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Panegíricos
Balada de Don Joaquin Santos Trujillo descendiente de conquistadores, extremeño por mas señas.
Amaneciste a la vida en días duros y grises. De niñez campesina e intensa y una liviana juventud que se trocó, tempranamente, en madurez forzosa por mor de una fratricida y brutal guerra. Estos aconteceres forjaron un recio temperamento, salvando sin embargo, incólume, tu alma de niño campestre y tu , de por sí natural y profunda, hijosdalguía.
Recorriste mil pueblos perdidos de la geografía de esta bendita España, dejando tras de ti, en cada uno de ellos, muestras de tu noble impronta y de tu indestructible amor por las cosas bien hechas. Mantuviste siempre la cabeza bien alta, no con orgullo sino con la dignidad propia de tu gran corazón; defendiendo a ultranza tus firmes convicciones ante los avatares de la vida; ante los odios, las rencillas, las iras y las codicias de otros. Tu honestidad fue un sello dorado que marcaste a fuego en cada uno de tus actos.
Enemigo exacerbado de lo banal y lo pueril. Investido de unos valores morales que hoy no se estilan. Amante de la palabra adecuada, de la expresión precisa. Al pan, pan y al vino, vino. A cada cosa por su nombre. Los eufemismos son para los débiles de corazón. ¡Verdad, tio !. Para decir las verdades siempre te expresaste con educación exquisita pero a golpe de palabra.
Amaste profundamente a tu mujer, criaste una hija y nietos, fuiste padre de hermana y abuelo de sobrino. Profesor de incontables hornadas de jóvenes en los que sembraste, durante años, la semilla de tus propios valores. Defensor incansable de los derechos de los que trabajan por cuenta ajena. Siempre presto a ayudar al prójimo. Pero, por encima de todo, amaste la vida con locura, con mesura o apasionamiento: la bebiste a tragos largos, pausados o profundos según terciara.
Y hete aquí que la vida se te va, la única y preciada posesión que tienes. Luchando a brazo partido por quedarte en ella, con nosotros los tuyos. Seguro que hubieras firmado esta poesía, que bien pudiera ser tu epitafio:
De no poder seguir vivo,
muero,
porque es mi sino.
Pero mis obras os dejo,
mi amada vida os lego
porque en vosotros vivo.
Hasta siempre tio Sixto. Yo sé, todos sabemos, que ahora vives plácidamente en el Miajón de los Castúos celestial.
Barcelona, 9 de noviembre de 2001