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La tumba de Tutankamón (I)

26/09/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.

Si está cansado de escritores mentirosos, melifluos o políticamente correctos. Si prefiere la prosa y la poesía con alma, sentimiento y vehemencia, la verdad transparente sin eufemismos ni tergiversaciones, entonces yo soy su pluma. 

Tiempo de lectura 18 minutos.

La tumba de Tutankamón (I)

La tumba de Tutankamon

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La tumba de Tutankamon

Tabla de contenidos

En 1914, recién comenzada la Primera Guerra Mundial, el Gobierno egipcio y transfirió la concesión para realizar excavaciones que había sido otorgada a Theodor Davis en 1902 a lord Carnarvon y a Howard Carter, dando comienzo al descubrimiento más importante de tumbas en Egipto que fue seguido con espectación en todas las rotativas de occidente. La historia comienza como el cuento de «las Mil y una noches y termina como una drama griego». (La tumba de Tutankamón (I) )

Howard Carter y la tumba de Tutankamon. Nefertiti

En el año 1902, el americano Theodor Davis descubrió las tumbas de Tutmosis IV, Siptah y Horemheb, y encontró la momia y el féretro del «rey hereje» Amenofis IV (Ecnaton: «el disco del sol está satisfecho» ) gran reformador que quiso desterrar el milenario culto a Ra (el rey del Sol), y cuya esposa fue la famosa Nefertiti (Nofretete), de la cual se conserva un maravilloso busto en color, sin lugar a dudas la más famosa escultura egipcia de todos los tiempos.

Howard Carter y la tumba de Tutankamón (I)

Dos hombres y un destino

El descubrimiento del sepulcro de Tutankamón representa el punto culminante de los grandes triunfos de la arqueología; no solo por los hallazgos sino porque alcanzó su más alto grado de sistematización camino de la ciencia que es hoy en día. Al mismo tiempo, los hechos revistieron cierto dramatismo como veremos.

Esta vez, la tarea se llevó a cabo con métodos rigurosamente cientificos. Habia pasado la época de las grandes y esforzadas hazañas, un tanto “amateurs”, de los primeros arqueólogos. Howard Carter, que era alumno de Petrie se convirtió, propiamente, en el iniciador de la Arqueologia moderna; con sus severos métodos del hombre de ciencia que clasifica y estudia topográficamente una cultura antigua.

Su precisión, su exactitud y su celo lo convirtieron en una de las grandes figuras de la Arqueologia, en el cuidadoso quehacer de los hombres que,; empuñando la piqueta, no sólo cavaban para descubrir los tesoros y las tumbas de los reyes muertos,; sino también para descifrar los enigmas de las culturas antiguas de la Humanidad.

El otro actor importante de la gesta fue Lord Carnarvon. Era es una peculiar mezcla de hombre deportivo y de coleccionista de antigüedades. Algo de gentleman y no poco de trotamundos. Realista en la acción y romántico de sentimientos, curiosa mezcla que en rigor sólo se da en Inglaterra. Desde muy joven, recorría las tiendas de antigüedades, y ya de mayor, con pasión y con agudo conocimiento, colecciona antiguos grabados y dibujos.

Al mismo tiempo, era un alma inquieta con múltiples dedicaciones. Un tirador excelente, apasionado de los deportes náuticos y las carreras de coches. Hereda una gran fortuna a los 23 años y decide dar la vuelta al mundo en un velero. Fue suyo el tercer automóvil con licencia en circular por Inglaterra; y muy pronto se entrega al deporte automovilístico con toda su pasión. Esta afición ocasionó un cambio dramático y decisivo en su vida.

A fines del siglo, tiene un accidente de automóvil en una carretera cercana al balneario de Langenschwalbach, vuelca su coche. El accidente le causa lesiones internas graves por las que durante toda su vida padecerá problemas respiratorios que desaconsejan los húmedos inviernos en Inglaterra. Por ello, en 1903, va por vez primera en busca del benigno clima de Egipto; donde se topa con los campos de excavaciones de varias expediciones arqueológicas que se convertirán en la pasión de su vida.

Y él, hombre rico e independiente y hasta entonces sin tarea ni rumbo fijo en su vida, descubre que esta ocupación le ofrece la posibilidad; de unir casi maravillosamente su afición deportiva, su audacia y su inclinación hacia un trabajo serio en relación con el arte. En 1906, comienza sus propias excavaciones, pero pronto reconoce que sus conocimientos no son suficientes. Consulta con el profesor Maspéro y éste le recomienda al joven Howard Carter.

HLa tumba de Tutankamon (I)

El Valle de los Reyes

La colaboración entre estos dos hombres fue crucial para los fines que ambos perseguían ya que eran el complemento perfecto uno del otro. Uno era el hombre de ciencia, de sólida y vasta cultura, que había adquirido suficiente experiencia trabajando con Petrie y con Davis; además, no era un rutinario investigador de hechos, sin imaginación, aunque algunos criticos le tachaban de pedante. Siempre mostraba una gran habilidad práctica y, cuando era preciso, una gran audacia.

Carnarvon y Howard Carter comenzaron a trabajar juntos. Pero hasta el otoño de 1917 no pudieron trabajar con la intensidad necesaria para poder obtener resultados positivos. Sucedió, entonces, algo que se ha visto repetido con frecuencia en la historia de la arqueología. De primera intención, gracias a una intuición feliz, se eligió con gran acierto la zona para excavar. Pero circunstancias ajenas, consideraciones criticas, vacilaciones y consejos desacertados impidieron la culminación de los trabajos, que fueron diferidos y después paralizados.

Recordemos aqui que uno de los mejores investigadores, el cavaliere napolitano Alcubierre, (ver mi entrada España y la excavación de Pompeya y Herculano) cuando con en similares circunstancias llegó en abril de 1748 al centro mismo de Pompeya, y volvió a cubrir los hoyos abiertos, y sólo al cabo de varios años se constató que la primera elección había sido acertada.

Carnarvon y Carter eligieron el Valle de los Reyes. Lugar donde se había ya se había excavado con profusión tanto por arqueólogos como porladrones de tumbas. Parecía un montañoso paisaje lunar donde iban apareciendo montones de escombros y entre ellos estaban las entradas de las tumbas descubiertas hasta la fecha. No había más solución que seguir un plan y excavar hasta llegar al fondo de la roca. Carter propuso empezar en un triángulo limitado por las tumbas de Ramsés II, de Merenptah y de Ramsés VI.

El mismo escribió despues: «Exponiéndonos al peligro de que se nos acuse de decirlo sólo después, quiero afirmar que decididamente confiábamos en hallar la tumba de un rey determinado, y este rey era Tutankamón». Tal afirmación parece increible si pensamos que el Valle entero estaba removido hasta la extenuación; y los arqueólogos del momento opinaban unánimemente que la época de las excavaciones en el Valle de los Reyes habia concluido.

La tumba de Tutankamon (I)
Valle de los Reyes – Luxor

HHoward Carter y la tumba de Tutankamon (I)

Bajo los malos pronósticos de los expertos egiptólogos

Belzoni, exactamente cien años antes, descubridor de las tumbas de Ramsés I y de Sethi I, de Eje y de Mentu-her-Chopsef, había escrito: «Estoy convencido de que en el valle de Biban-el-Muluk (Valle de los Reyes) no hay más tumbas que las conocidas a través de mis descubrimientos recientes, pues antes de abandonar aquel lugar me esforcé en buscar una tumba más, pero sin resultado, y el cónsul británico, Mr. Salt, estuvo después allí cuatro meses, y también se esforzó en vano en hallar otra nueva tumba».

Literalmente, todos los granos de arena estaban tres veces trillados y removidos, y cuando Maspéro, como jefe de la sección de antigüedades, firmó la concesión para lord Carnarvon, un sabio le expresó nuevamente su firme convicción de que, en rigor, aquella concesión era en vano, ya que el Valle no podía ofrecer nuevos hallazgos.

Howard Carter y la tumba de Tutankamon (I)

Las pistas que siguió Carter

Pero, ¿por qué Carter, a pesar de las opiniones en contra, esperaba todavía una tumba, y no una cualquiera, sino una muy concreta? Con sus propios ojos habia visto los hallazgos de Davis. Debajo de una roca una copa de porcelana con el nombre de Tutankamón. En una tumba de pozo, en las cercanías, había hallado un arca de madera; y en las láminas de oro que la adornaban estaba escrito el nombre de Tutankamón. Davis afirmaba, un tanto apresuradamente, que esa tumba era la última morada del rey. Carter llegó a otra conclusión, confirmada otro hallazgo de David.

Se trataba de unos recipientes de arcilla llenos de trozos también de arcilla, al parecer sin importancia, y de pedazos de lino, encontrados en el hoyo de una roca que se examinaron en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, resultando que se trataba de unos restos ocultos del material empleado en las complicadas ceremonias y solemnidades del entierro de Tutankamón. Amén de todo esto, Davis había hallado también varios sellos de arcilla pertenecientes a Tutankamón al descubrir los restos de Amenofis IV.

Carter llegó a la conclusión de que por estos hallazgos la tumba de Tutankamón tenía que estar situada en el centro del Valle. Pero ¿bastaba esto? Difícil tesitura si pensamos en los tres milenios transcurridos, en cuántas veces todo el contenido de las tumbas fue llevado de un lugar a otro por los ladrones y los sacerdotes,; y finalmente, en el trabajo poco sistemático de arqueólogos, inexpertos, que removieron desordenadamente la tierra. Las cuatro pruebas de Carter eran, pues, algunas láminas de oro, una copa de porcelana, algunos recipientes de arcilla y unos sellos. Y ligar a ello la esperanza, la seguridad instintiva de hallar la tumba de Tutankamón,; es señal de una confianza verdaderamente increíble en la propia suerte.

HHoward Carter y la tumba de Tutankamon (I)

Seis inviernos dando vueltas alrededor de la tumba

Así Carter y Carnarvon empezaron las excavaciones en el lugar indicado por el primero. Después de un invierno de trabajo, levantaron, gran parte de las capas de tierra superiores,; avanzando hasta el pie de la tumba abierta de Ramsés VI. Encontraron una serie de chozas para obreros cosa que era indicio de la proximidad de una tumba.

Sucedió entonces un hecho de naturaleza puramente turística que postergó el hallazgo de la tumba de Tutankamón. Para no privar a los turistas de sus habituales visitas a la tumba de Ramsės, muy frecuentada; en vez de proseguir las excavaciones se decidió dejar de buscar por el momento en aquel lugar, esperando ocasión más oportuna. Asi, en entre 1919 y 1920, se excavó solamente en la entrada de la tumba de Ramsés VI,; donde se hallaron varias piezas sueltas de interés arqueológico. «Jamás, durante todos nuestros trabajos,; nos habíamos hallado tan cerca de un verdadero hallazgo en el Valle», anota Carter.

Ya habian excavado de todo el triángulo hasta donde se encontraban las chozas de los obreros. Desafortunadamente, otra vez, dejan este último sector sin explorar y se trasladan a un lugar completamente diferente. Al pequeño valle contiguo a la tumba de Tutmosis III, donde excavan durante dos inviernos más sin encontrar «nada que valiera la pena».

La tumba de Tutankamon (I)

Vacilaciones, deliberaciones…

Después de varios años y tras la exigua escases de hallazgos, se reúnen y deliberan seriamente. Se preguntan si no deberían desplazar su tarea a un lugar completamente distinto. Sólo faltaba por examinar el lugar de las chozas de los obreros situado al pie de la tumba de Ramsés VI. Después de mucho vacilar y de cambiar frecuentemente impresiones, acuerdan dedicar al Valle sólo otro invierno. Y deciden ¡por fin! excavar el lugar que tantas veces habían menospreciado en los seis inviernos anteriores: el lugar de las chozas y los pedernales.

Y esta vez, cuando efectuaban lo que hubieran podido hacer seis años antes, o sea derrumbar las chozas de los obreros,;apenas hubieron dado el primer golpe de piqueta, hallaron la entrada de la tumba de Tutankamón, intacta, ¡la más rica tumba faraónica de Egipto! Y Carter escribe: «…lo repentino de este hallazgo me ocasionó una especie de aturdimiento. ¡Los meses siguientes estuvieron tan llenos de acontecimientos, que apenas he tenido tiempo para reflexionar!»

HoLa tumba de Tutankamon (I)

La tumba de Tutankamon (I)

El niño que descubrió la entrada de la tumba

Son esos momentos en los que la casualidad aparece para ayudar a los persistentes, y tomó la forma de un niño egipcio al que Carter – buen amigo de una familia- había contratado como el aguador oficial de la misión. Husein con apenas de diez años trasegaba agua para los obreros de la excavación a lomos de un burro. Aquel 4 de noviembre de 1922 nada más llegar a primera hora de la mañana y antes de liberar de su carga al jumento, como siempre hacía, escarbó con sus manos en la arena para poder acomodar las vasijas de barro con el preciado líquido. Fue entonces cuando se topó con el primer escalón de la tumba. Cuenta Carter que «al llegar al trabajo aquella mañana percibí un silencio inusual. La excavación estaba extrañamente detenida y entendí que algo extraordinario había sucedido. Me recibieron con la noticia de que un escalón cortado en la roca había sido descubierto bajo tierra. Una limpieza superficial bastó para desvelar que estábamos en la entrada a una escalera tallada en la piedra. El corte era el de unos escalones muy comunes en el Valle. Estaba casi seguro de que, al fin, habíamos encontrado nuestra tumba».

La entrada de la tumba

Así pues, el 3 de noviembre de 1922, empezó Carter a derruir las chozas de los obreros – lord Carnarvon se hallaba por aquella época en Inglaterra. Eran restos de cabañas de la XX dinastía. A la mañana siguiente, debajo de la primera choza que había sido demolida se halló una grada de piedra. El dia 5 de noviembre, se habían quitado tantos escombros que ya no cabía duda de haber encontrado la entrada de una tumba.

Pero ¿no sería acaso una tumba inacabada, no utilizada o desvalijada como muchas otras del Valle de los Reyes? ¿Sería solamente la tumba de un funcionario de la corte o un sacerdote? El trabajo progresaba rápidamente y la excitación de Carter iba “in crescendo”. Una grada tras otra quedaban libres de escombros; y un día, al ponerse el sol, apareció el pie de la duodécima grada y «se avistaba la parte superior de una puerta cerrada, tapada con argamasa y sellada». «¡Una puerta sellada! el descubrimiento ante el que todo excavador se estremece.»

Carter examinó los sellos. Eran los usados para los faraones fallecidos. Y como las chozas de los obreros habían tapado la entrada desde la XX dinastía; cuanto menos la tumba no habría sido violada desde aquella época. Y cuando Carter, a quien la emoción producía escalofrios, taladró una mirilla en la puerta «lo bastante grande para poder introducir una linterna»,; descubrió que el pasillo estaba completamente lleno de piedras, otra prueba palmaria de la segura protección que había recibido la sepultura.

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La tumba de Tutankamon (I)

Un telegrama: «Realizado en Valle descubrimiento maravilloso»

Cuando Carter bajaba cabalgando a la luz de la luna, después de haber encomendado la vigilancia del hallazgo a los obreros de más confianza, se debatía entre sus deseos y su templaza. « Todo, verdaderamente todo lo que esperaba, podia hallarse tras este pasillo, por lo que me costaba un enorme esfuerzo dominarme para no echar abajo la puerta de entrada y seguir buscando inmediatamente» Entonces, cabalgando en su mula, luchaban en él su deseo y su impaciencia, mientras una voz interior le decía que se hallaba ante un descubrimiento inconmensurable. Es digno respeto y admiración esta manera de obrar del descubridor, que después de un exasperente e infructuoso trabajo de seis años, hallándose por fin ante el gran y anhelado hallazgo, decide cautamente cubrir de nuevo la tumba y esperar la llegada de lord Carnarvon, su protector y amigo.

El 6 de noviembre, manda un telegrama: «Realizado en Valle descubrimiento maravilloso; tumba sorprendente con sellos intactos; he cubierto todo hasta su llegada, ¡Mi felicitación!» El dia 8 recibe dos contestaciones: «Voy, si es posible, rápidamente», «Pienso estar en Alejandria el 20. »

El dia 23 lord Carnarvon y su hija llegaron a Luxor. Más de quince dias pasó Carter devorado por sus ansias, espectante e inactivo ante la tumba que había cubierto de nuevo. A los dos dias de descubrir las gradas, le habían colmado de felicitaciones, pero ¿por qué?, ¿por qué descubrimiento?, ¿por qué tumba? Carter no lo sabía. Si hubiera seguido tan sólo unos centímetros más en la excavación, hubiera hallado la impronta indudable, evidente, del sello de Tutankamón. «Esto me habría proporcionado unas noches más tranquilas y me hubiera ahorrado casi tres semanas de impaciente espera

El dia 24, por la tarde, los obreros despejan de nuevo toda la escalera. Carter bajó sus diecisiete escalones y llegó ante una puerta sellada. Aquí vio las huellas claras y el nombre de Tutankamón; pero vio otra cosa más que prolongaba su angustiosa incertidumbre. Vio lo que casi todos los descubridores de tumbas faraónicas habían tenido que ver: que también otros se le habian adelantado. También aquí los ladrones habian intervenido.

HHLa tumba de Tutankamon (I)

La tumba de Tutankamon (I)
Howard Carter, Lord Carnarvon y su hija, Lady Evelyn Herbert en la tumba de Tutankamon

Sellos de Tutankamón

«Y como ahora toda la puerta aparecia iluminada por la luz, podíamos ver algo que hasta entonces no habíamos percibido, o sea que la puerta, por dos veces, habia sido abierta y vuelta a cerrar; velamos además que los sellos primeramente descubiertos con el signo del chacal y los nueve prisioneros, habían sido colocados de nuevo en las partes últimamente cerradas, mientras que los sellos de Tutankamón se hallaban en aquella parte de la puerta que aún conservaba su estado primitivo y, por consiguiente, eran los que originalmente habian protegido la tumba.

Por lo tanto, la tumba no estaba completamente intacta, como habiamos esperado. Los profanadores de tumbas la habian hollado más de una vez. Y a juzgar por las chozas que la habían ocultado, los ladrones eran de época anterior a Ramsés IV; mas el hecho de que la tumba hubiera sido sellada de nuevo indicaba que no la habían desvalijado por completo. »

Pero esto no era todo. La confusión e inseguridad de Carter aumentaron cuando mandó quitar los últimos escombros de las escaleras, encontró trozos de vasos, recipientes con los nombres de Ecnaton, de Sakara y de Tutankamón; también un escarabeo de Tutmosis III y un pedazo de otro con el nombre de Amenofis III. Aquella multitud de nombres reales no podía conducir a otra conclusión que, contra todas las esperanzas, no se trataba de una tumba individual, sino de un escondrijo habilitado para varios sepulcros.

Sólo abriendo aquella puerta se podia dar solución al enigma. Los dias siguientes fueron dedicados a este trabajo. Alli había un pasillo lleno de escombros, y se podía ver claramente que los ladrones habían penetrado haciendo una galería del ancho de un hombre y luego la habían vuelto a cubrir.

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Sello de Tutankamón

Una segunda puerta

Después de varios dias de trabajo, los excavadores penetraron unos diez metros y hallaron una segunda puerta. También tenía sellos de Tutankamón y de la ciudad de los faraones muertos, y se podía ver claramente por dónde los ladrones habian penetrado.

Por la semejanza que ofrecia la disposición de este pasillo con la de otros, como el de Ecnaton hallado en las proximidades, Carter y Carnarvon llegaron a la convicción, casi indudable, de haber encontrado sólo un escondite, y no una tumba.

Sus esperanzas eran modestas, a pesar de ello la tensión aumentaba a medida que se extraían los escombros de la segunda puerta. «Había llegado el momento decisivo – escribe Carter- Con manos temerosas practicamos una pequeña abertura en el ángulo superior izquierdo de esta segunda puerta…».

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-¿Ve usted algo? -¡Sí, algo maravilloso!

Carter introdujo una barra de hierro y vio que se movía libremente en el espacio vacío. Hizo pruebas con llamas; no había trazas de gas de ninguna clase. Luego amplió el agujero. Entonces, todos los que intervenían se congregaron – lord Carnarvon, su hija lady Evelyn y el egiptólogo Callender que se había unido al grupo para colaborar-. Carter, con gesto nervioso, encendió una vela y la acercó al agujero; su mano estaba insegura. Cuando, temblando de expectación y curiosidad, acercó sus ojos al agujero para poder echar una mirada al interior, el aire caliente que desde el interior buscaba una salida, hizo temblar la llama de la vela.

Una vez que sus ojos se hubieron acostumbrado a aquella luz tenue, vio contornos, luego sombras, después los primeros colores, y cuando se presentó ante su vista, cada vez con más claridad, lo que contenía la estancia, Carter permaneció mudo. Asi transcurió una eternidad para los que esperaban ansiosos a su lado. Luego, Carnarvon, que no podía soportar por más tiempo tal silencio, preguntó:

-¿Ve usted algo?

Y Carter, volviéndose lentamente, dijo con voz débil que le salía de lo más intimo de su alma, como si sufriera una suerte de encantamiento:

-¡Sí, algo maravilloso!

«Seguramente, nunca hasta ahora, en toda la historia de las excavaciones se han visto cosas tan maravillosas como las que hoy nos descubre esta luz», añadió Carter cuando se hubo calmado de su primera emoción ante el descubrimiento y uno tras otro pudieron acercarse a la mirilla y ver lo que había dentro.

Estas palabras conservaron todo su valor aun al cabo de diecisiete días de abrirse la puerta cuando, la luz de una potente lámpara eléctrica brilló sobre los féretros dorados, sobre un sitial de oro, mientras que un resplandor mate descubria dos grandes estatuas negras, jarros de alabastro y arcas extrañas. Fantásticas cabezas de animales proyectaban sus sombras desfiguradas sobre las paredes. De uno de los féretros sobresalia una serpiente de oro. Como centinelas, dos estatuas se hallaban rígidas «con sus delantales de oro, sandalias de oro, la maza y la vara, y en la frente el brillante áspid, símbolo del poderio faraónico.»

Y entre tal esplendor, que no era posible abarcar con unas pocas miradas, se hallaban huellas del trabajo de los enterradores. Cercano a la puerta, se veía aún un cubo medio lleno de argamasa, una lámpara, huellas de dedos en la superficie pintada, y en el umbral, unas flores depositadas a modo de despedida.

Asi, entre aquella fastuosidad, pasó algún tiempo antes que Carnarvon y Carter se dieran cuenta de que, en medio de tal abundancia de tesoros preciosísimos, no aparecía ni un sarcófago ni una momia. De nuevo se planteaba el tan repetido dilema: ¿era aquello un escondite o una tumba?

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La tercera puerta

Examinaron sistemáticamente todas las paredes y encontraron que entre las estatuas de dos centinelas del rey había una tercera puerta, como las otras, sellada. «Aquel conjunto de estancias, una sobre la otra, todas parecidas a la primera que habíamos visto, todas llenas de objetos, aquello iba y venía a nuestra mente y no dejaba de preocuparnos.» El dia 27, con la ayuda de las lámparas eléctricas que Callender había instalado, se examinó la tercera puerta, vióse, a nivel del suelo, una nueva abertura, también sellada. También por alli habian pasado los desvalijadores de tumbas.

¿Qué habría detrás: una nueva cámara o un nuevo pasillo? Si la momia se hallaba detrás de la puerta, ¿estaría lastimada? Alli no dejaban de plantearse cuestiones enigmáticas. No solamente la disposición toda de la tumba se distinguía de las demás conocidas, lo más raro era que los ladrones se hubieran esforzado en pasar de la tercera puerta sin apoderarse antes de lo mucho que había a su alcance. ¿Qué pretendían? ¿Qué buscaban, para pasar por estos montones de oro que yacían en la antecámara, sin tocarlos?

Cuando Carter examinó este asombroso tesoro vio en los objetos algo más que su valor material. ¡Cuántas enseñanzas encerraba esta diversidad de objetos acumulados para la investigación! Aquí se habían reunido innumerables objetos de uso común, otros suntuosos, de los cuales cada pieza hubiera sido considerada por el arqueólogo como rico botin de toda una temporada de fatigosas excavaciones. Además, aquí se manifestaba también el arte egipcio de una época determinada con tal vigor y vida que Carter después de ojearlo rápidamente reconocía; un estudio detenido de todo esto «conduciría a un cambio, incluso a una revolución, de todas las opiniones anteriores».

Mirando por un agujerito

Poco después hacían otro descubrimiento. Uno de ellos miró, lleno de curiosidad, debajo de uno de los tres grandes catafalcos, por un agujerito. Llamó a los demás, que se acercaron a gatas, e introdujeron sus lámparas eléctricas. Y su mirada descubrió otra pequeña cámara lateral, más pequeña que la antecámara, pero completamente llena, atestada, de objetos y preciosidades de todo tipo. Y en esta cámara, después de la visita de los profanadores, no se habia puesto orden, como probablemente tampoco en la antecámara. El ladrón que aquí había trabajado había ejecutado su trabajo con el vigor de un terremoto, con prisas lo habian revuelto todo, habían tirado algunas piezas; habian destruido algunas cosas; pero habían robado muy poco, ni siquiera lo que tenían al alcance de la mano. ¿Habrían sido sorprendidos en plena faena?»

Todos quedaron como embriagados; ante tal espectáculo, sus ideas no discurrian ya normalmente; después de echar una mirada sobre lo que contenía la cámara lateral, y en espera de lo que se hallaría traspuesto el umbral de la tercera puerta sellada, consideraban el arduo y meticuloso trabajo científico y de organización y recopilación que les esperaba. Pues este hallazgo, mejor dicho, solamente lo que hasta tal momento habian visto, no se podia sacar a la luz, examinar y catalogar en un solo invierno de excavaciones.

Sigue en la siguiente entrada de la trilogía del descubrimiento de la tumba de Tutankamón: «Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)«

En la foto precedente del «Valle de los Reyes». Detrás de la tapia de piedras bastante baja, tal como se ve en el primer plano, empieza el pasillo que conduce a la tumba de Tutankamón, A la izquierda, en la colina, con edificaciones, se halla la entrada de la tumba de Ramsés VI. La reproducción nos da una impresión bastante exacta de la intensidad con que trabajaron los arqueólogos en este valle: aquí no quedó piedra sobre piedra

(FiN) La tumba de Tutankamon (I)

FiN

Los tesoros de la tumba de Tutankamón (II)