Escritor Español Petrusvil

El amor del hablar: la lengua universal – Joan Maragall

29/05/2022

Escritor Español Petrusvil

Poeta, escritor, divulgador y analista.
Tiempo de lectura 6 minutos.
El amor del hablar: la lengua universal - Joan Maragall

Joan Maragall Gorina (Barcelona, 10/10/1860-íd., 20/XII/1911) Poeta español, considerado uno de los padres de la poesía catalana modernista. Miembro de la intelectualidad de la Barcelona de la Renaixença, hizo una defensa de la espontaneidad y de la búsqueda de simplicidad lo que llegó a desarrollar en su «teoría de la palabra viva», con la que creó escuela. (El amor del hablar: la lengua universal – Joan Maragall)


Dice Ramón Llull que todo cuanto se puede sentir por los cinco sentidos corporales, todo es maravilla; pero que como el hombre siente a menudo las cosas corporalmente, por esto no se maravilla; y que lo mismo sucede con las cosas espirituales que el hombre puede entender. Así, pues, yo creo que la palabra es la maravilla mayor del mundo, porque en ella se abrazan y confunden toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de nuestra naturaleza.

Parece que la tierra use de todas sus fuerzas en llegar a producir el hombre como el más alto sentido de sí misma; y que el hombre use toda la fuerza de su ser en producir la palabra. ¡Con qué santo temor deberíamos hablar! Habiendo en la palabra todo el misterio y toda la luz del mundo, deberíamos hablar como encantados, como deslumbrados. Porque no hay nombre por ínfima cosa que nos represente, que no haya nacido en un instante de inspiración, reflejando algo de la luz infinita que engendró el mundo.

¿Cómo podemos, pues, hablar tan fríamente y en tal abundancia? Por esto solemos escucharnos unos a otros con tanta indiferencia; porque el hábito del demasiado hablar y del demasiado oír embota en nosotros el sentimiento de la santidad de la palabra. Deberíamos hablar mucho menos y sólo por un profundo anhelo de expresión: entonces que el espíritu en su plenitud se estremece, y las palahras brotan como las flores en la primavera.

Cuando una rama no puede más con la primavera que lleva dentro, entre la abundancia de las hojas brota una flor como expresión maravillosa. ¿No veis en la quietud de las plantas su admiración de florecer? Así nosotros cuando brota en nuestros labios la palabra verdadera. Así hablan los poetas. Porque ellos son como enamorados de todo lo del mundo, y también miran y se estremecen mucho antes de hablar. Míranlo todo y se encantan, y después cierran los ojos y hablan en la fiebre: entonces dicen alguna palabra creadora, y semejantes a Dios en el primer dia, de su caos brota la luz. Por esto la palabra del poeta brota con ritmo y luz, con el ritmo luminoso de la belleza: éste es el hechizo del verso, único lenguaje verdadero del hombre.

Aprended a hablar del pueblo; no del pueblo vano que congregáis en torno de vuestras palabras vacías, sino del que se forma en la sencillez de la vida ante Dios solo. Aprended de marineros y pastores.
¡Cuánto contemplar unos y otros en silencio la majestad del mundo allí donde el espíritu alienta con ritmo libre y grande! ¡Cuánta inmensidad han reflejado sus ojos, cuánta hermosura de cielo azul y prado verde, y del mar que muda fácilmente el color como el rostro de una virgen, y claridades de luna y de sol, y las nieblas grises y la cortina de las lluvias! ¡Cuánto viento ha sonado en sus oídos y cuántas rítmicas oleadas, y los truenos que se acercan y se alejan y el mugir de los bueyes en la soledad! ¡Cuánto olor de agua salada y de hierba han respirado, y cómo sus sentidos han sido amorosamente tocados por todas las cosas puras! Sus facciones están como encantadas de ello, y hablan rara vez, pero si hablan, suš palabras vienen llenas de sentido.

El amor del hablar: la lengua universal – Joan Maragall

Me acuerdo de una vez que en el Pirineo, a mediodía, avanzábamos perdidos por las altas soledades: en el encrespado mar de piedras de las cimas nos faltó toda dirección, y en vano, con ojo inquieto, interrogamos la muda inmensidad de las montañas. Sólo el viento cantaba sobre ellas con interminable grito. De pronto, envuelto en el gritar del viento oímos un son de esquilas; y nuestros ojos azorados, poco hechos a aquellas grandezas, tardaron mucho en descubrir una yeguada que abajo, en una rara verdor, pacía. Hacia allí nos encaminamos esperanzados hasta encontrar el pastor echado junto al puchero humeante que el zagal, en cuclillas, vigilaba atentamente.

Pedimos camino al hombre, que era como de piedra; y él, volviendo los ojos en su rostro extático, alzó lentamente el brazo señalando vagamente un atajo, y movió los labios. En la atronadora marejada del viento, que ahogaba toda voz, sólo dos palabras sobrenadaban que el pastor repetía con terquedad: “Aquella canal…», éstas eran sus palabras, y señalaba vagamente allá, hacia una altura. ¡Cuán bellas eran las dos palabras gravemente dichas entre el viento!, ¡qué llenas de sentido y poesia! La canal era el camino, la canal por donde bajan las aguas de las nieves derretidas. Y no era cualquiera, sino aquella canal que el hombre conocía bien entre todas por una fisonomía especial y propia que para él tenía. Era alguna
cosa la canal, tenía una alma; era aquella canal.¿Lo veis? Para mí esto es hablar.

Otra vez también en el Pirineo, pero del lado de allá, y de noche, nos salió en la oscuridad del camino una niña mendigando con voz de hada. Le pedí que me dijera algo en su lengua propia, y ella, toda admirada, señaló el cielo estrellado, y dijo no más: “Lis esteles”. Y yo sentí que también esto era hablar.

Un recuerdo más reciente tengo de un atardecer en una punta de la costa cantábrica, donde los ponientes suelen ser muy bellos. La gente venía sólo por ver ponerse el sol en el mar. Venían hablando, pero al llegar, todos callaban ante el mar que mudaba a cada instante el color. Vinieron dos hombres de mar silenciosos, y se pararon ante la inmensidad; y por mucho tiempo, uno al lado del otro, callaban. Después el uno, sin volverse al compañero, dijo simplemente: «Mira». Y todos los que lo oímos miramos de frente allá… Y estoy cierto de que cada uno vio su maravilla propia.

El amor del hablar: la lengua universal – Joan Maragall

Aquella canal… Lis esteles, Mira… Palabras que traían un canto en sus entrañas, porque nacieron en la ritmica palpitación del Universo. Sólo el pueblo inocente sabe decirlas y el poeta puede redecirlas con otra inocencia más intensa y mayor canto: con luz más reveladora.

Porque el poeta es el hombre más inocente y más sabio de la Tierra. Y cuando los poetas sepan enseñarnos ese lenguaje simple y sublime, haciéndonos olvidar todo otro en su olvido, entonces llegará su reino, y todos hablaremos encantados en la música creadora. Todos hablaremos como cantando, como voz brotada de la tierra de cada uno; y desdeñando el artificio de las lenguas, todos nos entenderemos en aquello en que debamos entendernos; que en lo demás, ¿qué importa? Nos entenderemos sólo por el amor del hablar: porque, en amor, medio entender una palabra es entender mucho más que entenderla del todo; porque en la media inteligencia el amor puede trabajar más. Y no hay más lengua universal que ésta.

Pues, ¿qué quiere decir lengua universal sino comunicación del alma universal por la palabra? Y si el alma universal se manifiesta por la belleza amorosa que transpira toda la creación, y habla en cada tierra por la boca de los hombres que ella misma se ha hecho en su amoroso esfuerzo, claro está que la verdadera expresión universal única será aquella tan variada como la variedad misma de las tierras y sus gentes. Y en ella se entenderán los hombres por la sola armonía natural de la palabra viva y pura, y en lo que se entiendan se entenderán de veras, en voz y en espíritu; mientras que ahora la mutua inteligencia por superficiales palabras aprendidas lejos del amor, es un entenderse sin entenderse, piensan los hombres que se entienden y no se entienden; y menos se entienden cuanto más piensan entenderse.

Porque si dos hombres se hablan en lengua aprendida, puede ser que se entiendan muy bien en las cosas más vanas; pero allí donde empieza a palpitar la vida de lo hondo, allí mismo dejarán de entenderse; porque cada tierra comunica a las más sustanciales palabras de sus hombres un sentido sutil que no hay diccionario que lo explique ni gramática que lo enseñe. Y así aquellos dos hombres dirán la misma palabra que sonará igual por fuera y creerán haberse entendido; pero en el fondo de cada alma el canto será muy otro.

Y no es la armonía de afuera la deseable, sino la de dentro; que no es por el ruido igual de palabras que los hombres hemos de hacernos hermanos, sino que lo somos por el espíritu único que las hace sonar diferentes en la variedad misteriosa de la Tierra.

El amor del hablar: la lengua universal – Joan Maragall

FiN

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