trascendental para la egiptologia. Y este fue el momento en que los investigadores vieron por primera vez la faz auténtica del hombre que durante treinta y tres siglos durmiera invisible al abrigo de las miradas de todos los demás mortales. ¡Y justamente este momento anhelado traería la única decepción! Este es uno de los fallos que siempre son de esperar hasta en el azar más afortunado.

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La ardua tarea de desmontar y extraer aquellos enormes “sarcófagos”

Lo anticipo, porque uno se puede desconcentrar con tanta cámara, antecámara, cajas, capillas, sarcófagos, ataúdes o féretros. Tal era la complejidad del hallazgo. En la cámara funeraria, la única que estaba decorada con pinturas en sus paredes, encontrarían cuatro «capillas», grandes cajas de madera recubiertas de oro, encajadas una dentro de otra, que cubrían a su vez un enorme sarcófago de cuarcita roja que contenía, a su vez, tres féretros, ataúdes antropomorfos, también encajados uno dentro de otro; de madera chapada en oro los dos más exteriores, y de oro macizo el más interior. Dentro del último estaba la momia del joven faraón Totankamón, con la cabeza y los hombros cubiertos por la célebre máscara junto con 143 joyas diseminadas entre los vendajes.

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Bien, prosigamos. Primero comenzaron a quitar los ladrillos de la pared que habia entre la antecámara y la cámara sepulcral, para ampliar la abertura. Luego se desmontaron los primeros sarcófagos, que como he explicado eran como “capillas” hechas de madera contrachapas en oro. La primera contenía una segunda, … y asi hasta cuatro.

Al abrir la tercera caja Carter pensaba que ahora si tropezaría con el sarcófago conteniendo a la momia, todavía no sabía que le esperaban varios más. Volviendo a sus textos nos cuenta que «Con una exaltación reprimida, me dispuse a abrirlo; nunca en mi vida olvidaré aquel momento, lleno de tensión, de nuestro fatigoso trabajo. Corté la cuerda, levanté el precioso sello, corrí los pestillos y descubrí delante de nosotros una cuarta capilla, similar a los demás, aunque mucho más espléndida y estaba más bellamente trabajado que la tercera. ¡Qué momento tan indescriptible para un arqueólogo! Con la más profunda emoción corrí los pestillos de las últimas puertas no selladas, y éstas, lentamente, se abrieron».

«Ante nosotros, llenándolo todo, apareció el inmenso sarcófago amarillo, de cuarzo; estaba intacto, como si unas manos piadosas acabaran de cerrarlo. ¡Qué aspecto tan inolvidable, tan magnífico! Era más emocionante aún que el brillo del oro en los anteriores. Sobre el extremo del sarcófago correspondiente a los pies, una diosa extendia con gesto protector los brazos y las alas como si quisiera retener al intruso. Llenos de respeto, estábamos nosotros ante este signo tan claro…»

Se necesitaron ochenta y cuatro dias de duro trabajo físico sólo para transportar las cuatro capillas de la cámara sepulcral. Las capillas comprendían, conjuntamente, unas ochenta partes, cada una de las cuales era sumamente pesada, poco manejable y de una gran fragilidad.

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Levantando la tapa del gran sarcófago de cuarzo

Por fin, los investigadores vieron por vez primera el sarcófago completamente despejado. Era una obra de arte tallada en un enorme bloque del más noble cuarzo amarillo, de 2,75 metros de longitud por 1,50 de anchura y una altura de 1,50. Y estaba cubierto por una pesada losa de granito, coloreada con el mismo color del cuarzo, para dar homogeneidad al conjunto.

Cuando las grúas que tenían que levantar esta losa, cuyo peso era superior a los doce quintales, empezaron a trabajar con sus alarmantes crujidos, muchos visitantes ilustres se habían vuelto a congregar en la tumba. «En medio de un profundo silencio, se levantó la gigantesca losa…» El primer aspecto desilusionó a todos; sólo se vela una gran cantidad de lienzos que tapaban todo. Más impresionados quedaron al echar una mirada sobre el rey mismo, cuando fueron quitadas una tela tras otra.

Con la losa de granito que tapaba el sarcófago de cuarcita roja retirada, quedó a la vista el primero de los tres féretros.

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¿Era su cuerpo lo que se veía? No; era la mascarilla de oro del príncipe cuando era todavía casi un niño. La cabeza y las manos eran formas perfectas, y el cuerpo estaba trabajado en relieve. En las manos, cruzadas, tenía las insignias reales: la vara curvada y el abanico de cerámica azul con incrustaciones. La cara era de oro puro; los ojos, de aragonita y de obsidiana; las cejas y los párpados, de cristal de color lapislázuli. Esta cara, de variadas tonalidades, semejaba una máscara y producia una impresión rigida y al mismo tiempo, sin embargo, daba la sensación de hallarse viva.

Pero lo que impresionó más a Carter y a los demás presentes fue, como él lo describe, «…aquella pequeña corona de flores, emocionante despedida de la joven viuda. Todo el esplendor regio, toda la magnificencia, todo el brillo del oro palidecía ante aquellas pobres flores marchitas que aún conservaban el brillo mate de sus colores originales. Ellas nos decían más claro que ninguna otra cosa como los milenios pasan».

Y cuando en el invierno de 1925, Carter bajó de nuevo a la tumba, hizo esta importante observación: «Otra vez nos emociona el misterio de la tumba, el respeto y la veneración de lo que ha pasado hace milenios y que, sin embargo, conserva su poderío. Incluso en su trabajo puramente mecánico, el arqueólogo nunca pierde esta timidez». También, en el pecho del más severo hombre de ciencia late un corazón.

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Los tres féretros

Durante todo este trabajo, los que participaban en él quedaron asombrados por el peso inexplicable de los féretros. Y aquí se presentó otra sorpresa, que nunca faltaron en esta tumba. Cuando Burton hizo sus fotografias, y Carter hubo quitado la pequeña guirnalda de flores y el lienzo que lo protegía, se explicó la razón de aquel enorme peso. El tercer féretro, de una longitud de 1,85 metros, era de oro macizo de un espesor de 2,5 a 2,3 milímetros; lo que hacía que su valor material fuese incalculable.

A esta sorpresa sucedió inmediatamente otra que suscitó en los investigadores los peores temores. Ya en el segundo féretro se había comprobado que los ornamentos habian sufrido los efectos de la humedad. Ahora se veía que todo el espacio comprendido entre el segundo y el tercer féretro estaba lleno de una masa negra, sólida, que llegaba casi a la tapa. Fue fácil separar de esta masa, parecida a pez, un collar con doble hilera de cuentas de oro y de cerámica; pero a renglón seguido los investigadores se preguntaban con ansiedad:
« ¿Qué desastre habrán provocado en la momia los ungüentos empleados con exceso? »

Todos experimentaban de nuevo una tensión febril; pero ahora se hallaban realmente ante el último instante decisivo.

Se hizo saltar algunos clavos de oro, y fue levantada la tapa del, esta vez sí, último féretro con sus agarraderas de oro y se descubrió la momia. Tutankamón, a quien habian buscado durante seis años, se hallaba realmente ante ellos. «En tales momentos – dice Carter- ¡se pierde el habla!»

El aspecto de la momia del faraón era, a la vez, magnifico y terrible. Se había vertido en ella una cantidad tan exagerada de ungüentos, que ahora todo ello se había pegado, endurecido y ennegrecido. Diferenciándose de esta masa oscura, sin contornos, brillaba con un resplandor verdaderamente regio la mascarilla de oro que le cubría la cara. Los pies estaban igualmente libres de los oscuros ungüentos.

Máscara funeraria de Tutankamon en oro macizo golpeado y bruñido aparecía en primer plano. Cubría su cabeza y formaba parte del ataúd más interior, este último de madera. Los materiales que se utilizaron fueron oro, lapislázuli, cornalina, turquesa, pasta vítrea, cuarzo, obsidiana y cerámica. Su peso es de 11 kg. Como es habitual en las representaciones de difuntos egipcios, el representado está despierto, alerta. Además, se representa pintado como en vida, con cejas y con una expresión muy despierta. Un gran collar sirve para apoyar la máscara en el cuerpo del difunto. Está labrada con piedras preciosas, que produce un contraste de color muy espectacular con la superficie de oro.

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)
Máscara funeraria de Tuntakamón.

En un proceso lento y dificil, y tras varios intentos infructuosos, después de calentarlo a 500 ºC – el ataúd de oro estaba protegido por planchas de cinc-, se consiguió separarlo del féretro de madera y de la máscara del de oro.

Retirando la mortaja funeraria

El dia 11 de noviembre, a las diez menos cuarto de la mañana, el anatomista Dr. Derry hizo el primer corte en las primeras vendas de lino de la momia. Excepto la cara y los pies, que no habian estado en contacto con los ungüentos, la momia se hallaba en muy mal estado. La oxidación de las particulas de resina habia provocado una especie de carbonización tan intensa que no sólo las partes principales del vendaje de lino, sino hasta cierto punto incluso los tejidos y los huesos de la momia estaban carbonizados. La capa de ungüento estaba en parte tan endurecida, que bajo los miembros y el tronco fue preciso quitarla con cincel.

En presencia de la comisión científica, el anatomista Dr. Derry efectúa el primer corte en la envoltura de la momia de Tutankamón.

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Supera a todo cuanto podiamos imaginar la abundancia de joyas con las que el rey estaba cubierto. Bajo múltiples vendas de lino habia cada vez más objetos preciosos, formando ciento un grupo. Los dedos de las manos y de los pies estaban en estuches de oro. De las treinta y tres páginas que Carter necesita para exponer su escueto examen de la momia, dedica más de la mitad a los objetos hallados en el cuerpo. Este faraón de dieciocho años estaba literalmente envuelto en varias capas de oro y piedras preciosas.

Un descubrimiento sorprendente fue cuando debajo de una almohadilla, a modo de corona, se encontró un amuleto. En si, esto no tenía nada de extraordinario. También Tutankamón dentro de las vendas de lino estaba recubierto por la «armadura mítica» de innumerables amuletos, simbolos y signos de hechizo, Por regla general, tales amuletos eran de piedra. Pero este amuleto era de hierro! Esto constituia, pues, uno de los primeros hallazgos egipcios de hierro, y hay que reconocer con cierta ironía que en una tumba donde desbordaba el oro, uno de los datos de mayor importancia para la historia de la cultura lo dio un pequeño trozo de hierro.

Soltar las últimas vendas de lino de la cabeza ya casi carbonizada del joven faraón constituyó un dificil trabajo. El ligero contacto con un pincel de pelo bastaba para destruir los restos descompuestos del tejido. Tras esta delicada labor, quedó al descubierto la faz del joven rey. Y Carter tiene la palabra: « … faz pacifica, suave, de adolescente. Era noble, de bellos rasgos y los labios dibujados con lineas muy netas».

Momia de Tutankamón.

Cuando se disponían a examinar el cuerpo de la momia – la única momia del Valle que durante treinta y tres siglos había quedado intacta -, se puso de manifiesto algo que Carter formula de este modo: « el destino, sonriendo irónicamente al investigador, nos demostraba que los violadores de tumbas y los sacerdotes que habian dado nuevo albergue a las momias raptadas habían hecho el mejor trabajo de conservación; pues las momias robadas hace siglos o secuestradas, habían sido sustraidas a tiempo de los perniciosos efectos del ungüento, y aunque muchas veces quedaron deterioradas, y generalmente saqueadas, están mejor conservadas que la momia de Tutankamón, que en lo que respecta a su estado de conservación constituía la única desilusión de aquella sorprendente tumba.»

Artículos y fotos National Geographic

Para los que estén más interesados vaya este completísimo infográfico de National Geographic.

En la siguiente y última entrada de la trilogía hablaremos de quién era ese joven faraón que murió con 18 años y del mito de la maldición del faraón:  “La maldición de Tutankamón (III)

(FiN) Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)

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