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El molde que selló Pompeya y Herculano

08/08/2021

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 7 minutos.
El molde que selló Pompeya y Herculano

Continuación de la dilogía que comienza con «España y la excavación de Pompeya y Herculano» y termina con esta segunda parte: «El molde que selló Pompeya y Herculano«. La catástrofe en Pompeya y Herculano que nos dejó intactas bajo una espesa capa de lava y lápilli, como una instantánea en vida, un molde sellado resguardando para la historia humana, dos ciudades romanas durante 17 siglos.

Es dificil que pueda haber algo más interesante que Pompeya.

Johann Wolfgang von Goethe

A mediados de agosto del año 79 después de Jesucristo, se manifestaron los primeros indicios de una erupción del Vesubio, como ya había sucedido frecuentemente. En las primeras horas de la mañana del dia 24, sin embargo, se vio claramente que se avecinaba una catástrofe jamás vivida.

Con un trueno terrible se desgarró la cima del monte. Una columna de humo, abriéndose como la copa de un amplio del cielo, y entre el fragor de truenos y relámpagos, cayó una lluvia de piedras y ceniza que oscureció la luz del sol. Los pájaros caen muertos del aire, las personas se refugiaban dando gritos, los animales se escondian. Las calles se veian inundadas por torrentes de agua, y no se sabia si tales cataratas caian del cielo o brotaban de la tierra.

Aquellas ciudades de reposo estival quedaron sepultadas en las primeras horas de actividad de un esplendoroso día de sol. De dos maneras les amenazaba el trágico final. Un alud de fango, mezcla de ceniza con lluvia y lava, caía sobre Herculano, inundaba sus calles y callejas, aumentaba, cubría los tejados, entraba por puertas y ventanas y anegaba la ciudad toda, como el agua empapa una esponja, envolviéndola con todo lo que en ella no se había puesto a salvo en huida rapidísima, casi milagrosa.

El molde que selló Pompeya y Herculano

El molde que selló Pompeya y Herculano

No sucedió así en Pompeya, Alli no cayó ese turbión de fango contra el cual no quedaba mis salvación que la huida, sino que empezó el fenómeno con una fina lluvia de ceniza que uno podía sacudirse de encima, luego cayeron los lapilli, como si fuese pedrisco, y después cayeron trozos de piedra pómez de muchos kilogramos de peso. Lenta y fatalmente se manifestó la temible envergadura del peligro. Pero entonces era ya demasiado tarde.

Pronto quedó la ciudad envuelta en vapores de azufre que por las rendijas y hendiduras y se filtraban por las telas que las personas, al respirar cada vez con más dificultad, se ponían para cubrirse el rostro,

Y corriendo, huían al exterior para lograr así la libertad de respirar el aire; pero las piedras les daban con tanta frecuencia en la cabeza, que retrocedian, aterrorizados. Apenas se habían refugiado de nuevo en sus casas, se derrumbaban los techos, dejändolos sepultados. Algunos, durante breve tiempo, conservaron su vida. Bajo los pilares de las escalinatas y las arcadas se quedaban acurrucados durante unos angustiosos minutos. Luego, volvian los vapores de azufre que los asfixiaban. La sangre les hirvió y el cerebro les estalló dentro del cráneo.

Al cabo de cuarenta y ocho horas el sol salió de nuevo. Pero ya Pompeya y Herculano habian dejado de existir. En un radio de dieciocho kilómetros, el paisaje quedó desolado, y los campos, antes fértiles, totalmente arrasados. Las partículas de ceniza se habían extendido hasta el norte de Africa, Siria y Egipto.

El molde que selló Pompeya y Herculano

El molde que selló Pompeya y Herculano

Del Vesubio sólo ascendía una débil columna de humo y de nuevo el cielo se tornaba azul.

Meditemos qué acontecimiento tan terrorifico fue éste para toda la ciencia que se ocupa de los tiempos pasados.

Pasaron casi mil setecientos años. Otros hombres de distinta cultura, de costumbres diferentes y sin embargo unidos a los entonces sepultados por esos lazos de sangre que unen a toda la Humanidad, penetraron con la piqueta en la tierra y sacaron a la luz del día lo que allí quedó reposando tantos años. Este hecho es sólo comparable con el misterio de una resurrección de los muertos. Obcecado por su pasión cientifica, es posible quel investigador, al margen de todo sentimiento piadoso, se sienta feliz ante esa clase de catástrofes.

Difícilmente puede uno imaginarse una posibilidad más oportuna que tal lluvia de ceniza para conservar una ciudad con toda la actividad de su vida cotidiana para la posteridad investigadora. Alli no pereció una ciudad antigua que se extinguiera lentamente. Ella, unas ciudades vivas se vieron de repente tocadas por la varita mágica, y la ley del tiempo, del crecimiento y de la muerte perdieron toda vigencia sobre ellas.

Hasta el año de la primera excavación no se sabía más que el simple hecho: dos ciudades habian quedado sepultadas. Pero ahora, poco a poco, se iba conociendo el dramático proceso, y las noticias de los autores antiguos se animaban. Se conoció lo terrible de la catástrofe, la vertiginosa rapidez con que de modo tan brusco se interrumpió el curso del día en su evolución normal, y asi, ni el lechón ni el pan pudieron ser sacados del horno.

El molde que selló Pompeya y Herculano

¿Qué historia nos velan los restos de dos huesos que aún conservan las cadenas de la esclavitud, mientras que a su alrededor ya se había producido el derrumbamiento? ¿Cuánta tortura oculta la muerte del perro hallado bajo el techo de una habitación, igualmente atado con una cadena? El perro subió y subió sobre los montones de lapilli que penetraban por las ventanas y las puertas hasta que el techo obligó al animal a detenerse, hasta que ladró por última vez, asfixiándose.

Historias de familia, dramas entre la angustia y la muerte nos revelaba la piqueta en su labor. El último capitulo de Bulwer en su famosa novela «Los últimos días de Pompeya» no tiene el carácter de lo improbable. Veíanse madres abrazando a sus hijos, con el último trozo de velo que los protegía, y así hasta que todos se ahogaban. Fueron descubiertos hombres y mujeres que habían reunido sus tesoros, que llegado ante la puerta y habían caído derribados por la lluvia de los lapilli, y así permanecían asiendo aun con sus últimas fuerzas las joyas, el dinero.

Cave canem – cuidado con el perro – reza la clásica inscripción de un mosaico ante la puerta de la casa donde Bulwer hace residir a su Glauco. Ante este umbral dos jóvenes que retrasaron la huída para recoger sus riquezas, se vieron sorprendidos y se les hizo demasiado tarde. Ante la puerta de Hércules son hallados un cuerpo junto al otro, acurrucados, aún cargados con los objetos domésticos, que se les habian hecho demasiado pesados.

En una habitación sepultada se hallaban los esqueletos de una mujer y un perro. Un estudio más detenido revela un suceso terrible. Mientras que el esqueleto del perro había conservado su forma íntegra, los huesos de la mujer aparecian esparcidos en todos los rincones de la habitación. ¿Cómo se habian esparcido? ¿Habían sido arrastrados? Si, arrastrados, sin duda, por el perro, que en el momento más crítico del hambre sintió renacer su naturaleza lupina y acaso así lograra ganar un dia a la muerte devorando a su dueña.

El molde que selló Pompeya y Herculano

No muy lejos de allí, se habían interrumpido unos funerales. Los participantes en el banquete fúnebre se habian echado en los sofás según la costumbre; pues bien, asi se les hallaba ahora, después de mil setecientos años, Habian presenciado su propio entierro. En otro lugar aparecian siete niños que, jugando despreocupadamente, fueron sorprendidos en una habitación por la muerte. Más allá, treinta y cuatro personas, y una cabra entre ellas, que seguramente anunció con el sonido de su cencerro la fatal noticia, mientras intentaba guarecerse en una casa.

A quien había retrasado demasiado la huida no le valían ya ni el valor, ni la preocupación, ni la fuerza. Hallóse a un hombre de proporciones verdaderamente hercúleas, mas a pesar de ello no había podido proteger a la madre con su hija de catorce años que corrian delante de él. Juntos habían caido.

Es verdad que con sus últimas fuerzas habia intentado otra vez levantarse. Entonces los vapores le habian aturdido y, lentamente, se habia desplomado, y deslizándose de espaldas había quedado extendido. Las cenizas le le cubrieron moldeando su forma. Los investigadores vertieron yeso sobre esta forma y asi lograron reproducir los contornos de aquel hombre, la escultura auténtica de un pompeyano muerto.

¿Qué golpes no daría aquel hombre de la casa sepultada cuando, abandonado, se dio cuenta de que tenía cerradas todas las puertas y salidas? Tomó un poco y empezó a destruir la pared. Cuando se dio cuenta de que tampoco detras de aquella pared habia salida al exterior, abrió brecha en otra pared, hasta que por último vio que la habitación contigua estaba va llena de lava y escombros.

El molde que selló Pompeya y Herculano

El molde que selló Pompeya y Herculano

El sacrificio de Ifigenia, de la casa del poeta trágico, Pompeya,

Tal como habían sido habitadas y animadas en vida, asi quedaron las casas, el templo de Isis y el Anfiteatro. En las habitaciones donde se solía escribir, habia tablillas de cera;len la biblioteca, rollos de papiro; en los talleres, herramientas;jen los baños, cepillos. En las mesas de las fondas quedaban aún los restos del servicio y el dinero del huesped recién ido; los muros de las fosas aparecian versos escritos por amantes lánguidos o desesperados; en las paredes de las villas, pinturas que, como escribió Venuti, «más hermosas que las obras de Rafael«.

Todavía hoy se siguen descubriendo obras de arte en Pompeya como es el caso de una pintura del mito de Leda y el cisne, que «nunca había sido encontrado con esta iconografía tan sensual» descubierta en 2018.

El molde que selló Pompeya y Herculano

El molde que selló Pompeya y Herculano
Leda y el cisne.
Mural de una casa de Pompeya descubierto en 2018

FiN

El molde que selló Pompeya y Herculano

España y la excavación de Pompeya y Herculano